30 diciembre 2006

Ernesto Sábato

El escritor y sus fantasmas
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Algunos párrafos que me interesaron especialmente.
(O las dudas son la gasolina de un relato, en palabras de Liter-3)
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El escritor y los viajes
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Para bien y para mal, el escritor verdadero escribe sobre la realidad que ha sufrido y mamado, es decir sobre la patria; aunque a veces parezca hacerlo sobre historias lejanas en el tiempo y el espacio. Creo que Baudelaire dijo que la patria es la infancia. Y me parece difícil escribir algo profundo que no esté unido de una manera abierta o enmarañada a la infancia. Por eso, aún los grandes expatriados, como Ibsen o Joyce, siguieron tejiendo y destejiendo esa misma y misteriosa trama. Viajar es siempre un poco superficial. El escritor de nuestro tiempo debe ahondar en la realidad. Y si viaja debe ser para ahondar, paradojalmente, en el lugar y en los seres de su propio rincón.
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El principal problema del escritor
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Tal vez sea el de evitar la tentación de juntar palabras para hacer una obra. Dijo Claudel que no fueron las palabras las que hicieron La Odisea, sino al revés.
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Artes del espacio y artes del tiempo
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Ya Lessing advirtió que, a diferencia de las artes plásticas, que son esencialmente espaciales, la novela es esencialmente temporal. Hoy sabemos, además, que lo es en el sentido más puro de esa palabra, pues ni siquiera admite ese tiempo espacializado de los astrónomos.
De ahí el absurdo de intentar una literatura según los cánones del cine; puesto que el cine, aún cuando participa de atributos del arte narrativo tiene, en grado decisivo, peculiaridades de las artes plásticas.
En un cuadro vemos de golpe y simultáneamente toda su realidad, la vivencia estética es integral e instantánea, podemos sentir el todo, estructuralmente, antes de sentir sus partes o reflexionar sobre ellas. En la narración es al revés.

Geranios para espías y no espías


Hace mucho que dije que traería una foto de mis geranios, pero no me ha dado tiempo ni de escanearla :(
He buscado ésta, que es de la misma clase de los que tengo en casa. Por si no lo sabéis, que supongo que sí, esta variedad se llama de pensamiento, por su parecido con la otra flor del mismo nombre. Y ya metidos en floricultura, tiene la ventaja de que no es atacado por la mariposa del geranio, lo que es importante en estos tiempos de plaga.
Y para MIB, pues nada espía, bienvenida, y contentísima de verte por el patio.
Te lo digo aquí, para que no tengas que ir hasta el fondo a leer mi saludo :)
En cuanto a lo que dices del poema de F. Grande, poeta no demasiado conocido, aunque importante, es cierto que el verso final parece quedar "descolgado" del resto, pero si lo piensas bien, no es así.
Hay una pasión profunda, que no es sólo carnal. Para él, esa mujer y el amor al que se entregan, son su razón de existir. Cuando él piensa en lo que puede ser, la vejez, ese mal cerrado sepulcro, piensa también en que ella puede morir y he deseado que fueras eterna.
La conciencia de que la eternidad es imposible, lo mismo que la pasión amorosa tal y cómo ahora la viven, le encoleriza y le entristece; y no sabía si pegarte o llorar. Y ese "pegarte", naturalmente, es retórico.
Y os dejo el penúltimo texto del poeta, para acabar de ver el tono de éste libro.
*
Carezca yo de ti
y al infortunio suceda la desgracia
y a la desgracia el cataclismo
y a todo ello asistiría
con el desinterés de un muerto.
Estés conmigo tú
y por cada brizna de dicha
que pretendan arrebatarnos
avanzarían desde mi corazón
espléndidos ejércitos de odio.
Tú puedes ser la espalda atroz de mi destino
o mi patria de carne.
*

28 diciembre 2006

Félix María de Samaniego

El jardín de Venus
*
La paga adelantada
*

Una soltera muy escrupulosa
casarse rehusaba,
y decía a su madre que pensaba
que hacer la mala cosa
aun después de casada era pecado.

Un bigardón del caso fue informado,
y, habiéndose en la casa introducido
y hallándose querido,
pidió a la niña luego en casamiento.

Ella el consentimiento
dio con la condición de que tres veces
en la primera noche se lo haría
por ponerla al corriente, y seguiría
luego una sola vez todos los meses.

Hízose al fin la boda
y, en la noche ya llegado el plazo,
la muchacha tres veces, brazo a brazo,
sufrió, sin menearse, la acción toda.

Concluyó el fuerte mozo su trabajo
y durmióse cansado; ella, impaciente,
andaba impertinente
volviéndose de arriba para abajo,
hasta que él acabó por despertarse
y huraño dijo: -¡Hay tal cosquillería,
que por dos veces ya me has despertado!

Y ella exclamó, acabando de arrimarse:

-¿Me quieres dar un mes adelantado?

_______________________________
Esto no son, exactamente, las "Fábulas Morales" del autor. He puesto la más comedida y menos explícita de las fábulas que componen este libro, poco conocido, en las que Samaniego da rienda suelta a su imaginación calenturienta. Y nunca mejor dicho :)

J. D. Salinger

El hombre que ríe
*
Cuento (fragmento)
*

En 1928, a los nueve años, yo formaba parte, con todo el espíritu de cuerpo posible, de una organización conocida como el Club de los Comanches. Todos los días de clase, a las tres de la tarde, nuestro Jefe nos recogía, a los veinticinco comanches, a la salida de la escuela número 165, en la calle 109, cerca de Amsterdam Avenue. A empujones y golpes entrábamos en el viejo autobús comercial que el Jefe había transformado. Siempre nos conducía (según los acuerdos económicos establecidos con nuestros padres) al Central Park. El resto de la tarde, si el tiempo lo permitía, lo dedicábamos a jugar al rugby, al fútbol o al béisbol, según la temporada. Cuando llovía, el Jefe nos llevaba invariablemente al Museo de Historia Natural o al Museo Metropolitano de Arte.
Los sábados y la mayoría de las fiestas nacionales, el Jefe nos recogía por la mañana temprano en nuestras respectivas viviendas y en su destartalado autobús nos sacaba de Manhattan hacia los espacios comparativamente abiertos del Van Cortlandt Park o de Palisades. Si teníamos propósitos decididamente atléticos, íbamos a Van Cortlandt donde los campos de juego eran de tamaño reglamentario y el equipo contrario no incluía ni un cochecito de niño ni una indignada viejecita con bastón. Si nuestros corazones de comanches se sentían inclinados a acampar, íbamos a Palisades y nos hacíamos los robinsones. Recuerdo haberme perdido un sábado en alguna parte de la escabrosa zona de terreno que se extiende entre el cartel de Linit y el extremo oeste del puente George Washington. Pero no por eso perdí la cabeza. Simplemente me senté a la sombra majestuosa de un gigantesco anuncio publicitario y, aunque lagrimeando, abrí mi fiambrera por hacer algo, confiando a medias en que el Jefe me encontraría. El Jefe siempre nos encontraba.
El resto del día, cuando se veía libre de los comanches el Jefe era John Gedsudski, de Staten Island. Era un joven tranquilo, sumamente tímido, de veintidós o veintitrés años, estudiante de derecho de la Universidad de Nueva York, y una persona memorable desde cualquier punto de vista. No intentaré exponer aquí sus múltiples virtudes y méritos. Sólo diré de paso que era un scout aventajado, casi había formado parte de la selección nacional de rugby de 1926, y era público y notorio que lo habían invitado muy cordialmente a presentarse como candidato para el equipo de béisbol de los New York Giants. Era un árbitro imparcial e imperturbable en todos nuestros ruidosos encuentros deportivos, un maestro en encender y apagar hogueras, y un experto en primeros auxilios muy digno de consideración. Cada uno de nosotros, desde el pillo más pequeño hasta el más grande, lo quería y respetaba.
Aún está patente en mi memoria la imagen del Jefe en 1928. Si los deseos hubieran sido centímetros, entre todos los comanches lo hubiéramos convertido rápidamente en gigante. Pero, siendo como son las cosas, era un tipo bajito y fornido que mediría entre uno cincuenta y siete y uno sesenta, como máximo. Tenía el pelo renegrido, la frente muy estrecha, la nariz grande y carnosa, y el torso casi tan largo como las piernas. Con la chaqueta de cuero, sus hombros parecían poderosos, aunque eran estrechos y caídos. En aquel tiempo, sin embargo, para mí se combinaban en el Jefe todas las características más fotogénicas de Buck Jones, Ken Maynard y Tom Mix, perfectamente amalgamadas.
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Jerome David Salinger, es famoso por su "Guardián entre el centeno"
La infancia y la primera adolescencia, es territorio de este escritor que está entre mis preferidos.
Un día perfecto para el pez plátano, Franny y Zooey, Teddy, En el bote, y muchos otros relatos, transcurren en el mundo privado de los niños, a caballo entre la inocencia y la inquietud; la confianza y el miedo.

25 diciembre 2006

Ramón Barce

Siala
*
(fragmento del cuento)
A Elena
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El hombrecito se apoyó en la baranda hasta hacerse daño en el pecho y agitó las manos en el aire para que le salpicase la espuma de las olas. Parecía un muñeco derrengado, con los brazos caídos y los ojos cerrados. El aire salino le daba en la cara y le producía una deliciosa molestia. El hombrecito se abandonó en su dolorosa postura sientiendo bajo sus pies el cabeceo rítmico del trasatlántico. Le parecía que su peso -cincuenta y nueve kilos - hacía bascular la nave, y por eso apretaba los pies y el busto alternativamente, para que el barco no dejase de moverse.
Abría la boca para tragar brisa marina y luego creía sentir en el paladar un sabor salado que le hacía sonreír de felicidad. Pensó con tristeza , de pronto, que aquel viaje feliz, aquel único viaje de placer de su vida era tardío y modesto. Treinta y seis años trabajando en la misma empresa era el lastre de su vida. Treinta y seis años perdidos: toda su juventud y la madurez. Diversiones baratas y racionadas: el cine, los cigarrillos, el café, alguna excursión. Las horas del domingo, llenas de una libertad que nunca había sabido usar. Y el lunes por la mañana otra vez a la oficina, aquella oficina blanca, de ventanales luminosos con bastidores de aluminio y luz de neón, donde todo era nuevo, reluciente, mecánico, de colores suaves y neutros.
Así los meses y los años. Algunos jóvenes -chicos y chicas - pasaban en automóviles descapotados color cereza, con ropas ligeras y deportivas, riendo y agitando sus brazos a los transeúntes. Eran, sin duda, los que se divertían, los que no necesitaban ahorrar para hacer una excursión o comprarse un traje. Él los miraba con envidia, tratando de buscar compensaciones.
(Son tontos, cabezas huecas, yo soy más inteligente, están perdiendo el tiempo y luego los suspenderán en sus carreras). Pero la envidia no cedía terreno (Y a esa velocidad, son unos irresponsables, es muy fácil que esta noche los traigan destrozados al hospital, las carreteras son peligrosas). Lucía el sol alegre (No es extraño que haya tantos accidentes, con esos locos al volante), y el viento hacía revolar los pañuelos en las cabezas rubias de las muchachas (Hoy va a llover, es una tontería salir con esas nubes, se van a poner como una sopa).
Así los meses y los años.
_________________________
Ramón Barce, es Premio Nacional de Música y Académico de Bellas Artes en la Real de San Fernando, por su trabajo como compositor, pero ha dedicado parte de su actividad a la creación literaria y algunos de sus escritos, han servido de soporte o hilo argumental para sus composiciones musicales, como en éste cuento, del que os dejo una pequeña muestra. Y aquí un enlace, donde lo explica algo mejor.
*
Las fotografías que ilustran este libro, son de Elena Martín, su esposa. Médico de profesión, también es una excelente fotográfa que ha merecido repetidos premios por su trabajo en esa modalidad de arte.
Elena es mi prima hermana, así que me permitiréis que esté muy orgullosa de los dos :)

24 diciembre 2006

Gutierre de Cetina 1520-1577

Madrigal
*
*

Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
.
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquél que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
.
¡Ay, tormentos rabiosos!
.
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis,
miradme al menos.

Félix Grande

La majestad del compromiso
*
*
Sólo son verdaderas
las palabras irreparables.
*
El amor es precipitado.
*
Por cada palabra de astucia
de paciencia o de temor
de incertidumbre o de cautela
que manche a nuestra boca,
un amante en su tumba
se volverá de espaldas coronado de asco.
*
Ten respeto al descanso de los muertos.
*
Comprométete o calla.
*
Ven o vete.
____________________
Premio Nacional de Poesía 1978. Poema de su libro "Las Rubáiyátas de Horacio Martín"

Carson McCullers

Reflejos en un ojo dorado
*
Capítulo I (fragmento)
*
Un puesto militar en tiempo de paz es un lugar monótono. Pueden ocurrir algunas cosas, pero se repiten una y otra vez. El mismo plano de un campamento contribuye a dar una impresión de monotonía. Cuarteles enormes de cemento, filas de casitas cuidadas e idénticas de los oficiales, el gimnasio, la capilla, el campo de golf, las piscinas; todo está proyectado ciñéndose a un patrón más bien rígido. Pero quizás sean las causas principales del tedio de un puesto militar el aislamiento y un exceso de ocio y seguridad, ya que si un hombre entra en el ejército sólo se espera de él que siga los talones que le preceden.
Y a veces pasan también en una guarnición ciertas cosas que no deben volver a ocurrir. Hay en el sur un fuerte donde, hace pocos años, se cometió un asesinato. Los participantes en esta tragedia fueron: dos oficiales, un soldado, dos mujeres, un filipino y un caballo.
El soldado de este lance se llamaba Ellgee Williams. Se le veía a menudo al caer la tarde, sentado, solo, en uno de los bancos que bordeaban el paseo de los cuarteles. Era un lugar agradable, con dos largas hileras de arces jóvenes que cubrían el césped y el paseo de sombras frescas, delicadas, movidas por el viento.
En primavera, las hojas de los árboles eran de un verde luminoso que, al llegar los meses de calor, tomaban un matiz oscuro, sosegado. Al final del otoño eran de un oro encendido. Allí solía sentarse el soldado Wiliams, esperando la llamada al rancho de la tarde. Era un soldado joven y silencioso, y en el cuartel no tenía amigos ni enemigos. A su cara redonda y curtida por el sol asomaba cierto aire de vigilante inocencia. Sus labios eran llenos y rojos, y los mechones de su pelo caían castaños y lacios sobre su frente. En sus ojos, que tenían una singular mezcla de tonos castaños y ambarinos, había una expresión muda que suele encontrarse en los ojos de los animales.

Me arrepiento...

... de haberte devuelto la estrella. Quedaba mucho mejor así.
¡Ya verás como me traen carbón por arrepentirme del arrepentimiento..!

Desfaciendo entuertos

Pues va a resultar que hay DOS Murakamis..!
Ayer, mientras compraba los libros de rigor para mis sobrinillos, vi "Kafka en la playa" (¿era eso, no?) y me paré a leer la contraportada.
Este es de Haruki Murakami, nacido en Kyoto en 1949. Así que no puede ser el Ryuichi (Ryu) Murakami, nacido en Sasebo en 1952.
Es decir, que vale lo dicho para Ryu, pero que ni idea de Haruki :)
Ahora no voy a tener más remedio que comprarme "el otro" Murakami, para saber de qué hablo cuando hablo.
Y luego comentamos :)

17 diciembre 2006

Ryu Murakami

Reseña de contraportada de su libro "Azul casi transparente"
*
Esta primera novela de un estudiante japonés de veinticuatro años fue galardonada con el Premio Akutagawa. En seis meses se vendieron un millón y medio de ejemplares y el libro desencadenó pasiones. La crítica japonesa hablo de "sensibilidad revolucionaria", de "mirada como el zoom de una cámara", de "filtro de lucidez, a través del cual la violencia y el erotismo más crudo adquieren una extraña pureza". Aunque también se acusó a Murakami de cultivar sistemáticamente la pornografía y la brutalidad. En los Estados Unidos, la revista Newsweek la recomendó como una "mezcla de La Naranja Mecánica, de Burgess, y El Extranjero, de Camus"
Los protagonistas, chicos y chicas en su mayoría jovencísimos, de esta novela viven cerca de una base norteamericana, consumiendo toda clase de drogas, yendo a conciertos de rock, organizando orgías para los soldados yankis, todo ello sin aparente pasión ni placer. Con emblemática pasividad, se deslizan hacia la autodestrucción, como resultado no solo de su situación presente, sino de un futuro bloqueado. El tratamiento del autor, frío y antisentimental, destila sin embargo un sentimiento de algo puro y no mancillado. Su técnica, con su ausencia de tabúes, de condenaciones morales y de detalles superfluos, se aproxima al cinema-verité, con unos toques de surrealismo.
Ryu Murakami nació en 1952 en al ciudad portuaria de Sasebo. Tras el gran éxito de "Azul casi transparente", traducida a muchos idiomas, ha publicado otras novelas y está considerado como uno de los escritores más originales y valiosos de la literatura japonesa actual.
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No recordaba que tenía en casa esta novela que, como tiene una etiqueta que marca 800 pesetas, debe hacer mucho que está en mi poder. La leí, desde luego, y ha bastado darle un vistazo por encima para recordar bastante de ella. Estoy de acuerdo en la descripción de los personajes, un poco menos en lo de su semejanza con La Naranja Mecánica, y nada en absoluto con la comparación con El Extranjero.
El libro produce un desasosiego moral y físico. Eso que llamamos "revolverse las tripas" a cada dos frases. Y hay algunas situaciones verdaderamente porno, pero como dice la reseña, sin pasión ni placer. Sólo porno azuzado o vomitado por las drogas y el alcohol. Es un libro triste, de rendiciones y desesperanzas.
Cómo en tantos otros, es de suponer que la especial situación de Japón, vencido y luego conquistado por la "occidentalidad estilo base americana" pudiera dar lugar a algunas, sino a muchas, de las cosas que se relatan en él.

16 diciembre 2006

O. Henry

Cartas a su hija Margaret
*
Toledo (Ohio), 1 de Octubre de 1900
*
Querida Margaret:
Recibí tu muy amable y larga carta hace muchos días. Celebro mucho tener noticias tuyas y siento infinitamente saber que te han hecho tanto daño en un dedo. No te culpo por ello, porque no ibas a adivinar que ese malvado perro iba a darte un mordisco. Confío en que te cures pronto y te quede el dedo bien.
Estoy aprendiendo a tocar la mandolina. Tenemos que procurarte una guitarra y así tocaremos muchos duetos juntos cuando yo vuelva a casa, que seguramente será para el verano próximo, y puede que antes.
..........
Me escribes la carta más bonita que puede escribir una niña pequeña (y una mayor también). Tus cartas son tan claras como si estuvieran en letra de imprenta. La próxima vez que me escribas dime si tu escuela está lejos y si vas sola o no.
Ando muy ocupado escribiendo para periódicos y revistas de todo el país, así que nunca tengo tiempo para ir casa, pero procuraré hacerlo el invierno que viene. Si no, iré con toda certeza en verano y entonces tendrás alguien en quien mandar y con quien salir de paseo.
Escríbeme siempre que tengas tiempo, porque siempre estoy esperando carta tuya y me alegro mucho cuando la recibo. Cuando vayas por la calle ten mucho cuidado de no ofrecer golosinas a perros que no conozcas y de no acariciar la cabeza de los lagartos, y de no dar la mano a los gatos que no te hayan sido presentados, y de no tocar los hocicos de los caballos de los tranvías eléctricos.
Espero que estés bien y se te cure el dedo pronto, sabes que te quiere como siempre,
Papá
****
Mi querida Margaret:
Aquí hace tiempo de verano, y las abejas están en flor, y las flores cantan, y los pájaros elaboran miel, y no hemos comenzado la temporada de pesca. Pero sólo falta un mes para julio, y entonces pescaremos, quiérase o no. Creo que debieras escribirme contándome esa inundación que hubo en Pittsburgh hace poco, y diciéndome si llegó hasta donde vives, o no. No hablas nada de la Pascua, ni de los huevos de conejito, aunque supongo que ahora ya sabrás que los huevos nacen de las plantas y no los ponen los conejos.
Me agradaría tener noticias tuyas más a menudo. Hace más de un mes que no me escribes. Escríbeme pronto y dime como estás, y cuando os dan las vacaciones, porque todos queremos tenerlas en julio para divertirnos.
A fines de semana te mandaré algo que te gustará. ¿A que no adivinas lo que es?
Con todo cariño,
Papá
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No suficientemente conocido y apreciado por estas latitudes y en esta época, O. Henry es, sin embargo, referencia obligada para los que amamos los cuentos breves, en los que fue un maestro. El "final a lo O.Henry" es sinónimo de "final sorpresa", de una última línea que da la vuelta a todo el relato, o que lo cierra de una forma sorpresiva. Y su correspondencia, sin llegar a la irónica desfachatez de la de Groucho Marx, es un prodigio de cómica y tierna inteligencia.
Algo más, parafraseando a Fractal para cual :)

Octavio Paz

Maravillas de la voluntad
*
Cuento completo
*
A las tres en punto don Pedro llegaba a nuestra mesa, saludaba a cada uno de los concurrentes, pronunciaba para sí unas frases indescifrables y silenciosamente tomaba asiento. Pedía una taza de café, encendía un cigarrillo, escuchaba la plática, bebía a sorbos su tacita, pagaba a la mesera, tomaba su sombrero, recogía su portafolio, nos daba las buenas tardes y se marchaba. Y así todos los días.
¿Qué decía don Pedro al sentarse y al levantarse, con cara seria y ojos duros? Decía:
-Ojalá te mueras.
Don Pedro repetía muchas veces al día esa frase. Al levantarse, al terminar su tocado matinal, al entrar o salir de casa -a las ocho, a la una, a las dos y media, a las siete y cuarto -, en el café, en la oficina, antes y después de cada comida, al acostarse cada noche. La repetía entre dientes o en voz alta; a solas o en compañía. A veces sólo con los ojos. Siempre con toda el alma.
Nadie sabía contra quién dirigía aquellas palabras. Todos ignoraban el origen de aquel odio. Cuando se quería ahondar en el asunto, don Pedro movía la cabeza con desdén y callaba, modesto. Quizá era un odio sin causa, un odio puro. Pero aquel sentimiento lo alimentaba, daba seriedad a su vida, majestad a sus años. Vestido de negro, parecía llevar luto de antemano por su condenado.
Una tarde don Pedro llegó más grave que de costumbre. Se sentó con lentitud y en el centro mismo del silencio que se hizo ante su presencia, dejó caer con simplicidad estas palabras:
-Ya lo maté.
¿A quién y cómo? Algunos sonrieron queriendo tomar la cosa a broma. La mirada de don Pedro los detuvo. Todos nos sentimos incómodos. Era cierto, allí se sentía el hueco de la muerte. Don Pedro se quedó solo, más serio que nunca, un poco lacio, como un astro quemado ya, pero tranquilo, sin remordimiento.
No volvió al día siguiente. Nunca volvió. ¿Murió? Acaso le faltó ese odio vivificador. Tal vez vive aún y ahora odia a otro. Reviso mis acciones. Y te aconsejo que hagas lo mismo con las tuyas, no vaya a ser que hayas incurrido en la cólera paciente, obstinada, de esos pequeños ojos miopes. ¿Has pensado alguna vez cuántos -acaso muy cercanos - te miran con los mismos ojos de don Pedro?

Wislawa Szymborska

El mira, el terrorista
*
*
A las trece horas veinte minutos la bomba estallará en el bar.
Ahora son las trece horas dieciséis minutos.
Hay gente todavía a tiempo de entrar.
Y a tiempo de salir.
*
El terrorista ya ha cruzado la calle.
Esta distancia le libra del mal.
¡Y que imaginen!, como en las películas.
*
Ella entra: una mujer con un chaquetón amarillo.
Él sale: un hombre con gafas oscuras.
Ellos charlan: muchachos con jeans.
Las trece horas diecisiete minutos cuatro segundos.
El más bajito tiene suerte y se sube a su vespino,
en cambio el más alto entra.
*
Las trece horas diecisiete minutos cuarenta segundos.
Ella avanza con una cinta verde en el pelo: una muchacha.
Pero un autobús pasa y la tapa.
Las trece horas dieciocho minutos.
Ni rastro de la muchacha.
Quizá haya cometido la tontería de entrar, o quizá no,
se sabrá cuando se proceda a sacar los cuerpos en camilla.
*
Las trece horas diecinueve minutos.
Misteriosamente nadie entra.
En cambio, aún sale un tipo gordo y calvo.
Camina, parece buscar algo en los bolsillos y
diez segundos antes de las trece horas veinte minutos
vuelve a por sus malditos guantes.
*
Son las trece horas veinte minutos.
El tiempo: ¡cómo se alarga!
Ahora, quizá.
No, todavía no.
Ahora sí.
Ella estalla: la bomba.

15 diciembre 2006

Joseph Joffo

Un saco de canicas
*
Capítulo I (fragmento)
*
La canica gira entre mis dedos en el fondo del bolsillo. Es mi preferida, nunca me separo de ella. Y lo bueno es que es la más fea de todas, no se parece en nada a las de ágata, o a las grandes canicas metálicas que suelo mirar en el escaparate de la tienda del tío Rubén, en la esquina de la calle Ramey; es una canica de barro, con el barniz medio saltado. Por eso tiene asperezas en la superficie, y dibujos, parece el planisferio de la clase en pequeño.
Me gusta mucho, es bonito tener la Tierra en el bolsillo, las montañas, los mares, todo bien guardado.
Soy un gigante y llevo encima todos los planetas.
-Bueno, ¿tiras o qué?
Maurice está esperando, sentado en la acera frente a la charcutería. Siempre lleva los calcetines flojos, papá le llama el acordeonista.
Entre las piernas tiene las cuatro canicas en un montoncito: tres formando un triángulo y otra encima.
La abuela Epstein nos está mirando desde el umbral de la puerta. Es una anciana búlgara amojamada, y encogida más de la cuenta. Por extraño que parezca, ha conservado el color cobrizo que da al rostro el viento de las grandes estepas, y ahí, en el hueco de la puerta, sentada en su silla de anea, es un pedazo viviente de aquel mundo balcánico que el cielo gris de la puerta de Clignancourt no logra empañar.
Está ahí todos los días y sonríe a los niños que vuelven del colegio.
Cuentan que huyó a pie a través de Europa, de pogrom en pogrom, hasta que vino a parar a este rincón del distrito XVIII, en el que se encontró con otros fugitivos del Este: rusos, rumanos, checos, compañeros de Trotsky, intelectuales, artesanos. Lleva aquí ya más de veinte años, y los recuerdos sí han debido empañarse, aunque el color de la frente y las mejillas no haya cambiado.
Se ríe al verme vacilante. Estruja con las manos la sarga gastada de su delantal, tan negro como el mío; era el tiempo en que todos los colegiales iban vestidos de negro. Una infancia de luto riguroso, en 1941 resultaba premonitorio.
______________________________________
Joffo, ha escrito otros libros, en una linea similar a éste, pero aquí no han alcanzado la misma popularidad de ésta novela que, inmediatamente después de su publicación fue traducida a varios idiomas. Los recuerdos, las aventuras y desventuras de un niño judío en la Francia ocupada; sus amigos, la rodela amarilla en la solapa, su mundo que se desmorona, y sus canicas...
No empezó a escribir hasta que en los años 70, un accidente de esquí le obligó a una inmovilidad larga (no sé si permanente) y aunque muchos lo catalogan como escritor para niños y jóvenes, no se aleja mucho, en este libro al menos, de Imre Kertesz, en su magistral "Sin destino"

14 diciembre 2006

Frank McCourt

Lo es
*
Prólogo
*

Es tu sueño que se cumple.
Eso es lo que solía decir mi madre cuando éramos niños en Irlanda, y se hacía realidad algún sueño que habíamos tenido. El que yo tenía una y otra vez era que entraba en un barco en la bahía de Nueva York, impresionado por los rascacielos que tenía delante. Yo se lo contaba a mis hermanos y ellos me tenían envidia por haber pasado una noche en América, hasta que ellos empezaron a asegurar que habían tenido también el mismo sueño. Sabían que era una manera segura de atraer la atención, aunque yo discutía con ellos, les decía que yo era el mayor, que aquel sueño era mío y que más les valía dejarlo en paz si no querían acabar mal.
Ellos me decían que yo no tenía derecho a quedarme aquel sueño para mí solo, que cualquiera podía soñar con América en lo más oscuro de la noche y que yo no podía impedirlo de ningún modo. Yo les decía que sí podía impedírselo. No les dejaría dormir en toda la noche, ellos no soñarían nada en absoluto. Michael solo tenía seis años y ya se reía al imaginarme a mí saltando de uno a otro para intentar impedir sus sueños con los rascacielos de Nueva York.
Malachy decía que yo no podía hacer nada para evitar sus sueños, pues él había nacido en Brooklyn y podía soñar con América toda la noche y hasta bien entrado el día si quería. Yo recurrí a mi madre. Le dije que no era justo el modo en que toda la familia invadía mis sueños y ella me dijo:
-Arrah, por el amor de Dios, tómate el té y márchate a la escuela y deja de fastidiarnos con tus sueños.
Mi hermano Alphie sólo tenía dos años y estaba aprendiendo palabras y se puso a dar golpes con una cuchara en la mesa y a cantar: "Fatidiarnos sueños, fatidiarnos sueños", hasta que todo el mundo se echó a reír y yo supe que podía compartir con él mis sueños en cualquier momento, así que ¿por qué no con Michael, por qué no con Malachy?

Frank McCourt

Las Cenizas de Ángela
*
Capítulo I (fragmento)
*
Mi padre y mi madre debieron haberse quedado en Nueva York, donde se conocieron, donde se casaron y donde nací yo. En vez de ello, volvieron a Irlanda cuando yo tenía cuatro años, mi hermano Malachy tres, los gemelos Oliver y Eugene, apenas uno, y mi hermana Margaret ya estaba muerta y enterrada.
Cuando recuerdo mi infancia me pregunto cómo pude sobrevivir siquiera. Fue, naturalmente, una infancia desgraciada, se entiende: las infancias felices no merecen que les prestemos atención. La infancia desgraciada irlandesa es peor que la infancia desgraciada corriente, y la infancia desgraciada irlandesa católica es peor todavía.
En todas partes hay gente que presume y que se lamenta de las penalidades de sus primeros años, pero nada puede compararse con la versión irlandesa: la pobreza; el padre vago, locuaz y alcohólico; la madre, piadosa y derrotada, que gime junto al fuego; los sacerdotes, pomposos; los maestros de escuela, despóticos; los ingleses y las cosas tan terribles que nos hicieron durante ochocientos largos años.
Sobre todo... estábamos mojados.
A lo lejos, en el Océano Atlántico, se juntaban grandes cortinas de lluvia que subían poco a poco por el río Shannon y se asentaban para siempre en Limerick. La lluvía humedecía la ciudad desde la festividad de la Circuncisión hasta la Nochevieja. Producía una cacofonía de toses secas, de ronquidos bronquíticos, de estertores asmáticos, de ahogos tísicos. Convertía las narices en fuentes, los pulmones en esponjas llenas de bacterias. Inspiraba remedios a discrección: para aliviar el catarro se cocían cebollas en leche ennegrecida con pimienta; para la congestión se preparaba una pasta con harina hervida y ortigas, se envolvía en un trapo y se aplicaba, humeante, al pecho.

09 diciembre 2006

Anaïs Nin

Diarios. Volumen VI. 1955-1966
*
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Miré unas espantosas máscaras del Perú y me puse a pensar. Estaban hechas para asustar al enemigo. En nosotros, en algunos de nosotros, la máscara que llevamos como defensa también es fea. Yo he visto cambios en los rostros de algunos amigos. La boca se vuelve más delgada, los surcos de la ansiedad más profundos, los ojos más velados, la sonrisa forzada.. Unos adquieren una severidad que no poseían, otros altanería, otros arrogancia. Me entristece. Me pregunto cómo podemos crecer sin estas máscaras.
¿Ocurre lo mismo con el escribir? ¿Lleva también eso una máscara? Jim escribe las mejores cosas en la oscuridad y el secreto. Lo que ofrecemos al mundo es diferente.
La neurosis es una "posesión". Te posee un demonio de autodestrucción. Eres compulsiva. Destruyes. No es tu voz, tu cuerpo, tu verdadero ser. Un demonio habita tu cuerpo. Es el espíritu del pasado. Son tus seres pasados superpuestos en tu presente, empañándolo, ahogándolo.
Una Anaïs de quince años ve a su madre trabajando tanto, el trabajo se va acumulando deprisa y las deudas aún más deprisa. Aturdida por la contabilidad, sintiéndose inútil. Más adelante, trabajando para satisfacer necesidades inmediatas, el pequeño sueldo de una modelo para mantener a cuatro personas.
No me importaba trabajar todo el día para una tienda de modas, y por la noche para pintores e ilustradores; y no me importaba saltarme la comida para poder escribir mi Diario, ni llegar tarde a casa en el último tren. Pero una noche cuando llegué, mi madre me dijo que había firmado un contrato para que nos construyeran un pórtico: seiscientos dólares. Mi sueldo jamás lo cubriría. Y además era un lujo superfluo. No teníamos siquiera una buena caldera para la calefacción. Tardaba horas en calentarse y yo me pasaba el invierno rompiendo cajas de embalaje, de esas que se utilizan para las naranjas, a fin de caldear la casa. Mi madre no veía la irracionalidad del acto. Yo la sacudí, y el sentimiento de culpa por haberla agarrado por los hombros y haberla sacudido y haberle dicho: "Mamá, ¿es que no lo ves? ¿Es que no ves que esto es un disparate?", ha pesado sobre mí toda la vida.

Manuel Rivas

La lengua de las Mariposas
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Incluido en su libro de cuentos "¿Qué me quieres, amor?"
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(fragmento)
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"¿Qué hay, Pardal? Espero que por fin este año podamos ver la lengua de las mariposas"
El maestro aguardaba desde hacía tiempo que les enviasen un microscopio a los de la Instrucción Pública. Tanto nos hablaba de cómo se agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras entusiastas tuviesen el efecto de poderosas lentes.
"La lengua de las mariposas es una trompa enroscada como un muelle de reloj. Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz para chupar. Cuando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar, ¿a que sentís ya el dulce en la boca como si la yema fuese la punta de la lengua? Pues así es la lengua de la mariposa"
Y entonces todos teníamos envidia de las mariposas. Qué maravilla. ir por el mundo volando, con esos trajes de fiesta, y parar en flores como tabernas con barriles llenos de almíbar.
Yo quería mucho a aquel maestro. Al principio, mis padres no podían creerlo. Quiero decir que no podían entender cómo yo quería a mi maestro. Cuando era un pequeñajo, la escuela era una amenaza terrible. Una palabra que se blandía en el aire como una vara de mimbre.
"¡Ya verás cuando vayas a la escuela!"
Dos de mis tíos, como muchos oros jóvenes, habían emigrado a América para no ir de quintos a la guerra de Marruecos. Pues bien, yo también soñaba con ir a América para no ir a la escuela. De hecho, había historias de niños que huían al monte para evitar aquel suplicio. Aparecían a los dos o tres días, ateridos y sin habla, como desertores del Barranco del Lobo.

08 diciembre 2006

Paul Valery

El Cementerio Marino
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(fragmento)
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¡Oh alma mía, no aspires a la vida inmortal,
pero agota toda la extensión de lo posible.
Pindaro, Píticas III.
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Calmo techo surcado de palomas,
palpita entre los pinos y las tumbas;
mediodía puntual arma sus fuegos
¡El mar, el mar siempre recomenzado!
¡Qué regalo después de un pensamiento
ver moroso la calma de los dioses!

¡Qué obra pura consume de relámpagos
vario diamante de invisible espuma,
y cuánta paz parece concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol reposa,
trabajos puros de una eterna causa,
el Tiempo riela y es Sueño la ciencia.
*
Tesoro estable, templo de Minerva,
quietud masiva y visible reserva;
agua parpadeante, Ojo que en ti guardas
tanto sueño bajo un velo de llamas,
¡silencio mío!... ¡Edificio en el alma,
mas lleno de mil tejas de oro. Techo!

Templo del Tiempo, que un suspiro cifra,
subo a ese punto puro y me acostumbro
de mi mirar marino todo envuelto;
tal a los dioses mi suprema ofrenda,
el destellar sereno va sembrando
soberano desdén sobre la altura.

Como en deleite el fruto se deslíe,
como en delicia truécase su ausencia
en una boca en que su forma muere,
mi futura humareda aquí yo sorbo,
y al alma consumida el cielo canta
la mudanza en rumor de las orillas.
- - - - - -
¡Se alza el viento!... ¡Tratemos de vivir!
¡Cierra y abre mi libro el aire inmenso,
brota audaz la ola en polvo de las rocas!
¡Volad páginas todas deslumbradas!
¡Olas, romped con vuestra agua gozosa
calmo techo que foques merodean!

Edgar Allan Poe

Berenice
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Cuento
(fragmento)
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Berenice y yo éramos primos y crecimos juntos en la morada paterna. Pero crecimos de forma distinta. Yo, enfermizo y amortajado en mi melancolía. Ella, ágil, graciosa y desbordante de energía. Para ella, los vagabundeos por la colina. Para mí, los estudios del claustro. Yo, viviendo en mi propio corazón y dedicándome, en cuerpo y alma, a la más intensa y más penosa meditación. Ella, errando despreocupada a través de la vida, sin pensar en las sombras de su camino o en la fuga silenciosa de las horas de negro plumaje.
¡Berenice! Yo invoco su nombre -¡Berenice! - y las ruinas de grises de mi memoria se yerguen en mil recuerdos tumultuosos. ¡Ah, su imagen está ahí, viva ante mí, como en los primeros días de su alegría y de su gozo! ¡Oh, magnífica y sin embargo fantástica belleza! ¡Oh, silfa entre las florestas del Arnheim! ¡Oh, náyade entre sus fuentes!
Y luego -y luego todo es misterio y terror, una historia que no quiere ser contada -, un mal, un mal fatal se abatió sobre su constitución como el simún. E incluso, mientras yo la contemplaba, el espíritu de la metamorfosis pasaba sobre ella y le quitaba, penetrando su espíritu, sus costumbres, su carácter, y, de la forma más sutil y más terrible perturbando incluso su identidad.
Ay, el destructor iba y venía, pero la víctima, la verdadera Berenice, ¿en qué se había convertido?
Yo no la conocía ya o, al menos, no la reconocía como Berenice.

07 diciembre 2006

Franklin Mieses Burgos

*
*
Cuando la rosa muere
*
Cuando la rosa muere
deja un hueco en el aire
que no lo llena nada;

*
ni el eco que sepulta
su desolado rostro
herido en otra arena;

*
ni la luz que va sola
en río transparente
hecho por serafines;

*
ni la sombra que es ala
de un pájaro de nieblas
nacido sobre el viento.

*
*
Cuando la rosa muere
deja un hueco en el aire
que no lo llena nadie.

*
Sólo el llanto lo anega
con sus blancas estatuas
de sal petrificada, con sus astros caídos
y sus nubes viajeras;

sólo el llanto lo anega
en estrellas pequeñas.

*
Cuando la rosa muere
deja un hueco en el aire
—redondo como un nido—
­para acunar tu pena.

04 diciembre 2006

Heinrich Böll

El pan de los años mozos
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Capítulo I. (fragmento)
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El día que llegó Hedwig era lunes, y ese lunes por la mañana, antes de que mi patrona deslizara por debajo de la puerta la carta de mi padre, lo que más me hubiese gustado habría sido taparme la cara con la ropa de la cama, como solía hacer cuando vivía aún en la residencia de aprendices. Pero mi patrona gritó desde el rellano:
-¡Hay correo para usted, de su familia!
Y al deslizar la carta por debajo de la puerta, ésta brilló, blanca como la nieve, entre las sombras grises que invadían aún mi habitación, y yo salté aterrado de la cama, porque en lugar del matasellos redondo de una oficina de correos, vi el matasellos ovalado de una oficina del ferrocarril.
Mi padre, que odia los telegramas, sólo me ha enviado dos cartas con el matasellos de una oficina de ferrocarril en los siete años que llevo viviendo solo en la ciudad: la primera me anunciaba la muerte de mamá, la segunda el accidente de papá, cuando se rompió las dos piernas... y ésta era la tercera; la abrí y me sentí aliviado cuando leí: "No olvides", escribía papá, "que Hedwig, la hija de Muller, a quien has proporcioando la habitación, llega hoy en el tren de las 11, 47. Sé amable, recógela y no olvides comprarle unas flores y tratarla con simpatía. Intenta presentarte como corresponde a una muchacha de su condición; es la primera vez que viene sola a la ciudad, no conoce la calle ni el barrio donde va a vivir, todo es desconocido para ella, y la gran estación, con el tumulto propio del mediodía, la asustará. Piensa que tiene veinte años y que viene a la ciudad para ser maestra. Es una lástima que no puedas hacerme tus habituales visitas dominicales..., lástima. Saludos de tu padre"
Después pensé a menudo cómo habría ido todo de no haber recogido a Hedwig en la estación.

03 diciembre 2006

Katherine Mansfield

El Canario
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(fragmento)
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¿Ves aquel clavo grande a la derecha de la puerta de entrada? Todavía me da tristeza mirarlo, y, sin embargo, por nada del mundo lo quitaría. Me complazco en pensar que allí estará siempre, aun después de mi muerte. A veces oigo a los vecinos que dicen: «Antes allí debía de colgar una jaula». Y eso me consuela: así siento que no se le olvida del todo.
No te puedes figurar cómo cantaba. Su canto no era como el de los otros canarios, y lo que te cuento no es sólo imaginación mía. A menudo, desde la ventana, acostumbraba observar a la gente que se detenía en el portal a escuchar, se quedaban absortos, apoyados largo rato en la verja, junto a la planta de celinda. Supongo que eso te parecerá absurdo, pero si lo hubieses oído no te lo parecería. A mí me hacía el efecto que cantaba canciones enteras que tenían un principio y un final. Por ejemplo, cuando por la tarde había terminado el trabajo de la casa, y después de haberme cambiado la blusa, me sentaba aquí en la varanda a coser: él solía saltar de una percha a otra, dar golpecitos en los barrotes para llamarme la atención, beber un sorbo de agua como suelen hacer los cantantes profesionales, y luego, de repente, se ponía a cantar de un modo tan extraordinario, que yo tenía que dejar la aguja y escucharlo. No puedo darte idea de su canto, y a fe que me gustaría poderlo describir. Todas las tardes pasaba lo mismo, y yo sentía que comprendía cada nota de sus modulaciones.
¡Lo quería! ¡Cuánto lo quería! Quizá en este mundo no importa mucho lo que uno quiere, pero hay que querer algo. Mi casita y el jardín siempre han llenado un vacío, sin duda; pero nunca me han bastado. Las flores son muy agradecidas, pero no se interesan por nuestra vida. Hace tiempo quise a la estrella del atardecer. ¿Te parece una tontería? Solía sentarme en el jardín, detrás de la casa, cuando se había puesto el sol, y esperar a que la estrella saliera y brillara sobre las ramas oscuras del árbol de la goma. Entonces le murmuraba: «¿Ya estás aquí, amor mío?». Y en aquel instante parecía brillar sólo para mí. Parecía que lo comprendiera...; algo que es nostalgia y sin embargo no lo es. O quizá el dolor de lo que uno echa de menos, sí, era este dolor. Pero ¿qué era lo que echaba de menos? He de agradecer lo mucho que he recibido.

Virgilio

La Eneida. Segundo Libro
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(fragmento)
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Callaron todos, puestos a escuchar con profunda atención, y en seguida el gran caudillo Eneas habló así desde su alto lecho:
"Mándasme, ¡oh, Reina!, que renueve inefables dolores refiriéndote como los Dánaos asolaron grandezas troyanas y aquel miserendo reino; espantosa catástrofe, que yo presencié y en que fui gran parte. ¿Quién al narrar tales desastres; quién ni aún cuando fuera uno de los Mirmidones o de los Dólopes o soldado del duro Ulises, podría refrenar el llanto?
...
Más si tanto deseo tienes de saber nuestras tristes aventuras y de oír brevemente el supremo trance de Troya, aunque el ánimo se horrorice a su solo recuerdo y retrocede espantado, empezaré.
Quebrantados por la guerra y contrariados por el destino en tantos años ya pasados, los caudillos de los Griegos construyen por arte divino de Palas, un caballo tamaño como un monte, cuyos costados forman con tablas de abeto bien ajustadas, y haciendo correr la voz de que aquello era un voto para obtener feliz regreso, consiguen que así se crea. Allí, en aquellos terrenos, designados al efecto por la suerte, y en un momento llenan de gente armada las hondas cavidades y el vientre todo de la gran máquina.
Hay a la vista de Troya una isla llamada Ténedos, muy afamada y rica en los tiempos en que estaban en pie los reinos de Príamo, y que hoy no es más que una ensenada, fondeadero poco seguro para las naves. Allí avanzan los Griegos y se ocultan en la desierta playa, mientras nosotros creíamos que habían levantado el campo y enderezado el rumbo a Micenas: con esto, toda Troya empieza a respirar tras un largo luto. Abrénse las puertas; para todos es un placer salir de la ciudad y ver los campamentos dóricos, los lugares ya libres de enemigos y la abandonada playa; aquí acampaba la hueste de los Dólopes, allí tenía sus tiendas el feroz Aquiles; en aquel punto fondeaba la escuadra, por aquel otro solía embestir el ejército.
Unos se maravillan en vista de la funesta ofrenda consagrada a la virginal Minerva y se pasman de la enorme mole del caballo, siendo Timetes el primero en aconsejar que se lleve a la ciudad y se coloque en el alcázar, ya fuese traición, ya que así lo tenían dispuesto los hados de Troya; pero Capis, y con él los más avispados, querían, o que se arrojase al mar aquella traidora celada, sospechoso don de los Griegos, o que se le prendiese fuego por debajo, o que se barrenase el vientre del caballo y registrasen sus hondas cavidades.

01 diciembre 2006

James Joyce

Las hermanas
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Cuento incluído en "Dublineses"
(fragmento)
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No había esperanza esta vez. Era la tercera embolia. Noche tras noche pasaba yo por la casa (eran las vacaciones) y estudiaba el alumbrado cuadro de la ventana: y noche tras noche lo veía iluminado del mismo modo débil y parejo. Si hubiera muerto, pensaba yo, vería el reflejo de las velas en las oscuras persianas, ya que sabía que se deben colocar dos cirios a la cabecera del muerto. A menudo él me decía: "No me queda mucho en este mundo", y yo pensaba que hablaba por hablar. Ahora supe que decía la verdad. Cada noche, al levantar la vista y contemplar la ventana, me repetía a mí mismo en voz baja la palabra "parálisis". Siempre me sonaba extraña en los óídos, como la palabra gnomón en Euclides y la "simonía" del catecismo. Pero ahora me sonó a cosa mala y llena de pecado. Me dio miedo, y sin embargo, ansiaba observar de cerca su trabajo maligno.
El viejo Cotter estaba sentado junto al fuego, fumando, cuando bajé a cenar. Mientras mi tía me servía mi potaje, dijo él, como volviendo a una frase dicha antes:
-No, yo no diría que era exactamente..., pero había en él algo raro..., misterioso. Le voy a dar mi opinión.
Empezó a tirar de su pipa, sin duda ordenando sus opiniones en la cabeza. ¡Viejo estúpido y molesto! Cuando lo conocimos era más interesante, que hablaba de desmayos y gusanos; pero pronto me cansé de sus interminables cuentos sobre la destilería.

Reinaldo Arenas

Celestino antes del alba
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Capítulo I (fragmento)
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...
Esta casa siempre ha sido un infierno. Antes de que todo el mundo se muriera ya aquí solamente se hablaba de muertos y más muertos. Y la abuela era la primera en estar haciendo cruces en todos los rincones. Pero cuando las cosas se pusieron malas de verdad fue cuando a Celestino le dio por hacer poesías. ¡Pobre Celestino! Yo lo veo ahora, sentado sobre el quicio de la sala y arrancándose los brazos.
¡Pobre Celestino! Escribiendo. Escribiendo sin cesar, hasta en los respaldos de las libretas donde el abuelo anota las fechas en que salieron preñadas las vacas. En las hojas de maguey y hasta en los lomos de las yaguas, que los caballos no llegaron a tiempo para comérselas.
Escribiendo. Escribiendo. Y cuando no queda ni una hoja de maguey por enmarañar. Ni el lomo de una yagua. Ni las libretas de anotaciones del abuelo: Celestino comienza a escribir entonces en los troncos de las matas.
"Eso es mariconería", dijo mi madre cuando se enteró de la escribidera de Celestino. Y ésa fue la primera vez que se tiró al pozo.
"Antes de tener un hijo así, prefiero la muerte" Y el agua del pozo subió de nivel.
¡Qué gorda era entonces mamá! Sí que era gorda. Y el agua, al ella zambullirse, subía y subía. ¡Si tú hubieras visto!: yo fui corriendo al pozo y pude lavarme las manos en el agua, y, sin inclinarme casi, bebí, estirando un poco el cuello. Y luego empecé a beber utilizando las manos como si fueran jarros. ¡Qué fresca y qué clara estaba el agua! A mí me encanta mojarme las manos y beber en ellas. Igual que hacen los pájaros. Aunque, claro, como los pájaros no tienen manos, se la toman con el pico...
¿Y si tuvieran manos y fuéramos nosotros los equivocados?... Yo no sé ni que decir. Como las cosas en esta casa andan tan mal: yo no sé, a la verdad, ni en qué pensar. Pero de todos modos, pienso. Pienso. Pienso... Y ya Celestino se me acerca de nuevo, con todas las yaguas escritas bajo el brazo, y los lápices de carpintería clavados en mitad del estómago.