30 octubre 2007

Herman Melville

Bartleby el escribiente
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(frag. páginas 30-31)
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[...] Yo ayudaba en persona a confrontar algún documento breve, llamando a Turkey o a Nippers con este propósito. Uno de mis fines al colocar a Bartleby tan a mano, detrás del biombo, era aprovechar sus servicios en estas ocasiones triviales. Al tercer día de su estada, y antes de que fuera necesario examinar lo escrito por él, la prisa por completar un trabajito que tenía entre manos, me hizo llamar súbitamente a Bartleby. En el apuro y en la justificada expectativa de una obediencia inmediata, yo estaba en el escritorio con la cabeza inclinada sobre el original y con la copia en la mano derecha algo nerviosamente extendida, de modo que, al surgir de su retiro, Bartleby pudiera tomarla y seguir el trabajo sin dilaciones.
En esta actitud estaba cuando le dije lo que debía hacer, esto es, examinar un breve escrito conmigo. Imaginen mi sorpresa, mi consternación, cuando sin moverse de su ángulo, Bartleby, con una voz singularmente suave y firme, replicó:
-Preferiría no hacerlo.
Me quedé un rato en silencio perfecto, ordenando mis atónitas facultades. Primero se me ocurrió que mis oídos me engañaban o que Bartleby no había entendido mis palabras. Repetí la orden con la mayor claridad posible; pero con claridad se repitió la respuesta:
-Preferiría no hacerlo.
-Preferiría no hacerlo - repetí como un eco, poniéndome en pie, excitadísimo y cruzando el cuarto a grandes pasos -. ¿Qué quiere decir con eso? Está loco. Necesito que me ayude a confrontar esta página; tómela - y se la alcancé.
-Preferiría no hacerlo -dijo.
Lo miré con atención. Su rostro estaba tranquilo; sus ojos grises, vagamente serenos. Ni un rasgo denotaba agitación. Si hubiera habido en su actitud la menor incomodidad, enojo, impaciencia o impertinencia, en otras palabras, si hubiera habido en él cualquier manifestación normalmente humana, yo lo hubiera despedido en forma violenta. Pero, dadas las circunstancias hubiera sido como poner en la calle a mi pálido busto en yeso de Cicerón.
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Mi comentario: Este fragmento es el que recoge por primera vez la famosa frase de Bartleby "Preferiría no hacerlo", que se repite muchas veces más a lo largo de este relato de Melville. Un relato celebrado, y mil veces traído a colación literaria; la última, que yo sepa, por Enrique Vila-Matas en su magnífica novela "Bartleby y Compañía". Bartleby es un irrepetible personaje literario, a años luz, en cuanto a temperamento, de aquel otro que diera fama mundial a su autor; el capitán Acab.
El Autor: Herman Melville, escribió mucho más que "Moby Dick". Además de las ya nombradas aquí, sólo he leído "Benito Cereno", pero no debió gustarme mucho porque apenas la recuerdo :) De su poesía, no sé nada y eso sí que quiero subsanarlo. Más cosas sobre Melville: http://es.wikipedia.org/wiki/Herman_Melville
El Libro: El relato está incluído en un volumen titulado "Antologia del Cuento Triste", que contiene 25 cuentos de otros tantos autores muy conocidos. Fueron recopilados por Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs que, por sí solos, ya son una garantía de calidad y buen hacer literario.
Ediciones Santillana. Colección "Punto de Lectura", por si os interesa. (Unos 15 euros, me parece recordar)
Os dejo aquí el texto completo, listo para descargar.

25 octubre 2007

Jorge Luis Borges

La Casa de Asterión
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(Cuento completo)
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Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.
Apolodoro, Biblioteca, III,I


Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito*) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya veras cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto.
¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?
El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.
FIN* El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir que, en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos.
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Mi comentario: Cómo dije; Borges no está entre mis favoritos :( Sin embargo, éste relato, lo sé casi de memoria. Oír al Minotauro explicarse a sí mismo y al Laberinto es toda una experiencia. Especialmente si a una le gusta mucho la Mitología. Siempre había visto al Minotauro como un ser profundamente desgraciado. Y Borges lo vio mucho antes que yo, que para eso era un genio.
Lo tecleo exactamente como está escrito en la edición de que dispongo.

22 octubre 2007

Judy Budnitz

Cisterna
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(fragmento final)
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Al cabo de unos días mi padre telefoneó, su voz sonaba tensa.
Tu madre ha hablado hoy con la clínica donde le hicieron la mamografía, dijo, pero no quiere decirme nada. Lleva todo el día en su cuarto, llorando. Ha estado una hora al teléfono hablando con tu hermana. Supongo que los médicos han encontrado algo, pero ya te avisaré cuando sepamos algo seguro.
Vale.
Colgué y telefonée a Mich.
Hola, dijo. Me dio la impresión de que casi se atraganta con uno de sus bolis.
Mich, dije, es tuyo ¿verdad?
Suspiró y dijo:
Es ridículo, pero pensé que le estaba haciendo un favor, pensé que le ahorraba un montón de preocupaciones.
Entraste en su lugar ¿verdad?
¿Sabes? Está más preocupada que si fuera ella la que tiene un bulto en el pecho. Siente como si fuera su bulto, como si estuviera reservado para ella y me lo hubiera pasado de algún modo.
Eso es una tontería, dije. Sentí que hablaba conmigo misma.
Aunque, ¿sabes qué?, si fuera posible, lo haría, dijo Mich. Quiero decir que si hubiera alguna forma mágica de sacarle un bulto del pecho y ponérmelo yo, lo haría sin dudar.
Ojalá pudiera hacerlo yo por ti.
Sí, podríamos compartirlo entre todas.
Un postre y tres tenedores.
Y más tarde, mientras permanecía sentada a solas en el suelo de mi piso, empecé a perder la pista de dónde acababa yo y dónde empezaba la gente, y me acordé de mí, sentada en una sala blanca con el pecho aplastado entre las mandíbulas de una máquina zumbona, y palpé en busca del bulto que yo creía mío y a veces pensaba que era de mi madre e imaginé las mamografías como paisajes lunares. Luego ya no recordaba quien tenía el bulto, parecía que todas lo tuviéramos, era de mi madre, de mi hermana y mío, y luego volvió a sonar el teléfono y lo cogí y oí a mi padre llamarme como hacía a veces: Leah-Lisa-Mich.
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Breve resumen, por una vez: Mich y Lisa son hermanas y estudian lejos de casa. Se turnan cada año para ir a ver sus padres en la fiesta de Acción de Gracias. Su madre, Leah, no quiere hacerse la mamografía que le han ordenado los médicos y el primer año, la acompaña Lisa a la clínica. Leah, se las arregla para desaparecer y Lisa, cansada de oír cómo llaman a su madre, entra y se hace la mamografía como si ella fuera Leah. El año siguiente, es Mich quien cubre a su madre, con el resultado que refleja el final que os transcribo.
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Mi comentario: Nunca había oído hablar de Judy Budnitz. El relato, que es una preciosidad, está escrito en ese estilo tan propio de los norteamericanos que llegan después de Raymond Carver. En 17 páginas de letra pequeña, Judy Budnitz, te pasea por la vida de su familia, de las relaciones sentimentales de ella misma y de su hermana, por sus estudios, por sus decepciones y sus esperanzas y por todo lo que significa la comprensión del miedo y el amor necesario para hacerle frente. Y la desesperación de la madre que teme haber sido la causante del cáncer de su hija por haber permitido que ocupara su puesto en la sala de radiología. El título, un tanto extraño, tiene que ver con una maniobra de distracción que hace la madre en la clínica, asegurando que hay un pez rojo y enorme en la cisterna del lavabo de señoras.
El libro: Encontré el volumen que contiene este y otros cuentos muy interesantes por pura casualidad. Se titula "Lo mejor de McSweeney´s II", por lo que deduzco que debe haber un número I. Es, según la breve nota de contraportada, una recopilación de los mejores cuentos publicados en una revista "de culto" llamada Mc Sweeney, s. Tengo que decir que ha sido una sorpresa fantástica, porque se aleja un poco de los caminos trillados y aborda temas de todo tipo en sus cuentos y artículos, todos muy buenos y muy diversos; desde la ciencia ficción hasta las guerras del desierto americanas. Os dejo el único enlace que he encontrado a la revista de culto de referencia. En inglés y opción al italiano en la Wiki.
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16 octubre 2007

Vladimir Propp

Las Funciones de Propp
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Llamamos así a una serie de 31 puntos recurrentes en todos los cuentos de hadas populares. Aunque no siempre aparecen juntos, ni en el mismo orden, su función básica es, a menudo, la misma y el orden argumental se mantiene.
A saber:
01) Alejamiento. Uno de los miembros de la familia se aleja.
02) Prohibición. Recae una prohibición sobre el héroe.
03) Transgresión. La prohibición es transgredida.
04) Conocimiento. El antagonista entra en contacto con el héroe.
05) Información. El antagonista recibe información sobre la víctima.
06) Engaño. El antagonista engaña al héroe para apoderarse de él o de sus bienes.
07) Complicidad. La víctima es engañada y ayuda así a su agresor a su pesar.
08) Fechoría. El antagonista causa algún perjuicio a uno de los miembros de la familia.
09) Mediación. La fechoría es hecha pública, se le formula al héroe una petición u orden, se le permite o se le obliga a marchar.
10) Aceptación. El héroe decide partir.
11) Partida. El héroe se marcha.
12) Prueba. El donante somete al héroe a una prueba que le prepara para la recepción de una ayuda mágica.
13) Reacción del héroe. El héroe supera o falla la prueba.
14) Regalo. El héroe recibe un objeto mágico.
15) Viaje. El héroe es conducido a otro reino, donde se halla el objeto de su búsqueda.
16) Lucha. El héroe y su antagonista se enfrentan en combate directo.
17) Marca. El héroe queda marcado.
18) Victoria. El héroe derrota al antagonista.
19) Enmienda. La fechoría inicial es reparada.
20) Regreso. El héroe vuelve a casa.
21) Persecución. El héroe es perseguido.
22) Socorro. El héroe es auxiliado.
23) Regreso de incógnito. El héroe regresa, a su casa o a otro reino, sin ser reconocido.
24) Fingimiento. Un falso héroe reivindica los logros que no le corresponden.
25) Tarea difícil. Se propone al héroe una difícil misión.
26) Cumplimiento. El héroe lleva a cabo la difícil misión.
27) Reconocimiento. El héroe es reconocido
28) Desenmascaramiento. El falso queda en evidencia.
29) Transfiguración. El héroe recibe una nueva apariencia.
30) Castigo. El antagonista es castigado.
31) Boda. El héroe se casa y asciende al trono.
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Comentario personal: Con frecuencia encontramos referencias a Vladimir Propp y sus famosas "Funciones"; y también, con frecuencia, están reducidas a 10 o 12, pero son 31; ni más ni menos. Propp fue un gran estudioso de los cuentos de hadas y lo hizo con una profundidad que ha quedado como referente, no solo de los cuentos de hadas, sino de la literatura en general. Para aquellos de vosotros que hayáis leído, por ejemplo "La Catedral del Mar", os resultarán fácilmente reconocibles estas funciones o puntos de referencia en la novela. Creo que Falcones, no se saltó ni una al escribirla. Es el ejemplo que se me ha ocurrido a bote pronto, pero puedo pensar en los libros de Matilde Asensi, o de Katherine Neville y en muchos otros, mejores y peores. Hay que leer "Las Raíces Históricas del Cuento" y "La Morfología del Cuento" para darse cuenta de hasta que punto estamos contando lo mismo desde el principio de los tiempos y de cómo, desde nuestro remoto pasado, las historias han evolucionado partiendo de un patrón casi idéntico en todos los puntos de la tierra. Hemos inventado nuevas palabras y expresiones, para nuevas circunstancias o perplejidades, pero resulta igualmente creíble, o increíble, un ángel llevando un alma al cielo católico, que un águila haciendo el mismo trabajo para los emperadores de Roma. Al Olimpo y al Cielo, sólo se puede llegar volando.
Hay mucho más, pero no quiero alargar demasiado el post. Volveré a Propp, porque me costó mucho encontrar sus obras y quiero amortizarlas :)

10 octubre 2007

Onelio Jorge Cardoso

Francisca y la Muerte
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Cuento completo
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-Santos y buenos días - dijo la muerte, y ninguno de los presentes la pudo reconocer. ¡Claro!, venía la parca con su trenza retorcida bajo el sombrero y su mano amarilla al bolsillo.
-Si no molesto -dijo-- , quisiera saber dónde vive la señora Francisca.
-Pues mire - le respondieron, y asomándose a la puerta, señaló un hombre con su dedo rudo de labrador:
-Allá por las cañas bravas que bate el viento, ¿ve? Hay un camino que sube la colina. Arriba hallará la casa.
"Cumplida está", pensó la muerte y dando las gracias echó a andar por el camino aquella mañana que, precisamente, había pocas nubes en el cielo y todo el azul resplandecía de luz.
Andando pues, miró la muerte la hora y vio que eran las siete de la mañana. Para la una y cuarto, pasado el meridiano, estaba en su lista cumplida ya la señora Francisca.
"Menos mal, poco trabajo; un solo caso", se dijo satisfecha de no fatigarse la muerte y siguió su paso, metiéndose ahora por el camino apretado de romerillo y rocío.
Efectivamente, era el mes de mayo y con los aguaceros caídos no hubo semilla silvestre ni brote que se quedara bajo tierra sin salir al sol. Los retoños de las ceibas eran pura caoba transparente. El tronco del guayaba soltaba, a espacios, la corteza, dejando ver la carne limpia de la madera. Los cañaverales no tenían una sola hoja amarilla. Verde era todo, desde el suelo al aire y un olor a vida subiendo de las flores.
Natural que la muerte se tapara la nariz. Lógico también que ni siquiera mirara tanta rama llena de nido, ni tanta abeja con su flor. Pero, ¿qué hacerse?; estaba la muerte de paso por aquí, sin ser su reino.
Así, pues, echó y echó la muerte por los caminos hasta llegar a casa de Francisca:
-Por favor, con Panchita - dijo adulona la muerte.
-Abuela salió temprano - contestó una nieta de oro, un poco temerosa aunque la parca seguía con su trenza bajo el sombrero y la mano en el bolsillo.
-¿Y a qué hora regresa? - preguntó.
-¡Quién lo sabe! - dijo la madre de la niña- . Depende de los quehaceres. Por el campo anda, trabajando.
Y la muerte se mordió el labio. No era para menos seguir dando rueda por tanto mundo bonito y ajeno.
-Hace mucho sol. ¿Puedo esperarla aquí?
-Aquí quien viene tiene su casa. Pero puede que ella no regrese hasta el anochecer o la noche misma.
«¡Contra!», pensó la muerte, «se me irá el tren de las cinco. No; mejor voy a buscarla». Y levantando su voz, dijo la Muerte:
-¿Dónde, al fijo, pudiera encontrarla ahora?
-De madrugada salió a ordeñar. Seguramente estará en el maíz, sembrando.
-¿Y dónde está el maizal? - preguntó la Muerte.
-Siga la cerca y luego verá el campo arado detrás.
-Gracias - dijo seca la muerte y echó a andar de nuevo.
Pero miró todo el extenso campo arado y no había un alma en él. Sólo garzas. Soltóse la trenza la muerte y rabió:
-¡Vieja andariega, dónde te habrás metido! -. Escupió y continuó su sendero sin tino.
Una hora después de tener la trenza ardida bajo el sombrero y la nariz repugnada de tanto olor a hierba nueva, la muerte se topó con un caminante:
-Señor, ¿pudiera usted decirme dónde está Francisca por estos campos?
-Tiene suerte -dijo el caminante -media hora lleva en casa de los Noriegas. Está el niño enfermo y ella fue a sobarle el vientre.
-Gracias - dijo la muerte como un disparo, y apretó el paso.
Duro y fatigoso era el camino. Además ahora tenía que hacerlo sobre un nuevo terreno arado, sin trillo, y ya se sabe cómo es de incómodo sentar el pie sobre el suelo irregular y tan esponjoso de frescura, que se pierde la mitad del esfuerzo. Así por tanto, llegó la muerte hecha una lástima a casa de los Noriegas:
-Con Francisca, a ver si me hace el favor.
-Y se marchó.
-¡Pero, cómo! ¿Así, tan de pronto?
-¿Por qué tan de pronto? -le respondieron - . Sólo vino a ayudarnos con el niño y ya lo hizo. ¿A qué viene extrañarse?
-Bueno..., verá - dijo la muerte turbada -, es que siempre una hace su sobremesa en todo, digo yo.
-Entonces usted no conoce a Francisca.
-Tengo sus señas - dijo burocrática la Impía.
-A ver; dígalas- esperó la madre. Y la muerte dijo:
-Pues..., con arrugas; desde luego ya son sesenta años...
-¿Y qué más?
-Verá..., el pelo blanco..., casi ningún diente propio..., la nariz, digamos...
-¿Digamos qué?
-Filosa.
-¿Eso es todo?
-Bueno..., por demás nombre y dos apellidos.
-Pero usted no ha hablado de sus ojos.
-Bien; nublados..., sí, nublados han de ser..., ahumados por los años.
-No, no la conoce- dijo la mujer - . Todo lo dicho está bien, pero no los ojos. Tiene menos tiempo en la mirada. Ésa, quien usted busca, no es Francisca.
Y salió la muerte otra vez al camino. Iba ahora indignada, sin preocuparse mucho por la mano y la trenza, que medio se le asomaba bajo el ala del sombrero.
Anduvo y anduvo. En casa de los González le dijeron que estaba Francisca a un tiro de ojo de allí, cortando pangola para la vaca de los nietos. Mas sólo vio la muerte la pangola recién cortada y nada de Francisca, ni siquiera la huella menuda de su paso.
Entonces la muerte, quien ya tenía los pies hinchados dentro de los botines enlodados, y la camisa negra, más que sudada, sacó su reloj y consultó la hora:
-¡Dios! ¡Las cuatro y media! ¡Imposible! ¡Se me va el tren!
Y echó la muerte de regreso, maldiciendo.
Mientras, a dos kilómetros de allí, escardaba de malas hierbas Francisca el jardincito de la escuela. Un viejo conocido pasó a caballo y, sonriéndole, le tiró a su manera el saludo cariñoso:
-Francisca, ¿cuándo te vas a morir?
Ella se incorporó asomando medio cuerpo sobre las rosas y le devolvió el saludo alegre:
-Nunca -dijo -, siempre hay algo que hacer.
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Comentario personal: Burlar a la muerte, evitar que nos alcance, es un tema tan antiguo y universal como la existencia del hombre. Proyección de nuestro deseo de inmortalidad. No queremos morirnos y fabulamos con la evitación de lo inevitable. En este cuento, Francisca no sabe que la muerte la busca; ni siquiera ha pensado en tal posibilidad. Es que no tiene tiempo. La Muerte tendrá que esperar.
El autor: Una de esas biografías en que la dura lucha por sobrevivir no logra apartar al hombre de su vocación de escritor. La muestra: http://www.cubaliteraria.cu/autor/onelio_jorge_cardoso/bio.html
Me ha parecido siempre que no leemos suficiente literatura cubana, que sus escritores están medio desaparecidos y que solo puntualmente, aparecen, brillan para nosotros un momento y vuelven a desaparecer. El caso de Reynaldo Arenas es una buena muestra. Y Onelio Jorge Cardoso es, creo, el gran desconocido entre los escritores de cuentos de Cuba.