28 febrero 2009

Franca, Jacopo y Darío Fo (2 y 3)

Marcela, una lectora de este blog, me escribió para pedirme un monólogo de esta obra, de la que ya publiqué uno que encontraréis en la misma etiqueta que éste y que, si no habéis leído, os lo aconsejo, porque es también muy divertido. Hoy os dejo dos cortitos.

Tengamos el sexo en paz
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La Virginidad
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Otro tema sobre el que hay mucha confusión es la virginidad.
¡Una pesadilla!
No se sabe por qué, pero las que ya no son vírgenes cuentan a las vírgenes... en relación con "ese momento... unas historias terroríficas! "Él, con su ariete, tiene que rasgar tu himen....¡Ahaaaa, qué pánico!" y luego la sangre... Hay culturas que siguen exponiendo las sábanas manchadas de sangre tras la noche de bodas..., sangre, sangre... Así que, cuando me llegó "ese momento", me esperaba surtidores de sangre... el techo manchado de sangre... "¿Cómo podré limpiarlo?"
Después descubrí que era puro invento. Es un hecho natural, que si se realiza con amor, no es nada...
Además, os informo de que el 20% de las mujeres no tienen himen, o lo tienen tan fino que se rasga de manera casual.
Ahora deberíamos guardar un minuto de silencio por ese 20% de mujeres que a lo largo de los siglos han sido acusadas de no ser vírgenes, sólo porque no tenían himen.
Además, hombres, nadie os obliga... ¡RAS...! ¡Ni que fuera la toma de las Bastilla! ¿Ella está angustiada? Pues un empujoncito hoy, otro empujoncito mañana...
Al terminar una función, vino a verme una chica:
"Qué bien has hecho en decir lo del empujoncito hoy, el empujoncito mañana, porque mis amigas se reían de mí..., me casé el 15 de diciembre... un empujoncito hoy, otro empujoncito mañana... y por fin, el 18 de mayo..."
Le costó un poco, pero no ha tenido ningún trauma.
En Dinamarca, por ejemplo, en segundo ciclo de enseñanza básica proyectan unos dibujos animados que enseñan a las niñas de 11, 12 o 13 años, a liberarse del himen con las uñas.
Es otra cultura.
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Los hombres, qué fantasmas
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En toda la historia del mundo, nosotros, los modernos, hemos sido los primeros en plantearnos el problema de nuestro placer. Cuando la gente trabajaba 18 horas diarias, no les quedaban energías que dedicar al acto sexual. Estaban agotados, comían, se acostaban, tran-tran-tran, y desspués, grrrrr... (Ronca)
Hoy en día sigue ocurriendo, aunque se trabaje mucho menos.Algunas amigas mías se quejan de que trun-trun-trun, y después, grrrrr, sin decir siquiera : "Gracias, cariño, ¿quieres una copa?"
Para los hombres, exhibir su disfrute se ha convertido en un símbolo de status social: una esposa, una novia, un novio, tres amantes ..., y ¡hala, a presumir!
Cómo ese actor inglés que afirmaba haber copulado tres mil veces en cinco años, con tres mil mujeres distintas. ¡Tres mil! ¿Dónde está la gracia de hacerlo así... en plan conejo mecánico? (Jadea rápidamente) "Aha aha... gracias guapa ¡Aha aha! ¿Te ha gustado?... ¡Aha aha! ¿Cómo te llamas?" , etcétera.
Auténticos trabajos forzados.
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No necesita comentario; lo encontraréis en el primer post de esta obra.

13 febrero 2009

William Saroyan

Mi nombre es Aram
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La historia del caballo blanco. Final.
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Una mañana, cuando íbamos a encerrarlo en el granero de la viña desierta de Fetvajián, nos topamos de manos a boca con el granjero John Byro, que venía de la ciudad.
--Deja que le hable yo - dijo mi primo -. Yo sé bien cómo hay que tratar con los granjeros.
--Buenos días, John Byro - dijo Murad.
El granjero se quedó mirando con mucha atención al caballo.
--Buenos días, hijos de mis amigos - contestó-. ¿Cómo se llama este caballo vuestro?
--Se llama Corazón - le dijo mi primo Murad en armenio.
--Bonito nombre - dijo John Byro - para un caballo tan bonito. Podría jurar que es el mismo que me han robado hace unos meses. ¿Me dejáis que le mire la boca?
--Naturalmente - dijo el primo Murad.
El granjero le miró la boca al caballo.
--Pelo por pelo y diente por diente - dijo-. Si no conociese tan bien a vuestros padres, juraría que era éste mi caballo. Pero bien sé la fama de honradez de vuestra familia. Sin embargo, el caballo es hermano carnal del mío. Si yo fuera desconfiado, creería más a mis ojos que a mis sentimientos. Adiós, amigos míos.
--Buenos días, John Byro - contestó mi primo Murad.
A la mañana siguiente, temprano, cogimos el caballo y lo llevamos a la granja de John Byro y se lo dejamos en el granero. Los perros vinieron detrás de nosotros sin dar un ladrido.
--Estos perros... - le dije yo muy bajo a Murad -. Creí que iban a ladrar.
--A otro cualquiera le ladrarían- dijo Murad -. Pero yo sé cómo hay que entenderse con los perros.
Mi primo Murad abrazó al caballo, juntó su nariz con la nariz del animal, le acarició y luego nos fuimos.
Aquella tarde John Byro vino a nuestra casa en su tartana y le enseñó a mi madre el caballo robado y devuelto.
--Yo no sé que pensar - dijo -. El animal ha venido más gordo que se fue. Y más manso también. Doy gracias a Dios.
Mi tío Kosrove, que estaba en la salita, se excitó y empezó a bramar:
--Calma, hombre, calma. El caballo ya ha aparecido. No tiene ninguna importancia.
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Comentario: El tío Kosrove cierra la historia con las palabras justas. La aventura del caballo y los niños ha durado lo justo y los mayores hacen como que no se enteran de nada para dejarles vivir unos días como en "la vieja patria", pero sin que se menoscabe, de manera irreparable, la ancestral honradez de la familia. Para Byro, esos niños y sus familias son, también, la única familia que tiene en ese país extraño y está dispuesto a comulgar con ruedas de molino antes que perderla y sabiendo, además, que el caballo le será devuelto.
El primo Murad, es el hacedor de milagros; cura a los pájaros, los perros no le ladran y los caballos le obedecen; es la bondad personificada, el mismo espíritu de la naturaleza, compatible con el ansia de aventura de un niño que lleva en el alma la nostalgia de tiempos y tierras que ni conoció. Aram, en cambio, nunca logra montar bien al caballo. Ya ha empezado a distanciarse un tanto de la antigua vida de su familia y su comunión con la naturaleza es más que nada, un potente deseo y no algo que aparece espontáneamente, como en Murad. Por eso, no para de hacer preguntas, sin saber que nunca podrán darle una respuesta satisfactoria y racional.
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William Saroyan

Mi nombre es Aram
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La historia del caballo blanco. Fragmento 3
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--No era fácil -me dijo - coger un caballo y dominarlo así como así. Primero hay que dejarle rienda suelta, que corra lo que quiera; pero como te he dicho, yo manejo bien un caballo. Y me las arreglo para hacer que él quiera lo que yo quiero que haga. Y los caballos ya me entienden.
--¿Y cómo haces para que te entiendan?- dije yo.
--Yo entiendo bien a los caballo.
--Pero ¿qué manera tienes de entenderlos? - le seguí preguntando.
--Muy sencillo y sin trucos.
--Bueno-le dije - pero yo quiero que me expliques cómo has conseguido entender tan bien a los caballos.
--Tú todavía eres chico - me dijo -. Cuando tengas trece años sabrás cómo hay que hacer para entenderse con un caballo.
Llegué a casa y tomé un buen desayuno.
Por la tarde, el tío Kosrove vino a nuestra casa por café y cigarrillos. Se sentó en la salita, y entre sorbo y chupada se puso a recordar la patria. Luego llegó otro visitante, un granjero llamado John Byro, un asirio que, como no tenía con quién entenderse en su idioma, había aprendido a hablar armenio. Mi madre le trajo también al nuevo visitante café y tabaco, y él lió el cigarrillo y bebió un sorbo y echó humo y por fin, suspirando, dijo:
--Mi caballito blanco que me habían robado el mes pasado ha vuelto a desaparecer. No sé que pensar de ésto.
Mi tío Kosrove se puso muy excitado y bramó:
--No importa. Después de todo, ¿qué significa eso de perder un caballo? ¿No hemos perdido toda nuestra patria? ¿Qué es eso de llorar por un caballo?
--Esto está bien para uno como usted, que vive en la ciudad -dijo John Byro - pero ¿y mi tartana? ¿Para qué sirve una tartana no teniendo caballo?
--No hagas caso - bramó mi tío Kosrove.
--He tenido que andarme diecisiete kilómetros a pie para venir aquí- repuso John Byro.
--Usted tiene buenas piernas- bramó el tío.
--Pero la pierna izquierda me duele.
--No hagas caso - siguió gritando el tío.
--Ese caballo me costó sesenta dólares.
--Yo escupo al dinero - dijo mi tío Kosrove.
Y se levantó y se marchó con su porte majestuoso, cerrando de golpe la puerta.
Mi madre explicó:
--Tiene un gran corazón. Es sencillamente que tiene nostalgia de su tierra y que es un hombre que no da importancia al dinero.
Entonces el granjero se fue y yo corrí a casa de mi primo Murad. Estaba sentado en el huerto debajo de un albérchigo, intentando arreglar el ala herido de un petirrojo de cría que no podía volar. Le estaba hablando al pájaro.
--¿Qué pasa? - dijo al verme.
--El granjero John Byro. Ha venido a nuestra casa. Necesita su caballo. Ya hace un mes que lo tienes tú. Quiero que me prometas que no lo soltarás hasta que yo aprenda a montar.
--Pasará un año, antes de que tú aprendas a montar - dijo mi primo Murad.
--Tendremos el caballo un año.
--¿Qué?- bramó -. ¿Estás invitando a robar a un Garoglanián? El caballo tiene que volver a su legítimo propietario.
--¿Cuándo? - dije yo.
--Lo más tarde en seis meses.
Y soltó el pájaro en el aire. El pájaro movió las alas y estuvo a punto de caer por dos veces, pero al fin pudo sostenerse y voló alto y bien.
Y todas las mañanas muy temprano, por espacio de dos semanas, cogíamos mi primo Murad y yo el caballo del granero de la viña desierta donde lo teníamos escondido y montábamos; y todas las mañanas, cuando me tocaba la vez de montar solo, echaba el caballo a correr a través de las viñas y de los frutales y terminaba por tirarme y escapar. Pero yo no me desanimaba y esperaba con el tiempo aprender y llegar a montar lo mismo que mi primo Murad.

08 febrero 2009

William Saroyan

Mi nombre es Aram
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La historia del caballo blanco. Fragmento 2
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--Déjame que me vista un poco - le dije.
--Bien - dijo él -; pero date prisa.
Y empecé a vestirme corriendo.
Luego salté por la ventana al patio y monté en el caballo, detrás de mi primo Murad.
Este año vivíamos en las afueras de la ciudad, en la avenida del Nogal. Nuestra casa, por detrás, daba al campo; viñedos, huertas, canalillos de riego y caminos. En menos de tres minutos ya estábamos en la avenida del Olivo y entonces el caballo se puso al trote. El aire estaba limpio y daba gusto respirar. Eso de ir corriendo a caballo es maravilloso. Mi primo Murad, a quien tenían por uno de los más locos de la familia, empezó a cantar. Más que cantar, bramaba de gusto.
En todas las familias dicen que hay una vena de locos, y a mi primo Murad le tenían por el descendiente natural de esa vena loca de nuestra tribu. Antes que él venía el tío Kosrove, un tipo enorme con una cabeza soberbia de pelo negro y unos bigotes que eran los más grandes en todo el valle de San Joaquín; hombre de temperamento tan furioso, tan irritable, tan impaciente que a cualquiera que estuviera diciendo algo le paraba con un rugido: "No importa; no hagan caso"
Esto era todo, fuese cual fuese el tema de conversación. Una vez vino corriendo su propio hijo Arak, desde más de un kilómetro, hasta la barbería donde le estaban arreglando el bigote, a decirle que la casa estaba ardiendo. Entonces el tío Kosrove se puso derecho en la silla y rugió:
--No importa; no hagan caso.
El barbero le dijo:
--Pero dice el chico que su casa está ardiendo.
Y el tío Kosrove volvió a rugir:
--Basta; no importa, he dicho.
A mi primo Murad le consideraban descendiente natural de este hombre, aunque el padre de Murad era Zorab, que tenía buen sentido práctico y nada más. Así era en nuestra tribu. Un hombre podía ser el padre carnal de su hijo, pero eso no quería decir que por ello hubiera de ser su padre en espíritu. Y la distribución de los varios tipos de espíritu en nuestra tribu había sido desde el principio harto caprichosa y fluctuante.
El caso es que nosotros íbamos corriendo a caballo, y mi primo Murad cantaba. Para todo el que nos conocía, era como si estuviéramos en nuestra vieja patria, a la cual, según algunos de nuestros vecinos, seguíamos perteneciendo.
Y dejamos correr el caballo a todo galope sólo por el gusto de correr.
Luego, mi primo Murad dijo:
--Bájate. Tengo que correr solo.
--¿Me dejarás luego correr solo a mí?- le dije yo.
--Esto ya es cosa del caballo -dijo mi primo -. Bájate.
--El caballo, sí que me dejará correr -dije yo.
--Veremos -dijo él -. No olvides que yo sé manejar un caballo.
--Bueno-le dije yo -. Si tu sabes manejar un caballo, yo he de saber también.
--Por tu propio interés -dijo el- esperemos que sí. Bájate.
--Muy bien. Pero no olvides que tú me has prometido dejarme montar solo.
Yo me bajé y entonces mi primo Murad le apretó al caballo con los talones y gritó:
--Vazir, corre.
El caballo se levantó sobre las patas traseras, dio un bufido y arrancó a una velocidad de miedo, que era la cosa más hermosa que yo había visto nunca.
Mi primo Murad cruzó con él a todo galope una pradera de hierba seca hasta un canalillo, cruzó el canalillo de un salto y cinco minutos después estaba de vuelta, chorreando sudor.
El sol empezaba a salir.
--Ahora me toca a mí montar- dije yo.
Mi primo Murad bajó del caballo.
--Monta - dijo.
Yo monté en el caballo y por un momento pasé el miedo más horroroso que pueda imaginarse. El caballo no se movió.
--Dale con los talones- dijo mi primo -. ¿Qué estás esperando? Tenemos que volverlo a llevar antes de que nadie se despierte.
Yo le di con los talones. El caballo volvió a encabritarse y a bufar. Por fin echó a correr. Yo no sabía que hacer. En vez de tirar por la pradera de hierba seca, tiró hacia abajo por el camino, hacia la viña de Dikran Halabián y una vez allí empezó a saltar por encima de las cepas. Había saltado sobre siete cepas cuando me vi en el suelo.
Mi primo Murad vino también corriendo a donde yo estaba.
--No lo siento por ti - gritó -. Pero tenemos que coger el caballo. Tú ve por aquí, que yo iré por este otro lado. Si llegas junto a él, acaríciale. Yo estaré cerca.
Yo seguí hacia abajo por el camino y mi primo Murad atravesó el campo hasta el canalillo. Tardó media hora en dar con el caballo y traerlo.
--Muy bien - dijo-. Monta. Ahora todo el mundo está ya despierto.
--¿Qué vamos a hacer? - dije yo.
--Bueno -dijo él -; o lo volvemos a llevar o lo encerramos hasta mañana por la mañana.
Él no parecía nada preocupado y yo sabía que lo iba a encerrar y que no lo soltaría así como así. Costase lo que costase, no iba a ser este rato sólo.
--¿Y dónde lo vamos a encerrar?
--Yo me sé un sitio - dijo mi primo.
--¿Cuánto hace que robaste el caballo?- le pregunté.
Porque me di cuenta de pronto de que él ya llevaba tiempo dándose estos paseos de madrugada con el caballo y que si había venido a buscarme esta mañana era sólo por lo mucho que sabía que me gustaba a mí también montar.
--¿Qué has dicho de robar un caballo?- me dijo él.
--Llámalo como quieras. ¿Cuánto hace que empezaste a montar así por las mañanas?
--Esta mañana es la primera.
--¿Dices la verdad? - dije yo.
--Desde luego que no, pero si nos cogen, esto es lo que tú tienes que decir. No quiero que tengamos que mentir los dos. Entiéndelo: tú no sabes más sino que hemos estado montando esta mañana.
--Está bien - dije yo.
Entonces él llevó tranquilamente el caballo al granero de una viña abandonada que había sido en tiempos el orgullo de un granjero llamado Fetvajián. En el granero había un poco de avena y alfalfa seca.
Y nos fuimos a casa como dos señores.