27 febrero 2007

Antonio Tabucchi

Sostiene Pereira
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(fragmento del capítulo I)
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Sostiene Pereira que le conoció un día de verano. Una magnífica jornada veraniega, soleada y aireada, y Lisboa resplandecía. Parece que Pereira se hallaba en la redacción, sin saber que hacer, el director estaba de vacaciones, él se encontraba en el aprieto de organizar la página cultural, porque el Lisboa contaba ya con una página cultural, y se la habían encomendado a él. Y él, Pereira, reflexionaba sobre la muerte. En aquel hermoso día de verano, con aquella brisa atlántica que acariciaba las copas de los árboles y un sol resplandeciente, y con una ciudad que refulgía bajo su ventana, y un azul, un azul nunca visto, sostiene Pereira, de una nitidez que casi hería los ojos, él se puso a pensar en la muerte. ¿Por qué? Eso, a pereira, le resulta imposible decirlo. Sería porque su padre, cuando él era pequeño, tenía una agencia de pompas fúnebres que se llamaba Pereira La Dolorosa, sería porque su mujer había muerto de tisis unos años antes, sería porque él estaba gordo, sufría del corazón y tenía la presión alta, y el médico le había dicho que de seguir así no duraría mucho, pero el hecho es que Pereira se puso a pensar en la muerte, sostiene. Y por casualidad, por pura casualidad, se puso a hojear una revista. Era una revista literaria pero que tenía una sección de filosofía. Una revista de vanguardia quizá, de eso Pereira no está seguro, pero que contaba con muchos colaboradores católicos. Y Pereira era católico, o al menos en aquel momento se sentía católico, un buen católico, pero en una cosa no conseguía creer, en la resurrección de la carne. En el alma sí, claro, porque estaba seguro de poseer un alma, pero toda su carne, aquella chicha que circundaba su alma, pues bien, eso no, eso no volvería a renacer, y además ¿para qué?, se preguntaba Pereira.

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De 1995 a 1997, se lanzaron 13 ediciones al mercado español. No sé si hubo más; la mía es de esa treceava edición. La acción transcurre en 1938, bajo la dictadura de Salazar y en un momento de la Historia en que el fascismo es un futuro que aparece como inevitable y aterrador. Junto con "Nocturno hindú" es la novela que más me gusta de éste magnifico escritor, al que siempre vale la pena acercarse.

25 febrero 2007

Italo Calvino

Las ciudades invisibles
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Argia
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Lo que hace a Argia diferente de las otras ciudades es que en vez de aire tiene tierra. La tierra cubre completamente las calles, las habitaciones están repletas de arcilla hasta el techo, sobre las escaleras se posa en negativo otra escalera, encima de los tejados de las casas descansan estratos de terreno rocoso como cielos con nubes. Si los habitantes pueden andar por la ciudad ensanchando las galerías de los gusanos y las fisuras por las que se insinúan las raíces, no lo sabemos: la humedad demuele los cuerpos y les deja pocas fuerzas; les conviene quedarse quietos y tendidos, de todos modos está tan oscuro.
De Argia, desde aquí arriba, no se ve nada; hay quien dice: "Está allá abajo" y no queda sino creerlo; los lugares están desiertos. De noche`, pegando el oído al suelo, se oye a veces golpear una puerta.

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Me presentaron ese texto, del que habían borrado algunas frases y me pidieron que las completara. Es un ejercicio de plagio que se suele hacer en los cursillos literarios. El mío quedó así (Ya pedí disculpas mentales a I. Calvino)

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Lo que hace a Argia diferente de las otras ciudades es que en vez de aire tiene palabras.
Las palabras cubren completamente las calles, las habitaciones están repletas de letras de todo tipo y tamaño , sobre las escaleras se posa un infinito número de signos de admiración alternados; encima de los tejados los interrogantes se entretejen para no dejar pasar el agua.
Si los habitantes pueden andar por la ciudad, sin pisar alguna palabra que les agrade o les emocione no lo sabemos.
Pero estamos seguros de que eso les resulta muy difícil; les conviene quedarse quietos y tendidos, hasta que las palabras que no quieren pisar se alejen de ellos. Hay quien dice que de noche, las palabras juegan entre ellas a componer poemas, y no queda sino creerlo. Los lugares están silenciosos. De noche, pegando el oído al suelo, se puede escuchar la cadencia de los versos.

24 febrero 2007

Kazuo Ishiguro

Los restos del día
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(fragmento de la pág.44, en Anagrama. Col. Compactos)
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Había una historia que a mi padre le gustaba contar muy a menudo. Siendo yo niño, e incluso más tarde, en mis primeros años de lacayo bajo su supervisión, solía escucharle cuando la contaba a las visitas.
...
Evidentemente, se trataba de una historia que para él significaba mucho. La generación de mi padre no tenía costumbre de analizar y discutir todo como hace la nuestra, por eso creo que la reflexión más crítica que mi padre llegó a realizar referente a su profesión fue esta historia que no dejó nunca de contar.
Al parecer, era una historia verídica sobre un mayordomo que había viajado con su señor a la India, donde le sirvió durante muchos años manteniendo entre el personal nativo el mismo nivel de perfección que había sabido imponer en Inglaterra.
Una tarde, como era habitual, nuestro hombre entró en el comedor para asegurarse de que todo estaba listo para la cena y descubrió que debajo de la mesa había un tigre moribundo. El mayordomo abandonó en silencio el comedor y se dirigió sin prisas al salón en que su señor tomaba el té con algunos invitados. Tosiendo educadamente, llamó la atención de su patrón y, acto seguido, acercándosele al oído, susurró:
-Discúlpeme, señor, pero creo que hay un tigre en el comedor. ¿Me permite que utilice el rifle?
Y, según dicen, unos minutos depués, el patrón y sus invitados oyeron tres disparos; cuando algo más tarde el mayordomo volvió a aparecer en el salón para rellenar las teteras, el dueño de la casa le preguntó si todo estaba en orden.
-Perfectamente, señor. Gracias -fue la respuesta -. La cena será servida a la hora habitual, y me complace decirle que no quedará huella alguna de lo ocurrido.

23 febrero 2007

Jean Rhys

Ancho mar de los Sargazos
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Fragmento de la primera parte.
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Dicen que en los momentos de peligro, hay que unirse, y, por esto, los blancos se unieron. Pero nosotros no formamos parte del grupo. Las señoras de Jamaica nunca aceptaron a mi madre, debido a que era "muy suya, muy suya", como decía Christophine.
Era la segunda esposa de mi padre, muy joven para él, según decían las señoras de Jamaica, y, peor todavía, procedía de la Martinica. Cuando le pregunté por qué era tan poca la gente que nos visitaba, me dijo que la carretera que iba desde Spanish Town a Coulibri Estate, donde vivíamos, era muy mala y que, ahora, la reparación de carreteras había pasado a la historia. (Mi padre, las visitas, los caballos y sentirse segura en cama, también habían pasado a la historia.)
Otro día la oí hablar con el señor Luttrell, nuestro vecino y único amigo:
-Desde luego, también tienen sus problemas. Todavía esperan la compensación que los ingleses les prometieron cuando aprobaron la Ley de Emancipación. Algunos esperarán mucho tiempo.
¿Cómo podía saber que el señor Luttrell sería el primero que se cansaría de esperar? Una tranquila tarde, el señor Luttrell le pegó un tiro a su perro, se echó al mar y nadó mar adentro, y desapareció para siempre. De Inglaterra no vino agente alguno a cuidar su finca -Nelson´s Rest se llamaba -, y gentes desconocidas, de Spanish Town, fueron allí para chismorrear y comentar la tragedia. Se decía:
-¿Vivir en Nelson´s Rest? Por nada del mundo. Es lugar de mal augurio.
La casa del señor Luttrell quedó vacía, y el viento hacía batir los postigos. Pronto los negros dijeron que la casa estaba hechizada, y no querían siquiera acercarse a ella.Y nadie se acercaba a nuestra casa.
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Resumen de la contraportada. J. Rhys, publicó cinco libros entre los años 1927-39. No obtuvo el éxito esperado y no volvió a escribir hasta 1966, cuando publicó esta novela. Un libro de "literatura en la literatura" donde cuenta la historia de Antoinette Cosway, primera esposa de Rochester, enigmático e inolvidable protagonista de "Jane Eyre" de Ch. Brontë.
Mi comentario.
Antoinette, es la esposa loca encerrada en la torre y que se suicida en el incendio que ella misma provoca. La novela, que no es un pastiche de la obra de Brontë, te convence de la posibilidad de que fuera así como pasó su infancia y juventud, y los motivos de su locura y el horrible final, quedan plenamente definidos. Y justificados, si lo necesitaran.
Pongo la etiqueta "Inglaterra", aunque Rhys nació en la Dominica, una de las Islas Widward. Su padre era galés y ella está considerada "escritora inglesa" en todo lo que he leído acerca de su obra.

Jerzy Kosinski


Desde el jardín
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Fragmento del primer capítulo.
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Era domingo. Chance estaba en el jardín. Se movía con lentitud, arrastrando la manguera verde de uno a otro sendero mientras observaba atentamente el fluir del agua. Fue regando con delicadeza cada planta, cada flor, cada rama del jardín. Las plantas eran como las personas: tenían necesidad de cuidados para vivir, para sobreponerse a las enfermedades, y para morir en paz.
Sin embargo, las plantas diferían de la gente. Ninguna puede reflexionar sobre sí misma ni conocerse; no existe ningún espejo en que pueda reconocer su rostro; ninguna puede obrar intencionadamente; no le queda sino crecer y su crecimiento carece de sentido, puesto que no puede razonar ni soñar.
Las plantas gozaban del resguardo y protección del jardín, separado de la calle por un alto muro de ladrillos rojos cubiertos de hiedra, cuya paz, no perturbaba siquiera el ruido de los coches que pasaban. Para Chance las calles no existían. Si bien nunca había abandonado la casa y su jardín, la vida que transcurría al otro lado del muro no despertaba su curiosidad.
La parte delantera de la casa, donde habitaba el Anciano, podría haber sido parte del muro o de la calle. Nada le indicaba a Chance que hubiera allí algún ser viviente. En la parte de atrás de la planta baja, que daba la jardín, vivía la criada. Al otro lado estaba la habitación de Chance, su cuarto de baño y un pasillo que conducía al jardín.
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Comentarios de la contraportada.
"Quizá el libro que más me ha impresionado" (Luis Buñuel)
"Una devastadora andanada programada con perfecto sentido satírico y profundidad metafísica" (R.Z.Sheppard, Time)
"Un protagonista que es una fabulosa criatura de nuestra época" (G. Wolf, Nesweek)
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Es posible que recordéis una película, protagonizada por Peter Sellers ( y por la que fue nominado al Oscar) titulada "Bienvenido Mr. Chance". Está basada en ésta novela y fue el propio Kosinski quien escribió el guión.

21 febrero 2007

John Banville

El Mar
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Fragmento de la página 49. En Ediciones Anagrama. Col. Panorama de Narrativas.
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Aquí, cuando yo era niño, bajaba cada mañana, descalzo y con un bote mellado en la mano, a comprarle a Duignan el lechero o a su esposa, estoicamente alegre y de grandes caderas, la leche del día. Aun cuando el sol llevara ya alto muchas horas, el húmedo frío de la noche todavía rondaba el patio adoquinado, donde las gallinas se paseaban con pasos afectados entre sus propios excrementos color tiza y verde oliva. Siempre había un perro atado y tendido bajo una carreta inclinada que no me perdía de vista cuando yo pasaba, tambaleándome de puntillas para mantener los talones fuera de la mierda de gallina, y un triste caballo de tiro de color blanco que aparecía y asomaba la cabeza por encima de la media puerta del establo y me observaba de soslayo con mirada divertida y escéptica desde debajo de un copete que era exactamente del mismo matiz ahumado de color nata que la flor de la madreselva. No me gustaba llamar a la puerta de la granja, pues me daba miedo la madre de Duignan, una anciana bajita y recia que parecía tener una pierna amputada en cada esquina y que jadeaba al respirar y acomodaba el pólipo pálido y húmedo de su lengua sobre el labio inferior, por lo que me quedaba a la sombra violeta del establo esperando que aparecieran Duignan o su mujer y me salvaran de un encuentro con la vieja bruja.

19 febrero 2007

El dibujo de mi sobrino


Mi sobrino Sergio es un artista. Y no es pasión familiar, como podéis ver.
En nuestra tribu, todos tenemos alguna veta así. Quién no dibuja, pinta o modela, o hace música, o fotografía, o canta, o escribe, o...
Cómo en el blog el dibujo se "desdibuja", por así decirlo, aquí os lo pongo para que lo podáis ver en detalle. No olvidéis felicitar a la orgullosa tía, aquí presente :)

17 febrero 2007

Italo Calvino

Las ciudades invisibles
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Las ciudades y los ojos.5
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Vadeado el río, cruzado el paso, el hombre se encuentra de pronto frente a la ciudad de Moriana, con sus puertas de alabastro transparentes a la luz del sol, sus columnas de coral que sostienen los frontones con incrustaciones de mármol serpentín, sus villas todas de vidrio como acuarios donde nadan las sombras de las bailarinas de escamas plateadas bajo las arañas de luces en forma de medusa. Si no es éste su primer viaje, el hombre ya sabe que las ciudades como ésta tienen un reverso: basta recorrer un semicírculo y será visible la faz oculta de Moriana, una extensión de chapa oxidada, tela de costal, ejes erizados de clavos, caños negros de hollín, montones de latas, muros ciegos con inscripciones borrosas, armazones de sillas desfondadas, cuerdas que sólo sirven para colgarse de una viga podrida.
Parece que la ciudad continúa de un lado a otro en perspectiva multiplicando su repertorio de imágenes: en realidad, no tiene espesor, consiste sólo en un anverso y un reverso, como una hoja de papel, con una figura de un lado y otra del otro, que no pueden despegarse ni mirarse.

16 febrero 2007

Franca, Jacopo y Darío Fo

Tengamos el sexo en paz
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Teatro. Tercer monólogo.
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Mi madre

Me hubiera gustado hablar de ello, que me explicaran ciertas cosas... ¿pero con quién?
La persona indicada hubiera sido mi madre, pero no había confianza entre nosotras. Mi madre venía de una familia rica... en dignidad y prejuicios. Mi madre es una buenísima persona, católica ferviente, practicante, e incluso... votante, que con sus hijas jamás habló de sexo. Para mi madre éramos como las muñecas... terminábamos aquí. (Indica la cintura)
Para ella, decir sexo era decir obscenidad. Una muestra: al culo lo llamaba pompis... y a lo de delante, pompis de delante. Curioso, ¿verdad?
A veces, cuando yo estaba haciendo los deberes, mi madre llegaba de improviso, con esa cara que ponen las madres en los momentos importantes, y me decía con una voz, pero una voz... que parecía la de Dios:
"¡Ten cuidado, hija! ¡Los hombres sólo quieren una cosa!"
Nunca me dijo cuál.
Mi madre no me preparó para la vida. Las únicas cosas de sexo las supe por una amiga muy revoltosa, doce años... Hacía algún tiempo que no la veía y me dice:
"¡Qué cansada estoy...¡"
"¿Por qué estás cansada, qué has hecho...?
"El amor..."
"¿El amor...?" -yo no sabía lo que era - "¿Con quién?"
"Con mi primito de diez años"
"¿Y qué habéis hecho?"
"Pues como no sabíamos nada de esas cosas, sólo que los niños nacen de la tripa..., él con su cosa empujaba, empujaba.. ¡No veas cómo tengo el ombligo!"
Entre mi madre, "¡Ten cuidado!", y el ombligo inflamado, yo estaba muerta de pánico. Si se me acercaba un chico, le tiraba piedras.
"¡Vete, vete, jamás lo conseguirás!"
"¿El qué?"
"¡No lo sé...!"
Después en el bachillerato, los chicos impetuosos, salidos, se me echaban encima, me abrazaban, me estrujaban... Lugo trataban de besarme.
No sé vosotras, pero yo, de mi primer beso guardo un recuerdo espantoso. Él me agarra... y, zas, me estampa contra la pared... ¡un testarazo de conmoción cerebral! Después con esas 24 manos que tienen los chicos, me quería manosear todo el cuerpo... y luego con la lengua... blall.. y blall, en la oreja...
¡"Para! Pareces una batidora con esa lengua.. que frío.. qué asco...¡Estate quieto!"
Y después, ¿no quería meterme la lengua en la boca? ¿A mí, que soy vegetariana?
"Quita esa lengua que te la arranco y se la tiro al gato", decía yo, siempre con las manos tapándome el ombligo.
Otra cosa que no entendía, era que: ¡ZAS!, me estampa contra la pared, luego (repite los movimientos anteriores) Blall, blall..., blall,... y empujaba su pubis contra el mío, con una fuerza tremenda... Yo pensaba: "Pero... ¿qué llevará en los calzoncillos?"
Os diré la verdad: ¡por culpa de mi madre, cuánto tiempo he perdido!
Pero más tarde, una de mis tías, de izquierdas, solterona... no porque fuera de izquierdas... maestra, y mucho más abierta que mi madre, decidió culturizar sexualmente a sus sobrinitas, y un día nos reúne en la cocina, alrededor de una mesa grande... éramos niñas de de 12, 13 años... y nos enseña un libro científico, de anatomía y, en particular, la imagen de un sexo femenino en sección. Coloreado según las partes en tonos suaves... que me pareció un mapa... y cuando la tía preguntó: "Niñas, ¿sabéis que es ésto?", yo: "¡Sí tía, es Florida!", no se porqué...
¡Qué mal le sentó! "No, boba, esto no es Florida... ¡es tu pompis de delante!"
Me quedé tan impresionada, que desde aquel día a mi pompis de delante siempre lo he llamado Florida... y al de detrás, California.

10 febrero 2007

Luis Landero

Caballeros de Fortuna
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(fragmento de la página 154 y siguientes. Edit. Tusquets. Col. Fábula)
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-Y ahora, vamos a ver, ¿cuánto hace al año 400 pesetas por día?
Manuel cerró los ojos y se puso a bisbisear.
-Yo te lo diré también: 150.000 pesetas. ¿Y cuántas veces 150.000 pesetas son 200 millones de pesetas?
Manuel hizo un gesto de indefensión.
-Pues también te lo diré. A casi siete años el millón, unos mil cuatrocientos años. ¿Es o no es?
Sí, pero...
-Pues ése es el tiempo que tardaré yo en ser millonario.
-Vaya por Dios - dijo Leonor, y siguió revolviendo en el canasto.
La luz del carburo desquiciaba en las paredes el vuelo de las moscas.
-Esos números están mal hechos - dijo al final Manuel.
-¿Mal hechos? ¿Y eso cómo puede ser? - gritó Esteban.
-Porque hay cosas que los números no pueden medir. Lo dicen los sabios y es una gran verdad.
Alcanzó de una repisa el libro de las frases célebres, se puso los lentes de oro, se mojó un dedo y empezó a pasar las hojas.
-Vosotros buscad, que acabaréis encontrando la desgracia - dijo Leonor mientras desenredaba un ovillo.
-Aquí sólo hay palabras - contestó distraído Manuel - y las desgracias vienen de la vida, no de los libros.
-Las desgracias vienen de donde uno las busque.
Manuel se ajustó los lentes:
-Aquí está: "Salen errados nuestros cálculos cuando entran en ellos el temor y la esperanza. Molière"
Se hizo un gran silencio de ranas y grillos.
-Y eso ¿qué tiene que ver con los millones y los años? - preguntó Esteban.
-Este sabio quiere decir con esta frase célebre que en las cuentas intervienen dos números invisibles, que son el temor y la esperanza. Es muy difícil de explicar pero es así.
-Y según ese libro - dijo Esteban - ¿qué cosa hay que hacer para ser rico?
-Este libro enseña a ser sabio, no rico. Pero hay otra frase, no me acuerdo ahora de quién, que dice que el hombre más rico no es el que más tiene sino el que menos desea. Me parece que lo dijo un sabio que vivía dentro de un tonel.

05 febrero 2007

Kenzaburo Oé

La Presa
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(fragmento de las páginas 59 y 60, en la edición de Anagrama, colección "quinteto")
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Pero de repente el soldado estiró el brazo -un brazo increíblemente largo -, alzó entre sus gruesos dedos, cuyas falanges estaban erizadas de pelos, la botella de ancho gollete, se la acercó y la olió. Después la inclinó, abrió sus labios como de caucho, descubrió dos perfectas hileras de dientes fuertes y deslumbrantes, cada uno en su sitio exacto igual que las piezas de una máquina, y vi cómo la leche caía en las profundidades rosadas y relucientes de su amplia garganta. La nuez del negro cloqueaba como un desagüe cuando chocan en él el agua y el aire. Por las dos comisuras de la boca, que daba la penosa sensación de ser una fruta demasiado madura estrangulada por un cordel, la leche grasienta se desbordaba, bajaba a lo largo del cuello, mojaba la camisa abierta, caía por el pecho y se inmovilizaba en la piel pegajosa con reflejos oscuros en forma de gotas viscosas como la resina que temblequeaban. Descubrí, en medio de la emoción que me resecaba los labios, que la leche de cabra era un líquido extraordinariamente hermoso.
Ruidosamente, con un gesto brusco, el soldado negro devolvió la botella a su cesta. Ahora su vacilación del principio había desaparecido por completo. Hacía rodar entre sus enormes manos las bolas de arroz, que parecían minúsculos pastelillos; trituraba el pescado seco, incluídas las espinas, con sus mandíbulas de dientes deslumbrantes. Pegado a la pared al lado de mi padre, me sentía lleno de admiración ante aquella poderosa masticación de la que no se me escapaba nada. El soldado negro estaba absorto por la comida, y no prestaba la menor atención a nuestra presencia; yo podía estudiar, pese a los esfuerzos que hacía para acallar los rumores de mi estómago, sí, estudiar (aunque con el pecho algo oprimido), la soberbia "presa" de los hombres de la aldea. ¡Sí, era realmente una "presa" soberbia!
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El escritor japonés K. Oé, mereció el Nobel de Literatura en 1994. Esta obra maestra de apenas 100 páginas, cuenta como, durante la guerra del Pacífico, un avión americano se estrella cerca de una aldea de cazadores en las montañas de Japón. El único superviviente es un soldado negro. Contada por uno de los niños protagonistas, la historia resulta una experiencia a caballo entre el temor y el asombro ante lo desconocido. La llegada de "la presa" altera el ritmo de los días que han conocido hasta ahora y transforma la percepción de las cosas, dando entrada a lo mágico y extraordinario.

03 febrero 2007

Gabriel García Márquez

Espantos de Agosto
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Cuento completo
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Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar.
—Menos mal —dijo ella— porque en esa casa espantan.
Mi esposa y yo, que no creernos en aparecidos del medio día, nos burlamos de su credulidad. Pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos con la idea de conocer un fantasma de cuerpo presente.
Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Como se nos había hecho tarde no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada de pavoroso, cualquier inquietud se disipaba con la visión completa de la ciudad desde la terraza florida donde estábamos almorzando. Era difícil creer que en aquella colina de casas encaramadas, donde apenas cabían noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable. Sin embargo, Miguel Otero Silva nos dijo con su humor cabe que ninguno de tantos era el más insigne de Arezzo.
—El más grande —sentenció— fue Ludovico.
Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo de su desgracia, y de quien Miguel nos habló durante todo el almuerzo. Nos habló de su poder inmenso, de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó cómo fue que en un instante de locura del corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor.
El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estómago lleno y el corazón contento, el relato de Miguel no podía parecer sino una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados. Los ochenta y dos cuartos que recorrimos sin asombro después de la siesta, habían padecido toda clase de mudanzas de sus dueños sucesivos. Miguel había restaurado por completo la planta baja y se había hecho construir un dormitorio moderno con suelos de mármol e instalaciones para sauna y cultura física, y la terraza de flores intensas donde habíamos almorzado. La segunda planta, que había sido la más usada en el curso de los siglos, era una sucesión de cuartos sin ningún carácter, con muebles de diferentes épocas abandonados a su suerte. Pero en la última se conservaba una habitación intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Era el dormitorio de Ludovico.
Fue un instante mágico. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilos de oro, y el sobrecama de prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la chimenea con las cenizas heladas y el último leño convertido en piedra, el armario con sus armas bien cebadas, y el retrato al óleo del caballero pensativo en un marco de oro, pintado por alguno de los maestros florentinos que no tuvieron la fortuna de sobrevivir a su tiempo. Sin embargo, lo que más me impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía estancado sin explicación posible en el ámbito del dormitorio.
Los días del verano son largos y parsimoniosos en la Toscana, y el horizonte se mantiene en su sitio hasta las nueve de la noche. Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de Piero della Francesca en la Iglesia de San Francisco, luego nos tomamos un café bien conversado bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para recoger las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar.
Mientras lo hacíamos, bajo un ciclo malva con una sola estrella, los niños prendieron unas antorchas en la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos. Desde la mesa oíamos sus galopes de caballos cerreros por las escaleras, los lamentos de las puertas, los gritos felices llamando a Ludovico en los cuartos tenebrosos. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos el valor civil de decirles que no.
Al contrario de lo que yo temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y mis hijos en el cuarto contiguo. Ambos habían sido modernizados y no tenían nada de tenebrosos. Mientras trataba de conseguir el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos. Pero estábamos tan cansados que nos dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el mar apacible de los inocentes. “Qué tontería —me dije—, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos”. Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita.