29 abril 2007

Alvaro Pombo

Aparición del eterno femenino
contada por S.M. el Rey
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(frag. página 50 y siguientes)
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Como dice doña Blanca. Elke traería cola. Desde el primer día ya la trajo. Y más que nada por ser chica. Eso se vio desde un principio. Diga el Chino lo que diga, Elke traería cola más por chica que por nada. El caso fue que tía Lola dejó pasar el viernes para no dar la impresión de tener prisa y dejó pasar también el sábado, y el domingo a las diez de la mañana llaman al timbre, Belinda dice quién será a estas horas y yo y el Chino seguimos como si tal desayunando, es decir, inamovibles, cada cual con su tebeo. Y vuelve a entrar Belinda y en la puerta va y se para y dice, poniendo la boquita de piñón de querer hacerse la misteriosa "¿A que no sabéis quién ha venido?" Y los dos decimos sin movérsenos ni un pelo: "No. ¿Quién?" Y Belinda dice: "¡Si os volveríais lo sabríais!" ¡Lo que es éstos con tal de no moverse dan dinero...!" Yo me volví entonces para ver con quién hablaba. Y era Elke la que acababa de llegar. "Hola", dije, y me volví a sentar a acabar el desayuno. Pero ya estaba todo mal. Acabé las sopas de mi taza y miré al techo, a ver qué hacía. Y luego miré al Chino a ver qué hacía. Y no hacía nada. Sólo hacía que mirarla fijamente. Así que a mis espaldas ellas dos delante, de perfil, el Chino, sin mover pie ni patada. Y yo callado. Hasta que se oyó por fin el trueno y el relámpago a la vez de un silencio corrosivo que no presagiaba nada bueno. Entonces yo dije: "Pues muy bien", por decir algo, y Belinda dijo: "Elke va a quedarse aquí a jugar. Doña Lola me lo ha dicho por teléfono, que la invitasteis a subir." "¿Que la invitamos? ¿Quién?", esto lo pregunté yo más que nada por saberlo. Y Belinda volvió a poner boquita de piñón y a retorcerla como cuando le habla a don Rodolfo, igual: "Vosotros." Y Elke dijo -que yo sepa hasta entonces es la vez que más habló-: "Tía Lola kreeer invitado de vosotrras." El chapurreo aquel lo que es yo no lo entendía. Y el Chino no digamos. "Perro ir, bajar. Ist egal. Auf fidersen." "Un momento", dije yo, empezando a cabrearme ya bastante, "todos quietos. De aquí no sale nadie hasta que yo lo diga. Esto lo primero hay que aclararlo. Voy a preguntar uno por uno." Y le pregunté al Chino, que era el único que había: "Chino, ¿tú a la huérfana la has dicho que subiese o qué?" Y el Chino, que es todo un caballero, mintió como un bellaco por salvar el honor de la extranjera. "Sí. La dije que subiese yo ayer tarde. ¿Pasa algo?." "No, nada", dije yo todo lo secamente que podía. Y como el Chino después no decía nada, tuve yo que decirlo por él todo. Así que hablé a la intérprete Belinda, que lo tradujese si quería: "Pues que pase y se siente, o pregúntala si ha desayunado." Y Belinda: "Que te pregunta que si quieres tomar algo." Y Elke dijo: "Ij fersteen nijt." Acabamos los tres en la terraza. Sin hablar nada ninguno. El Chino no paraba de mirarla y Elke no paraba de mirarme a mí. ¡Así que me hice cargo de los mandos yo, si no a ver! "Creo que tú eres alemana, ¿no? Pues entonces bienvenida a bordo de este buque insignia que navega rumbo a El Cairo a bombardear la retaguardia del mierda de Montgómeri y llevar de paso combustible a Rómel." Ya más claro, agua, yo pensé. Pero Elke no decía ni sí, ni no, ni se cuadraba, ni me saludaba, ni dejaba de mirarme. ¡Cómo sean así todas las huérfanas de guerra -pensé yo- se van a divertir los alemanes! Pero sólo dije: "Vamos a ver, tú al mariscal Rómel le conoces ¿sí o no?" "Nain", dijo Elke contra todos los pronósticos. Tanto me chocó que un minuto entero me quedé sin habla. Lo que aquello olía era bastante a chamusquina.
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Comentario personal. Cuando te encuentras cara a cara con Ceporro, sabes que has encontrado una maravilla de personaje. "Yo lo cuento...: lo gordo, lo primero. Y luego, los adornos que se quieran"
Desde la primera página, la conversación que Ceporro mantiene consigo mismo, mientras entronca los pequeños sucesos cotidianos con las aventuras leídas e interpreta, a su manera, las conversaciones y actitudes de los adultos que le rodean, te atrapa y no te suelta hasta la última frase.
Contraportada. Dos niños, dos primos inseparables de unos doce años, el Ceporro y el Chino, viven en el gran piso de su abuela, después de la Guerra Civil. Don Rodolfo, que fue nada menos que sparring de Uzcudun, les da clases de gimnasia y boxeo. Juegos viriles en la terraza donde se desploman los vencejos; al fondo, ecos de la Segunda Guerra Mundial, el mariscal Rommel y el imperio Nipón.
De repente aparece una niña alemana, huérfana, refugiada, que irrumpe en el cerrado mundo infantil de los dos primos y lenta y decisivamente todo cambia.
El autor. A. Pombo tiene una considerable obra literaria, que ha merecido numeroso premios.
Destacan "El héroe de las mansardas de Mansard" , "Los delitos insignificantes" y "El metro de platino iridiado".

19 abril 2007

Anécdota y preguntas

Cuando estaba haciendo el cursillo literario, una compañera presentó un texto en el que un norteamericano visitaba un museo precolombino y a cada paso de las explicaciones que la guía le daba, comentaba con desprecio lo salvaje de tales civilizaciones y la crueldad infinita de los sacrificios humanos, a lo que la guía, mexicana ella, respondía sin palabras con el reflejo de las matanzas a los indios americanos, en pie de igualdad y punto por punto. Así, a cada cosa mala de un lado, le correspondía otra igual en el otro. En uno de esos puntos, la guía nombraba al General Custer, como artífice de una gran masacre. Lo cierto es que el cuento estaba un poco traído por los pelos, y no se explicaba muy bien el hecho de que alguien que siente interés por una cultura hasta el punto de querer ver los museos que se le dedican, luego no haga sino denigrarla, pero eso ya forma parte de otra cosa. (Por ende, el dato histórico concreto referente a Custer, no era cierto)
Lo que sí me asombró fue la corrección que hizo la profesora. No entraba a valorar la oportunidad de las circunstancias, ni ninguna otra cosa de lo escrito, pero le corregía el hecho de haber nombrado al militar (Custer) porque, según ella, "eso podría confundir a los posibles lectores que no conocieran al General ni al Séptimo de Caballería"
No mencionó a Chihuaco-hualti, ni a Moctezuma, ni a Quetzaltcoatl, ni a ningún otro personaje de la cultura autóctona. Es posible que al ser ella misma sudamericana, tuviera la seguridad de que esos dioses y hombres, sí eran conocidos de todos.
La alumna en cuestión, comentó ésta correción en el foro, quejándose de ella, como es natural. Yo no pude estar más de acuerdo con su queja.
He recordado éste episodio al hilo de un libro que acabo de empezar. "La misteriosa llama de la Reina Loana", de Umberto Eco. Y lo he recordado porque en las dos primeras páginas, ya han salido a relucir frases y nombres, de y como , T.S. Eliot y su "Abril es el mes más cruel", George Simenon y el comisario Maigret, Arthur Conan Doyle y su "elemental, querido Watson", junto al "perro de los Baskerville", Agatha Christie con sus "10 Negritos" y García Lorca con "El cielo es de cenizas". Eso, que yo haya sido capaz de identificar porque, naturalmente, no están así nombrados. Y hay algunas citas más, que no tengo ni idea de si he leído o no he leído, porque el que no me "suenen" no quiere decir nada. Nadie recuerda cada frase de cada libro.
En este momento llegarían las preguntas que yo le habría formulado a la profesora, si el relato corregido hubiera sido mío:
¿Realmente un escritor debe tener en cuenta la cultura de sus posibles lectores?
¿Hay que escribir sólo aquello que el futuro lector sea capaz de entender y ya conozca, o hay que estimularle a ampliar sus saberes poniéndole en la pista de lo que desconoce?
¿Habría que abstenerse de nombrar a éste o aquel personaje que no fuera tan popular como el Barça o el Real Madrid? Por poner un ejemplo de conocimiento a nivel mundial, no porque me guste el fútbol :)
Y la última, fuera ya de la anécdota:
¿Cuánto hay que leer, para leer?

17 abril 2007

Henning Mankell

Viaje al fin del mundo

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El perro.
Fue con él que empezó todo.
Si no hubiera visto al perro solitario quizá no habría ocurrido nada. Nada de lo que después se convirtió en algo tan importante y que cambió todo. Nada de lo que primero fue emocionante y luego espantoso.
Todo empezó con el perro. El perro solitario que había visto aquella noche del invierno pasado cuando se había despertado de repente, se había levantado de la cama y se había sentado en la especie de hornacina donde estaba la ventana.
Por qué se había despertado en mitad de la noche era algo que no sabía.
¿Habría soñado tal vez?
Una pesadilla de la que no había podido acordarse cuando se despertó. ¿O tal vez fueron los ronquidos de su padre, que dormía en la habitación contigua? Su padre no roncaba mucho. Pero a veces lanzaba un ronquido aislado, casi como un rugido, y luego se hacía de nuevo el silencio.
Como un león que rugía en la noche invernal.
Pero fue cuando estaba allí sentado en la ventana del vestíbulo cuando vio al perro solitario.
Los cristales de la ventana estaban cubiertos de estrellitas de hielo y tuvo que echar el aliento muy cerca del cristal para limpiarlo y poder ver algo fuera. En el termómetro podía leer que casi estaban a treinta bajo cero. Y fue entonces, cuando estaba allí sentado, en aquella hornacina, mirando por la ventana, cuando de repente vio al perro. Corría por la carretera completamente solo.
Justo debajo de la farola se paró y miró a su alrededor, olfateó en varias direcciones, antes de seguir corriendo. Luego, desapareció.
Era un perro corriente, de los que se usan en la caza del alce. Eso había tenido tiempo de verlo. Pero ¿por qué corría, solo en la noche invernal y el frío? ¿Adónde iba? ¿Y por qué miraba a su alrededor?
Había tenido la sensación de que el perro sentía miedo de algo.
A pesar de que empezaba a tener frío, se quedó pegado a la ventana esperando a que regresase el perro. Pero no volvió.
Allí fuera solo estaba la fría y vacía noche invernal. Las estrellas que brillaban en la lejanía.
No podía olvidar al perro solitario.

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Comentario personal. Llevo mucho tiempo leyendo a Mankell, porque me encantan las novelas de "guardias civiles y ladrones". Así se refería mi padre al género detectivesco y así se sigue llamando en casa. Este libro es diferente. En realidad son cuatro pequeños libros, con un mismo protagonista, reunidos en un volumen. Abarcan la vida de Joel desde los 11 a los 18 años. La construcción de los personajes, que tanto aprecio en las novelas que protagoniza el comisario Wallander, están corregidas y aumentadas aquí. Joel, es un niño soñador obligado a una materialidad cotidiana, de la que escapa como puede. A veces héroe, a veces ruin y casi siempre sin saber por qué hace lo que hace. Un niño, en fin.
Contraportada. Joel, que vive con su padre en un pueblo perdido del norte de Suecia, sueña con inmensos océanos y lejanos países para encontrar, durante los duros y fríos inviernos, experiencias que lo inicien en la vida y lo fortalezcan para afrontar su propio destino.
El autor. H. Mankell, (Estocolmo, 1948) antes de recibir tres premios por "El perro que corría hacia una estrella" (fragmento mostrado aquí) en el año 2000, ya había conseguido una gran reputación como dramaturgo y novelista para adultos. Sus libros sobre el comisario Kurt Wallander son de los best seller más notables en los últimos años en Europa.
Apostilla final. Hay una serie de TV sobre este comisario. Recomiendo encarecidamente salir huyendo del canal que sea, si por azar, o por zappear, un día os aparece en la pantalla. ¡Es malísima...!

14 abril 2007

Abilio Estévez II

Tuyo es el Reino
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(En páginas 138-139)


Al día siguiente no salió de la casa. Presentía una noticia pero no tenía idea de cuál. Se había puesto a trajinar, a cantar (por lo bajo, con cierto rubor). Esperó una visita que no se produjo, alguien que viniera a darle conversación, o a traerle un dulce de regalo. Sin embargo, los demás tienen la costumbre de aparecerse cuando no hace falta, nunca a la inversa, y la madera de la puerta permaneció muda. De esta conciencia de inanidad volvió la idea de mirarse al espejo. El espejo esta vez demoró más en reflejarla, y cuando la otra que era ella misma, apareció, traía expresión de sorna, o al menos así quiso interpretar Casta Diva la ligera sonrisa, las cejas levantadas, la intensidad del brillo de la mirada que no era sólo inteligente sino además sarcástica (si es que resulta lícito establecer distinción entre inteligencia y sarcasmo). ¿De qué te burlas?, preguntó a la imagen. Ella ni siquiera movió los labios. ¿Hay algo en mí que te disgusta? La que estaba en el espejo continuó inmutable, hasta que decidió ponerse seria, bajar los ojos, con vergüenza tal vez. Ella dijo Eres mi imagen, te corresponde repetir cuanto hago, repetirme hasta el cansancio, es tu deber. La otra pestañeó nerviosa, la miró un segundo, para después halar la réplica de una silla que había en el cuarto, y sentarse con la cara entre las manos. (¿Estará de más decir que la verdadera silla, la del cuarto, permaneció en su sitio?) No me evadas, gritó ella un tanto exasperada, no tienes derecho a evadirme. La imagen respondió suspirando, poniéndose en pie, encaminándose a la ventana, que abrió hacia la Isla. Casta Diva pudo ver cómo miraba el día brillante. (¿Estará de más decir que la verdadera ventana siguió cerrada y que ella, considerándose la legítima, no se movió de su lugar?) Golpeó la luna del espejo, exclamó Eres irreal, aborrecible e irreal. A pesar de que la imagen permaneció quieta, supo que la había escuchado, algo le dijo que la había escuchado y se había llenado de ira. La suposición fue confirmada después, cuando la imagen tomó el monedero que estaba sobre la mesa de noche y salió a la Isla. (¿Estará de más decir que el verdadero monedero continuó sobre la verdadera mesa de noche?, ¿resultará inútil enfatizar que el espejo quedó vacío?)

10 abril 2007

Abilio Estévez

Tuyo es el Reino
*
(Página 219 a 221. En Tusquets Editores)



Como un cubano típico, a la hora de vestirse, Lucio primero se peina. Frente al espejo, completamente desnudo y entalcado, las piernas abiertas, como un cubano típico. Acomoda el pelo lacio, negro, con abundante brillantina. Roza con la palma leve de la mano el pelo endurecido y acucioso. Retoca las patillas. Mira la piel de su cara, si algún grano, si alguna mancha..., se observa la nariz, los ojos, la frente. Hace lo posible porque el espejo le devuelva su propio perfil. Pasa una mota de polvo por la frente y la nariz para evitar que el sudor las haga brillar, y, como un cubano típico, pasa por las cejas y las pestañas un dedo mojado en saliva. Luego, como un cubano típico, estudia cuidadosamente la dentadura (donde relumbra una muela de oro) y se limpia las orejas con algodón. Continúa mirándose al espejo. Esta vez el estudio abarca todo su cuerpo. Con golpe rápido, alegre, satisfecho, levanta su virilidad potente y entalcada y mira los cojones que también están entalcados, que también son grandes, como los de un cubano típico. Sentado en la cama, suavemente, acariciándolos, cubre los pies con las medias. Después, la camiseta, los calzoncillos de algodón limpio y por supuesto, almidonados. Como un cubano típico, procura que la camiseta quede bien ajustada al cuerpo, por dentro de los calzoncillos. Se mira de frente y de lado en ropa interior; admira, constata que el abdomen sea perfecto, que sea perfecto el pecho, como cualquier cubano típico. Da ligeros golpecitos en el pecho y el abdomen. Entonces, como un cubano típico, se perfuma sin dejar de mirarse al espejo: cuello, orejas, pecho y brazos, no sin antes haber puesto desodorante en las axilas, cuyos vellos, como un cubano típico, se ha encargado antes de recortar. Se huele los brazos, las axilas. Sonríe satisfecho. Aprovecha la sonrisa para estudiar otra vez los dientes cepillados con exageración y admirar el destello de la muela dorada. (No, la muela no esplende lo suficiente. Lucio se acerca al espejo, y, como un cubano típico, toma un paño e insiste en ella varias veces, para que brille, sí, para que brille, porque la nariz y la frente no deben brillar; la muela de oro, sí, que se vea en la noche, que todos la vean.) Toca el turno al pantalón. De casimir. Le gusta el casimir. Es una tela que acaricia su muslos, y a Lucio, como un cubano típico, le gusta que le acaricien los muslos. Calza los zapatos charolados. Hace y deshace los lazos de los cordones hasta que quedan perfectos. Con un paño insiste en las puntas de los zapatos, que también ellos deben fulgurar, provocar deslumbramiento. Estudia rápido, aunque preciso, el modo en que el pantalón cae sobre el zapato (para un cubano típico, posee la mayor importancia.) Cuidadoso, con movimientos lentos y estudiados, voluptuosos, viste la camisa. Blanca, por supuesto, de mangas cortas para soportar el calor; blanca, de hilo almidonado, planchada hasta el exceso por Irene (hasta eso: Lucio, como un cubano típico, tiene la típica madre cubana que se preocupa porque el hijo parezca un príncipe) Con toda intención, olvida abrochar los dos últimos botones de la camisa; así, se podrá ver el borde de la camiseta y la piel nítida y el modo recio, victorioso con que se yergue el cuello de Lucio. Toca el turno al flus. El flus se acomoda veloz al cuerpo como si hubiera recibido una orden. Vuelve a retocar las patillas. Vuelve a estudiar los dientes y, en especial, la muela de oro. Se peina otra vez. Otra vez pasa el dedo mojado en saliva por cejas y pestañas. Con la lengua, humedece los labios. Perfuma el pañuelo que no va para el bolsillo del flus, sino para el del pantalón. Mira un instante, de modo casi maquinal, el reloj que lleva a la muñeca, y contempla la obra terminada. Sí, ha quedado bien, está muy bien, parece decir la expresión entre preocupada y satisfecha de su cara, el ceño graciosamente fruncido. Por fin, como un cubano típico, lanza un beso entre burlón y sincero a la imagen que está al otro lado del espejo. La imagen, que también corresponde a la del cubano típico que Lucio es, responde con un beso que lleva la misma carga de burlona sinceridad.


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De cada uno de los personajes de esta novela (y son muchos) saldría, sin duda, otra novela entera. Nada fácil de leer, necesité volver una y otra vez a ella y, aún así, me sigue sorprendiendo cada vez que la repaso. Y lo hago con frecuencia. No es posible hacer un resumen, pero os dejo el que figura en la solapa de la cubierta, aunque, en verdad, no puedes hacerte una idea de lo que la novela es.
Contraportada.Tuyo es el reino: un dios menor, a tu medida, y de tu condición mortal, lo ha creado para ti. Es una isla dentro de otra isla, una finca aislada a las afueras de La Habana, invadida por una naturaleza exuberante y poblada de gentes muy diversas. Es un mundo en pequeño, con su parcela de más acá y de más allá, con su paraíso y su infierno; un reino perdido y recobrado, al fin, por el recuerdo y la palabra.
El autor. Nació en La Habana en 1954. Licenciado en Lengua y Literatura Hispánica. Ha escrito teatro, ensayo, poesía y es profesor y conferenciante. "Tuyo es el reino" es su primera novela, publicada en España en 1997.

01 abril 2007

Ernest Hemingway

El viejo y el mar
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Capitulo I (frag.)
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Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. En los primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado, los padres del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitiva y rematadamente salao, lo cual era la peor forma de la mala suerte, y por orden de sus padres el muchacho había salido en otro bote que cogió tres buenos peces la primera semana. Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su bote vacío, y siempre bajaba a ayudarle a cargar los rollos de sedal o el bichero y el arpón y la vela arrollada al mástil. La vela estaba remendada con sacos de harina y, arrollada, parecía una bandera en permanente derrota.
El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas en la parte posterior del cuello. Las pardas manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaban en sus mejillas. Estas pecas corrían por los lados de su cara hasta bastante abajo y sus manos tenían las hondas cicatrices que causa la manipulación de las cuerdas cuando sujetan los grandes peces. Pero ninguna de estas cicatrices era reciente. Eran tan viejas como las erosiones de un árido desierto.
Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y éstos tenían el mismo color del mar y eran alegres e invictos.
-Santiago -le dijo el muchacho trepando por la orilla desde donde quedaba varado el bote -Yo podría volver con usted. Hemos hecho algún dinero.
El viejo había enseñado al muchacho a pescar y el muchacho le tenía cariño.
-No -dijo el viejo -. Tú sales en un bote que tiene buena suerte. Sigue con ellos.
-Pero recuerde que una vez llevaba ochenta y siete días sin pescar nada y luego cogimos peces grandes todos los días durante tres semanas.
-Lo recuerdo -dijo el viejo. Y yo sé que no me dejaste porque hubieses perdido la esperanza.
-Fue papá quien me obligó. Soy un chiquillo y tengo que obedecerle.
-Lo sé -dijo el viejo -.Es completamente normal.
-Papá no tiene mucha fe.
-No. Pero nosotros sí, ¿verdad?

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Así comienza una de las novelas más famosas del siglo XX. Hemingway, con una carrera periodística y literaria bien conocida, nació en 1899 y se suicidó en 1961. Fue galardonado con el Nobel de Literatura en 1954. Corresponsal de guerra, ejerció como tal en España, durante el enfrentamiento civil de 1936-1939.
Hemingway está incluído en la lista de escritores estadounidenses de la llamada "generación perdida" que, desencantados y críticos con el panorama literario y político de su país después de la I Guerra Mundial, se exiliaron a Europa, donde realizaron la mayor parte de su obra literaria. Seis de ellos destacan poderosamente: Scott Fitzgerald, Dos Passos, Faulkner, H. Miller, Steinbeck y el propio Hemingway. El término "generación perdida" fue acuñado por Gertrude Stein que fue también todo un personaje.