29 noviembre 2006

Mario Benedetti

El Otro Yo
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Cuento corto
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Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse imcómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañama siguiente se habia suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser íntegramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: "Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte, tan saludable".
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

Augusto Monterroso

La Oveja Negra
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Ultra corto
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En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra.
Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en los sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

28 noviembre 2006

Ambrose Bierce

Aceite de perro
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Cuento (fragmento)
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Me llamo Boffer Bings. Nací de padres honestos en uno de los más humildes caminos de la vida: mi padre era fabricante de aceite de perro y mí madre poseía un pequeño estudio, a la sombra de la iglesia del pueblo, donde se ocupaba de los no deseados. En la infancia me inculcaron hábitos industriosos; no solamente ayudaba a mi padre a procurar perros para sus cubas, sino que, con frecuencia, era empleado por mi madre para eliminar los restos de su trabajo en el estudio. Para cumplir este deber necesitaba a veces toda mi natural inteligencia, porque todos los agentes de ley de los alrededores se oponían al negocio de mi madre. No eran elegidos con el mandato de oposición, ni el asunto había sido debatido nunca políticamente: simplemente era así. La ocupación de mi padre -hacer aceite de perro- era naturalmente menos impopular, aunque los dueños de perros desaparecidos lo miraban a veces con sospechas que se reflejaban, hasta cierto punto, en mí. Mi padre tenía, como socios silenciosos, a dos de los médicos del pueblo, que rara vez escribían una receta sin agregar lo que les gustaba designar Oil Can. Es realmente la medicina más valiosa que se conoce; pero la mayoría de las personas es reacia a realizar sacrificios personales para los que sufren, y era evidente que muchos de los perros más gordos del pueblo tenían prohibido jugar conmigo, hecho que afligió mi joven sensibilidad y en una ocasión estuvo a punto de hacer de mí un pirata.
...
Una noche, al pasar por la fábrica de aceite de mi padre con el cuerpo de un niño rumbo al estudio de mi madre, vi a un policía que parecía vigilar atentamente mis movimientos. Joven como era, yo había aprendido que los actos de un policía, cualquiera sea su carácter aparente, son provocados por los motivos más reprensibles, y lo eludí metiéndome en la aceitería por una puerta lateral casualmente entreabierta. Cerré en seguida y quedé a solas con mi muerto.
...
¡Ah, qué guapo era! Ya a esa temprana edad me gustaban apasionadamente los niños, y mientras miraba al querubín, casi deseaba en mi corazón de que la pequeña herida roja de su pecho -la obra de mi querida madre- no hubiese sido mortal.
Era mi costumbre arrojar los niños al río que la naturaleza había provisto sabiamente para ese fin, pero esa noche no me atreví a salir de la aceitería por temor al agente. "Después de todo", me dije, "no puede importar mucho que lo ponga en el caldero.

27 noviembre 2006

Juan Perucho

Botánica Oculta
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La "dulce amiga"
(fragmento)
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La "Dulce Amiga" es una planta antropomorfa, oriunda de Arabia, que puede adoptar, indistintamente, la forma de hombre o de mujer -aunque lo más corriente es que se presente ostentando los encantos femeninos -, estando especialmente dotada para el espionaje y la aventura de altos vuelos.
Le han gustado siempre los vestidos caros, las sedas y las joyas y su perfume favorito es una sabia combinación de la civeta y la esencia concentrada de las rosas de Chiraz. Fue amante del califa Harún-Al-Raschild, a quien fue cedida por su antiguo propietario, el joven y atolondrado Alí-Nur. Cuenta esta historia la famosa Scherezada en las "Alf Lailah Oua Lailah" ("Las mil y una noches"), añadiendo respecto de "Dulce Amiga" que "su boca era una flor, su saliva jarabe y sus labios nuez moscada y su cuerpo fino y flexible como una tierna rama de sauce".
En palacio, "Dulce Amiga" se aficionó a las intrigas de toda clase, y circulaba por los pasillos en busca de noticias que luego contaba a su señor. Habiendo sospechado la traición en el gran visir Giafar-Al-Barmaki, un día cambió de sexo y adoptó la figura de Ibrahim, el barbero del visir, después de haberlo atado y amordazado en las pestilentes letrinas del harén.
....
Como todas las plantas mágicas "Dulce Amiga desapareció sin dejar rastro, pero reapareciendo más tarde en la figura del caballero d´Eon, en pleno siglo XVIII.

Stanislaw Lem

Memorias encontradas en una bañera
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Introducción (fragmento)
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...
El Neógeno Tardío, época en la cual ocurrió la catástrofe, no conocía la gravitónica, la ciberconomía, ni la sintafísica. La economía de los grupos étnicos respectivos llamados naciones, tenía un carácter relativamente autonómico, estando al mismo tiempo absolutamente supeditadas a la circulación del papyr. De él dependía también la continuidad de los suministros a Marte, donde Tiberis Sirtiana se encontraba entonces en la primera fase de su construcción.
La papyrólisis no arruinó solamente la vida económica. Aquellos tiempos fueron llamados, no sin acierto, la época de la papyrocracia. El papyr regulaba y coordinaba todas las actividades colectivas de los hombres, definiendo, además, de manera para nosotros incomprensible, el destino de los hombres (gracias al llamado "papyr de identidad") Tenemos que recordar aquí que hasta hoy en día no se terminaron de catalogar exhaustivamente los significados utilitarios y rituales del papyr en el folklore de entonces (y la catástrofe ocurrió durante el período del máximo auge de la cultura del Neogeno Precaótico) Conocemos algunas de sus acepciones, otras quedaron como nombres vacíos de contenido (car-tel, let-tra, din-ney-ro, docau-min-to, etc.)
En aquella época no se podía nacer, desarrollarse, instruirse, trabajar, viajar, ni conseguir medios de vida sin la mediación de un papyr.
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S. Lem, nació en Polonia en 1921. Sus novelas de ciencia ficción, están traducidas a más de 30 idiomas y su último éxito editorial "Solaris" dio origen a la película del mismo título.
Este libro en concreto, transcurre en el año 3146. Durante unas excavaciones arqueológicas, aparece un cuaderno de notas, junto a dos esqueletos que yacen en una bañera. En esas notas, está escrita la historia de los días finales de la civilización del siglo XX.

Julio Llamazares

La lentitud de los bueyes
*
21
*
Inútil es volver a los lugares olvidados y perdidos, a los paisajes y símbolos sin dueño.
*
No hay allí ya liturgias milenarias. Ni aceite fermentado en ánforas de barro.
*
Los ancianos han muerto. Los animales vagan bajo la lluvia negra.
*
No hay allí sino la lenta elipsis del río de los muertos,
la mansedumbre helada del muérdago cortado, de los paisajes abrasados por el tiempo.

D. H. Lawrence

El optimista
*
El optimista construye para sí una celda
donde se siente seguro.
Y pinta el interior de paredes azul celeste.
Y cierra con candado la puerta.
Y dice hallarse en el paraíso.
*
*

La muerte del deseo
*
Puede morir el deseo
y aún así un hombre puede ser
lugar de reunión de la lluvia y el sol,
prodigio que desbanca al dolor
como un árbol en invierno.

26 noviembre 2006

Miguel de Unamuno

El sepulcro de Don Quijote
*
Capítulo I (fragmento)
*
Me preguntas, mi buen amigo, si sé la manera de desencadenar un delirio, un vértigo, una locura cualquiera sobre estas pobres muchedumbres ordenadas y tranquilas que nacen, comen, duermen, se reproducen y mueren. ¿No habrá un medio, me dices, de reproducir la epidemia de los flagelantes o la de los convulsionarios? Y me hablas del milenario.

Como tú siento yo con frecuencia la nostalgia de la Edad Media; como tú quisiera vivir entre los espasmos del milenario. Si consiguiéramos hacer creer que un día dado, sea el 2 de mayo de 1908, el centenario del grito de independencia, se acababa para siempre España; que en ese día nos repartían como a borregos, creo que el día 3 de mayo de 1908 sería el día más grande de nuestra historia, el amanecer de una nueva vida.

Esto es una miseria, una completa miseria. A nadie le importa nada de nada. Y cuando alguno trata de agitar aisladamente este o aquel problema, una u otra cuestión, se lo atribuyen o a negocio o a afán de notoriedad y ansia de singularizarse.

No se comprende aquí ya ni la locura. Hasta del loco creen y dicen que lo será por tenerle su cuenta y razón. Lo de la razón de la sinrazón es ya un hecho para estos miserables. Si nuestro señor Don Quijote resucitara y volviese a esta su España, andarían buscándole una segunda intención a sus nobles desvaríos. Si uno denuncia un abuso, persigue la injusticia, fustiga la ramplonería, se preguntan los esclavos: ¿qué irá buscando en eso? ¿A qué aspira? Unas veces creen y dicen que lo hace para que le tapen la boca con oro; otras que es por ruines sentimientos y bajas pasiones de vengativo o envidioso; otras que lo hace no más sino por meter ruido y que de él se hable, por vanagloria; otras que lo hacen por divertirse y pasar el tiempo, por deporte. ¡Lástima grande que a tan pocos les dé por deportes semejantes!

Juan Carlos Onetti

La Araucaria
*
Capítulo I (fragmento)
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El padre Larsen bajó de la mula cuando esta se negó a trepar por la calle empinada del villorrio. Vestía una sotana que había sido negra y ahora se inclinaba decidida a un verde botella, hijo de los años y de la indiferencia. Continuó a pie, deteniéndose cada media cuadra para respirar con la boca entreabierta y diciéndose que debía dejar de fumar. Con la pequeña maleta negra que contenía lo necesario para salvar las almas que estaban a punto de apartarse del cuerpo y huir del sufrimiento y la inmediata podredumbre. No lo precedía un monaguillo con una campanilla, nadie agitaba una vinagrera, nadie rezaba, salvo él durante cada descanso.
La pequeña casa pintada de un sucio blanco estaba emparedada por otras dos, casi iguales y las tres se abrían al camino de tierra dura por puertas hostiles y estrechas.
Le abrió un hombre de años indiscernibles, con alpargatas y bombachones blancos. Se persignó y dijo:
-Por aquí, padre.
Larsen sintió la frescura de la pieza encalada y casi olvidó el sol agresivo de las calles mal hechas.
Ahora estaba en una habitación pobre de muebles en una cama matrimonial una mujer se retorcía y variaba del llanto a la risa desafiante. Después llegaron palabras, frases incomprensibles que atravesaban el silencio, la momentánea quietud del sol, buscando llegar a las sombras que se habían aproximado.
Un silencio, un mal olor persistente, y de pronto la mujer agonizante trató de levantar la cabeza; lloraba y reía. Se aquietó y dijo:
-Quiero saber si usted es cura.

Ernesto Sábato

Informe para Ciegos
*
Capítulo I (fragmento)

¿Cuándo empezó esto que ahora va a terminar con mi asesinato? Esta feroz lucidez que ahora tengo es como un faro y puedo aprovechar un intensísimo haz hacia vastas regiones de mi memoria: veo caras, ratas en un granero, calles de Buenos Aires o Argel, prostitutas y marineros; muevo el haz y veo cosas más lejanas: una fuente en la estancia, una bochornosa siesta, pájaros y ojos que pincho con un clavo. Tal vez ahí, pero quién sabe: puede ser mucho más atrás, en épocas que ahora no recuerdo, en períodos remotísimos de mi primera infancia. No sé. ¿Qué importa, además?
*
Recuerdo perfectamente, en cambio, los comienzos de mi investigación sistemática (la otra, la inconsciente, acaso la más profunda, ¿cómo puedo saberlo?). Fue un día de verano del año 1947, al pasar frente a la Plaza Mayo, por la calle San Martín, en la vereda de la Municipalidad.
Yo venía abstraído, cuando de pronto oí una campanilla, una campanilla como de alguien que quisiera despertarme de un sueño milenario. Yo caminaba, mientras oía la campanilla que intentaba penetrar en los estratos más profundos de mi conciencia: la oía pero no la escuchaba. Hasta que de pronto aquel sonido tenue pero penetrante y obsesivo pareció tocar alguna zona sensible de mi yo, algunos de esos lugares en que la piel del yo es finísima y de sensibilidad anormal: y desperté sobresaltado, como ante un peligro repentino y perverso, como si en la oscuridad hubiese tocado con mis manos la piel helada de un reptil.
Delante de mí, enigmática y dura, observándome con toda su cara, vi a la ciega que allí vende baratijas. Había cesado de tocar su campanilla; como si sólo la hubiese movido para mí, para despertarme de mi insensato sueño, para advertir que mi existencia anterior había terminado como una estúpida etapa preparatoria, y que ahora debía enfrentarme con la realidad. Inmóvil, con su rostro abstracto dirigido hacia mí, y yo paralizado como por una aparición infernal pero frígida, quedamos así durante esos instantes que no forman parte del tiempo sino que dan acceso a la eternidad. Y luego, cuando mi conciencia volvió a entrar en el torrente del tiempo, salí huyendo.
De ese modo empezó la etapa final de mi existencia

25 noviembre 2006

César Vallejo

Poemas en prosa
*
La violencia de las horas

Todos han muerto.
Murió doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.
Murió el cura Santiago, a quien placía le saludasen los jóvenes y las mozas, respondiéndoles a todos, indistintamente: «Buenos días, José! Buenos días, María!»
Murió aquella joven rubia, Carlota, dejando un hijito de meses, que luego también murió a los ocho días de la madre.
Murió mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modos de heredad, en tanto cosía en los corredores, para Isidora, la criada de oficio, la honrosísima mujer.
Murió un viejo tuerto, su nombre no recuerdo, pero dormía al sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la esquina.
Murió Rayo, el perro de mi altura, herido de un balazo de no se sabe quién.
Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas, de quien me acuerdo cuando llueve y no hay nadie en mi experiencia.
Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi hermana y mi hermano en mi víscera sangrienta, los tres ligados por un género triste de tristeza, en el mes de agosto de años sucesivos.
Murió el músico Méndez, alto y muy borracho, que solfeaba en su clarinete tocatas melancólicas, a cuyo articulado se dormían las gallinas de mi barrio, mucho antes de que el sol se fuese.
Murió mi eternidad y estoy velándola.

Franz Kafka

Aforismos y Otros Textos
*
*
Dos pecados capitales, de los cuales se derivan todos los demás, determinan la vida de los seres hu­manos: la impaciencia y la indolencia. Fueron expul­sados del paraíso a causa de la impaciencia, no regre­san debido a la indolencia. Pero quizá sólo hay un pecado capital: la impaciencia. Fueron expulsados a causa de la impaciencia, no regresan debido a la im­paciencia.
***
Muchas ánimas de difuntos se ocupan exclusiva­mente de lamer las orillas del río de los muertos, por­que procede de nuestro mundo y mantiene todavía el sabor salado de nuestros mares. Entonces el río se eriza de repugnancia, invierte la corriente y arrastra de nue­vo a los muertos hacia la vida. Ellos, sin embargo, están felices, entonan cánticos de gratitud y acarician las indignadas aguas.
***
Ya no se siente vergüenza de querer morir; se solicita que nos lleven desde la antigua y odiada celda a una nueva que, a partir de ese momen­to, aprenderemos a odiar. Un resto de fe contribuirá a ello. Durante el transporte pasará casualmente el Señor por el corredor, verá al prisionero y dirá: «A éste no de­béis encerrarle de nuevo, viene conmigo.»
***
Si fueras por una llanura, tuvieras la sana in­tención de avanzar y, sin embargo, sólo dieras pasos ha­cia atrás, sería una situación desesperada. Pero como escalas una pendiente escarpada, tan escarpada como tú mismo visto desde abajo, los pasos atrás pueden ha­ber sido causados sólo por la disposición del suelo, así que no debes desesperar.
***
Una jaula fue en busca de un pájaro.

24 noviembre 2006

Ray Bradbury

El Árbol de las Brujas
*
Capítulo I. La fiesta de las brujas
(fragmento)
*

Disimulo. Gatos caminando de puntillas. Sigilo y cautela. Pero ¿por qué? ¿Para qué?¡Cómo! ¿Quién? ¡Cuándo! ¿Dónde empezó todo?
–No lo sabéis ¿no? –pregunta Carapacho Cla­vícula Mortajosario emergiendo de una pila de ho­jas bajo el Árbol de las Brujas–. ¡En verdad no lo sabéis!
–Bueno –le responde Tom el Esqueleto– mm...no.
Fue...

¿En Egipto cuatro mil años atrás, en el aniversario de la gran muerte del sol? ¿O un millón de años antes, junto a las ho­gueras nocturnas de los hombres de las cavernas?
¿O en la Bretaña Druida al son del Sssss-bummm de la guadaña de Samhain? ¿O entre las brujas, en toda Europa...
multitudes de arpías, hechiceras, magos, de­monios, diablos?
¿O sobre los techos de París, cuando cria­turas extrañas se convertían en piedra y alumbraban las gárgolas de Notre Dame? ¿O en México, en los cementerios desbor­dantes de velas encendidas y de muñequitos de caramelo en el Día de los Muertos? ¿O dónde?

Mil sonrisas calabaceras se asoman desde el Ár­bol de las Brujas y dos veces mil miradas torvas y mordaces guiñan y parpadean con miradas frescas recién cortadas mientras Mortajosario guía a los ocho muchachos –no, nueve, pero ¿dónde está Pipkin?– que llaman a todas las puertas diciendo prenda-o-premio en una travesía de arremolinada hojarasca, de cometa voladora, de escalamuros, ca­balgando en un palo de escoba para descubrir el secreto de la Noche de las Brujas, la Víspera de Todos los Santos.
Y lo consiguen.
–Bueno –pregunta Mortajosario al final del viaje–. Qué fue: ¿una prenda o un premio? –Premio y prenda –concuerdan todos.
Y tú también estarás de acuerdo.

Lord Dunsany

Caronte
*
(cuento completo)
*

Caronte se inclinó hacia delante y remó. Todas las cosas eran una con su cansancio.
Para él no era una cosa de años o de siglos, sino de ilimitados flujos de tiempo, y una antigua pesadez y un dolor en los brazos que se habían convertido en parte de un esquema creado por los dioses y en un pedazo de Eternidad.
Si los dioses le hubieran mandado siquiera un viento contrario esto habría dividido todo el tiempo en su memoria en dos fragmentos iguales.
Tan grises resultaban siempre las cosas donde él estaba que si alguna luminosidad se demoraba entre los muertos, en el rostro de alguna reina como Cleopatra, sus ojos no podrían percibirla.
Era extraño que actualmente los muertos estuvieran llegando en tales cantidades. Llegaban de a miles cuando acostumbraban a llegar de a cincuenta. No era la obligación ni el deseo de Caronte considerar el porqué de estas cosas en su alma gris. Caronte se inclinaba hacia adelante y remaba.
Entonces nadie vino por un tiempo. No era usual que los dioses no mandaran a nadie desde la Tierra por aquel espacio de tiempo. Mas los Dioses saben.
Entonces un hombre llegó solo. Y una pequeña sombra se sentó estremeciéndose en una playa solitaria y el gran bote zarpó. Sólo un pasajero; los dioses saben. Y un Caronte grande y cansado remó y remó junto al pequeño, silencioso y tembloroso espíritu.
Y el sonido del río era como un poderoso suspiro lanzado por Aflicción, en el comienzo, entre sus hermanas, y que no pudo morir como los ecos del dolor humano que se apagan en las colinas terrestres, sino que era tan antiguo como el tiempo y el dolor en los brazos de Caronte.
Entonces, desde el gris y tranquilo río, el bote se materializó en la costa de Dis y la pequeña sombra, aún estremeciéndose, puso pie en tierra, y Caronte volteó el bote para dirigirse fatigosamente al mundo. Entonces la pequeña sombra habló, había sido un hombre.
"Soy el último", dijo.
Nunca nadie antes había hecho sonreír a Caronte, nunca nadie antes lo había hecho llorar.

Charles Bukowski

Tregua
*
Necesito pasear por la acera
en algun sitio
en una umbria tarde
encontrar una mesa en la terraza de un cafe
sentarme
pedir una copa y quiero sentarme alli
con esa copa
y quiero que
una mosca aterrice
en esa mesa.
Entonces

quiero ver
una mujer pasar caminando
en un vestido verde.
Quiero ver pasar
un perro gordo
con pelo corto y marron y
ojos sonrientes.
Quiero morir sentado alli.

Quiero morir
derecho
mis ojos todavia abiertos.
Quiero que un avion pase

volando en lo alto.
Quiero que pase

una mujer
en un vestido azul.
Entonces quiero
que ese mismo perro
con pelo corto y marron y
ojos sonrientes pase caminando
de nuevo.
Eso sera

suficiente
despues de todas las otras cosas
y de todo lo
demás.

Platon

La Republica
*
II. VII
*
Repara además, Sócrates, en otra cosa que dicen todos, poetas y hombres vulgares, referente a la justicia y la injusticia. El mundo entero repite a coro que la templanza y la justicia son buenas, es cierto, pero difíciles de practicar y penosas, en cambio la licencia e injusticia son agradables, es fácil conseguirlas y, si son tenidas por vergonzosas, es únicamente porque así lo imponen la opinión general y las convenciones.
Dicen también que, generalmente, resulta más ventajoso lo injusto que lo justo y están siempe dispuestos a considerar feliz y honrar sin escrúpuos, en público como en privado, al malo que es rico o goza de cualquier otro género de poder y, al contrario, a despreciar y mirar por encima del hombro, a quienes sean débiles en cualquier aspecto o pobres, aún reconociendo que éstos son mejores que los otros.
En todo ello no hay nada más asombroso que lo que se cuenta de los dioses y la virtud; por ejemplo, los dioses han destinado calamidades y vida miserable a muchos hombres buenos o suerte contraria a los que no lo son.
Por su parte, charlatanes y adivinos van llamando a las puertas de los ricos y les convencen de que han recibido de los dioses el poder para borrar, por medio de sacrificios o conjuros realizados entre regocijos y fiestas, cualquier falta que haya cometido alguno de ellos o de sus antepasados; y, si alguien desea perjudicar a un enemigo, por poco dinero le harán daño sea justo o injusto, valéndose de encantamiento o ligámenes, ya que, según aseguran, tienen a los dioses convencidos para que les ayuden.

23 noviembre 2006

Henri Bergson

La evolución creadora
*
De la evolución de la vida. Mecanicismo y finalidad
(fragmento)
*
La existencia de la que más seguros estamos y la que mejor conocemos es, indiscutiblemente, la nuestra, pues de todos los demás objetos tenemos nociones que podemos considerar exteriores y superficiales, mientras que a nosotros mismos nos percibimos interiormente. ¿Qué es lo que comprobamos entonces? ¿Cúal es, en este caso privilegiado, el sentido preciso de la palabra existir? Recordemos aquí, en dos palabras, las conclusiones de un trabajo anterior.
Observo, en primer lugar, que paso de un estado a otro. Tengo calor o tengo frío, estoy alegre o estoy triste, trabajo o no hago nada, miro lo que me rodea o pienso en otra cosa. Sensaciones, sentimientos, voliciones y representaciones son modificaciones entre las que mi existencia se divide y que, a su vez, la colorean. Cambio, pues, incesantemente. Mas con ésto no está dicho todo. El cambio es mucho más radical de lo que en primer lugar podría creerse.
Hablo, en efecto, de cada uno de mis estados como si formasen un bloque. Digo bien al decir que cambio, pero el cambio parece consistir para mí en el paso a otro estado siguiente. De cada estado, considerado aparte, me gusta creer que permanece tal como es durante todo el tiempo que se produce. Y sin embargo, un pequeño esfuerzo de atención me revelaría que no hay afecto, representación ni volición que no se modifique en todo momento; si un estado de espíritu cesase de variar, su duración cesaría de transcurrir.

Cesare Pavese

El Camarada
*
Capítulo I
(fragmento)
*
Me llamaban Pablo porque tocaba la guitarra. La noche que Amelio se rompió el espinazo en la carretera de Avigliana, yo había ido con tres o cuatro a una merienda en la colina -no muy lejos, se veía el puente - y habíamos bebido y bromeado bajo la luna de setiembre, hasta que por culpa del fresco tuvimos que cantar dentro. Yo tocaba -Pablo esto, Pablo aquello -, pero no estaba contento, siempre me ha gustado tocar con alguien que entienda, pero aquellos sólo querían gritar más fuerte. Todavía toqué la guitarra yendo para casa y alguien cantaba. La niebla me mojaba la mano. Estaba harto de aquella vida.
Ahora que Amelio había acabado en el hospital, no tenía con quien echar una parrafada y desahogarme. Se sabía que era inútil ir a verlo porque gritaba día y noche y blasfemaba, y no reconocía a nadie. Fuimos a ver la moto que estaba aún en la cuneta, contra un mojón. Se había roto la horquilla, saltado la rueda, de milagro no se había incendiado. Sangre en el suelo no había, pero sí gasolina. Luego vinieron a buscarla con un carrito. Nunca me han gustado las motos, pero era como una guitarra destrozada.

Josep Pla

Viaje en autobús
*
Las fondas
(fragmento)
*
LLego a un pueblo a la hora meridiana y me dirijo a la fonda. Subo a la habitación, dejo la maleta, me arreglo un poco y bajo al comedor. El acto de entrar en un comedor de fonda me hace pensar siempre en Stendhal. Veo siempre a ese hombre bajito y rechoncho entrando con un aire un poco petulante en uno de estos locales tan ricos en humanidad y de tradición y -a menudo - tan pobres de comida y bebida.
Hace dieciocho o veinte años, en las fondas de los pueblos monopolizaban el predicamento público los viajantes de comercio. Eran los que pagaban menos y los que podían pronunciar más discursos con una más asegurada impunidad. Apoyados en la admiración que producían, los manjares más delicados gravitaban indefectiblemente sobre sus mesas. Eran peligrosos y quedarse sin comida en una mesa de viajantes de comercio era deprimente y, si uno se descuidaba, casi seguro. Aparte de esto, yo siento una gran sinpatía por los viajantes. Estos hombres modestos y parlanchines han creado la prosperidad de las naciones y el bienestar de los pueblos. Stendhal se hacía pasar por viajante de comercio. Las mesas redondas le aseguraban un público que escuchaba, más o menos, sus exabruptos anticlericales y su fraseología volteriana. Ante una mesa redonda, Stendhal perdía los estribos y aparecía el hombre escondido detrás de la máscara del dandismo: un hombre de una insondable ingenuidad.
Los viajantes van entrando en la paleontología. Su historia irá unida a la época de más grande bienestar y prosperidad que ha conocido el globo terráqueo.

21 noviembre 2006

Joseph Conrad

*
La línea de sombra
(fragmento)
*
*
Sólo los jóvenes conocen momentos semejantes. No quiero decir los muy jóvenes, no; pues éstos, a decir verdad, no tienen momentos. Vivir más allá de sus días, en esa magnífica continuidad de esperanza que ignora toda pausa y toda introspección, es el privilegio de la primera juventud.
Cierra uno tras sí la puertecita de la infancia, y penetra en un jardín encantado. Hasta sus mismas sombras tienen un resplandor de promesa. Cada recodo del sendero posee su seducción. Y no a causa del atractivo que ofrece un país desconocido, pues de sobra sabe uno que por allí ha pasado la corriente de la humanidad entera. Es el encanto de una experiencia universal, de la que esperamos una sensación extraordinaria y personal, la revelación de un algo de nuestro yo.
Llenos de ardor y de alegría, caminamos, reconociendo las lindes de nuestros predecesores, aceptando tales como se presentan la buena suerte y la mala -los puntapiés y las perras chicas, como reza el adagio -, el pintoresco destino común que tantas posibilidades guarda para el que las merece, cuando no simplemente para el afortunado.
Sí; caminamos, y el tiempo también camina, hasta que, de pronto, vemos ante nosotros una línea de sombra advirtiéndonos que también habrá que dejar tras de nosotros la región de nuestra primera juventud.

Marco Aurelio. Meditaciones.

Ten presente que cambiar de criterio y obedecer a quien te corrige es igualmente acción libre. Pues tu actividad se lleva a término de acuerdo con tu instinto y juicio y, particularmente además, de acuerdo a tu propia inteligencia.
Si depende de tí, ¿por qué lo haces? Pero si depende de otro, ¿a quién censuras? ¿A los átomos o a los dioses? En ambos casos es locura. A nadie debes reprender. Porque, si puedes, corrígele. Y si no puedes, corrige al menos su acción. Y si tampoco esto te es posible, ¿de qué te sirve irritarte?. Porque nada debe hacerse al azar.
Fuera del mundo no cae lo que muere. Si permanece aquí, aquí se transforma y se disuelve en sus elementos propios, elementos que son del mundo y tuyos.
Y estos elementos se transforman y no murmuran.

Julio Cortázar

Suficientemente conocido, no necesita ninguna presentación por mi parte.
He elegido tres de mis historias favoritas relativas a los Cronopios. Ya habrá tiempo para los Famas y las Esperanzas. La última de ellas, es mi favorita.

*
Historias de Cronopios y de Famas
Sus historias naturales
*
León y Cronopio
*
Un cronopio que anda por el desierto se encuentra con un león y tiene lugar el diálogo siguiente:
León.-Te como.
Cronopio (afligidísimo pero con dignidad.- Y bueno.
León.- Ah, eso no. Nada de mártires conmigo. Echate a llorar, o lucha, una de dos. Así no te puedo comer. Vamos, estoy esperando. ¿No dices nada?
El cronopio no dice nada, y el león está perplejo, hasta que le viene una idea.
León.- Menos mal que tengo una espina en la mano izquierda que me fastidia mucho. Sácamela y te perdonaré.
El cronopio le saca la espina y el león se va, gruñendo de mala gana:
- Gracias, Androcles.
*
*
*
Flor y Cronopio
*
Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil.
Y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz.
La flor piensa: "Es como una flor"
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Tortugas y Cronopios
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Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural.
Las esperanzas lo saben, y no se preocupan.
Los famas lo saben, y se burlan.
Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.

20 noviembre 2006

Boris Vian

Francés. Nació en 1920 y murió en 1959. Ingeniero, pintor, cineasta, boxeador, crítico de jazz y trompetista. Y esto no agota el repertorio de sus inquietudes.
Enfant terrible, ángel exterminador, su sarcasmo y sus parodias fueron la inevitable oposición al ambiente fatalista que se vivía en la Francia de su época.
Obra más conocida:
Escupiré sobre vuestra tumba
La hierba roja
Que se mueran los feos
Con las mujeres no hay manera
La espuma de los días
El Lobo-Hombre (libro de cuentos)
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El Lobo-Hombre
(fragmento)
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En el bosque de las Supuestas Quietudes, al pie de la costa de Picardía, vivía un muy agraciado lobo adulto de negro pelaje y grandes ojos rufos. Se llamaba Denis, y su distracción favorita estribaba en contemplar cómo se ponían a todo gas los coches procedentes de *Ville-d´Avray, para acometer la lustrosa pendiente sobre la que un aguacero extiende, de vez en cuando, el oliváceo reflejo de los árboles majestuosos.
También le gustaba, en las tardes de estío, merodear por las espesuras para sorprender a los impacientes enamorados en su lucha con el enredo de los elásticos que, desgraciadamente, complican en la actualidad lo esencial de la lencería.
Consideraba con filosofía el resultado de tales afanes, en ocasiones coronados por el éxito, y, meneando la cabeza, se alejaba púdicamente cuando ocurría que una víctima complaciente era pasada, como suele decirse, por la piedra.
Descendiente de un linaje de lobos civilizados, Denis, se alimentaba de hierba y de jacintos azules, dieta que reforzaba en otoño con algunos champiñones y, en invierno, muy a pesar suyo, con botellas de leche birladas al gran camión amarillo de la Central. La leche, le producía naúseas, a causa de su sabor animal y, de noviembre a febrero, maldecía la inclemencia de una estación que le obligaba a estragarse de tal manera el estómago.
Denis vivía en buenas relaciones con sus vecinos, pues éstos, dada su discrección, ignoraban incluso que existiese.
* Lugar de nacimiento de B. Vian

18 noviembre 2006

No me gustan...

... las puertas cerradas, las ventanas que se abren al vacío y los caminos que no llevan a ninguna parte. Este blog, que empezó como una especie de travesura, es todo eso que no me gusta.
Y como no me gusta, voy a poner inmediato remedio.
Espero que entendáis que toda imaginación tiene un límite y la mía, más que ninguna otra. Por fortuna no es necesario que me exprima el cerebro para dejar aquí palabras memorables. No mías en el sentido de autor, pero si mías en ese otro sentido de que forman parte de mi pensamiento desde hace mucho. Vivo con ellas, las pronuncio en voz alta, intento entenderlas y siempre, siempre, las tengo al alcance de la mano.
Esto es también una forma de exhibicionismo. Recordad; soy bloggoadicta y eso es lo que hacemos los adictos; exhibirnos. Decir quién y qué somos aunque creamos escondernos.
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Lucio Anneo Seneca
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Tercera Carta a Lucilio.
De la elección de los amigos (fragmento)
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Comparte con tu amigo todas tus cuitas,
tus pensamientos todos.
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¿Qué razón hay porque yo me reserve palabra alguna delante del amigo? ¿Qué razón hay porque yo en su presencia me considere solo? Algunos refieren a todos aquellos con quienes topan las cosas que solo han de confiarse a los amigos y exoneran en cualquier oido todo lo que les escuece; otros, en cambio, tienen recelos de la confianza de sus más estrechos allegados, y si pudieran ahogarían en su interior todo secreto, no fiándose ni aún de sí mismos.
Ni una cosa ni otra ha de hacerse, pues entrambas son viciosas: fiar de todos y no fiar de nadie; sino que yo diría que el primero de estos extremos viciosos es más noble; el segundo es más seguro. Así que reprenderás a unos a unos y a otros; a los que están siempre inquietos y a los que siempre están hundidos en la inacción.

14 noviembre 2006

Otra aventura

Es que me moría de ganas de probar esta plantilla, porque como la vista previa no estaba disponible, me imaginé que tenía que ser bonita, que ya decía mi abuela que "el buen paño, en el arca se vende"
¡Y me gusta muchísimo..!
Cualquier día os escribo algo aquí, pero tendrá que ser algo especial, que esto no se presta a tonterías.
Os dejo un saludo.