24 noviembre 2006

Ray Bradbury

El Árbol de las Brujas
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Capítulo I. La fiesta de las brujas
(fragmento)
*

Disimulo. Gatos caminando de puntillas. Sigilo y cautela. Pero ¿por qué? ¿Para qué?¡Cómo! ¿Quién? ¡Cuándo! ¿Dónde empezó todo?
–No lo sabéis ¿no? –pregunta Carapacho Cla­vícula Mortajosario emergiendo de una pila de ho­jas bajo el Árbol de las Brujas–. ¡En verdad no lo sabéis!
–Bueno –le responde Tom el Esqueleto– mm...no.
Fue...

¿En Egipto cuatro mil años atrás, en el aniversario de la gran muerte del sol? ¿O un millón de años antes, junto a las ho­gueras nocturnas de los hombres de las cavernas?
¿O en la Bretaña Druida al son del Sssss-bummm de la guadaña de Samhain? ¿O entre las brujas, en toda Europa...
multitudes de arpías, hechiceras, magos, de­monios, diablos?
¿O sobre los techos de París, cuando cria­turas extrañas se convertían en piedra y alumbraban las gárgolas de Notre Dame? ¿O en México, en los cementerios desbor­dantes de velas encendidas y de muñequitos de caramelo en el Día de los Muertos? ¿O dónde?

Mil sonrisas calabaceras se asoman desde el Ár­bol de las Brujas y dos veces mil miradas torvas y mordaces guiñan y parpadean con miradas frescas recién cortadas mientras Mortajosario guía a los ocho muchachos –no, nueve, pero ¿dónde está Pipkin?– que llaman a todas las puertas diciendo prenda-o-premio en una travesía de arremolinada hojarasca, de cometa voladora, de escalamuros, ca­balgando en un palo de escoba para descubrir el secreto de la Noche de las Brujas, la Víspera de Todos los Santos.
Y lo consiguen.
–Bueno –pregunta Mortajosario al final del viaje–. Qué fue: ¿una prenda o un premio? –Premio y prenda –concuerdan todos.
Y tú también estarás de acuerdo.

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