El hombre que ríe
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Cuento (fragmento)
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En 1928, a los nueve años, yo formaba parte, con todo el espíritu de cuerpo posible, de una organización conocida como el Club de los Comanches. Todos los días de clase, a las tres de la tarde, nuestro Jefe nos recogía, a los veinticinco comanches, a la salida de la escuela número 165, en la calle 109, cerca de Amsterdam Avenue. A empujones y golpes entrábamos en el viejo autobús comercial que el Jefe había transformado. Siempre nos conducía (según los acuerdos económicos establecidos con nuestros padres) al Central Park. El resto de la tarde, si el tiempo lo permitía, lo dedicábamos a jugar al rugby, al fútbol o al béisbol, según la temporada. Cuando llovía, el Jefe nos llevaba invariablemente al Museo de Historia Natural o al Museo Metropolitano de Arte.
Los sábados y la mayoría de las fiestas nacionales, el Jefe nos recogía por la mañana temprano en nuestras respectivas viviendas y en su destartalado autobús nos sacaba de Manhattan hacia los espacios comparativamente abiertos del Van Cortlandt Park o de Palisades. Si teníamos propósitos decididamente atléticos, íbamos a Van Cortlandt donde los campos de juego eran de tamaño reglamentario y el equipo contrario no incluía ni un cochecito de niño ni una indignada viejecita con bastón. Si nuestros corazones de comanches se sentían inclinados a acampar, íbamos a Palisades y nos hacíamos los robinsones. Recuerdo haberme perdido un sábado en alguna parte de la escabrosa zona de terreno que se extiende entre el cartel de Linit y el extremo oeste del puente George Washington. Pero no por eso perdí la cabeza. Simplemente me senté a la sombra majestuosa de un gigantesco anuncio publicitario y, aunque lagrimeando, abrí mi fiambrera por hacer algo, confiando a medias en que el Jefe me encontraría. El Jefe siempre nos encontraba.
El resto del día, cuando se veía libre de los comanches el Jefe era John Gedsudski, de Staten Island. Era un joven tranquilo, sumamente tímido, de veintidós o veintitrés años, estudiante de derecho de la Universidad de Nueva York, y una persona memorable desde cualquier punto de vista. No intentaré exponer aquí sus múltiples virtudes y méritos. Sólo diré de paso que era un scout aventajado, casi había formado parte de la selección nacional de rugby de 1926, y era público y notorio que lo habían invitado muy cordialmente a presentarse como candidato para el equipo de béisbol de los New York Giants. Era un árbitro imparcial e imperturbable en todos nuestros ruidosos encuentros deportivos, un maestro en encender y apagar hogueras, y un experto en primeros auxilios muy digno de consideración. Cada uno de nosotros, desde el pillo más pequeño hasta el más grande, lo quería y respetaba.
Los sábados y la mayoría de las fiestas nacionales, el Jefe nos recogía por la mañana temprano en nuestras respectivas viviendas y en su destartalado autobús nos sacaba de Manhattan hacia los espacios comparativamente abiertos del Van Cortlandt Park o de Palisades. Si teníamos propósitos decididamente atléticos, íbamos a Van Cortlandt donde los campos de juego eran de tamaño reglamentario y el equipo contrario no incluía ni un cochecito de niño ni una indignada viejecita con bastón. Si nuestros corazones de comanches se sentían inclinados a acampar, íbamos a Palisades y nos hacíamos los robinsones. Recuerdo haberme perdido un sábado en alguna parte de la escabrosa zona de terreno que se extiende entre el cartel de Linit y el extremo oeste del puente George Washington. Pero no por eso perdí la cabeza. Simplemente me senté a la sombra majestuosa de un gigantesco anuncio publicitario y, aunque lagrimeando, abrí mi fiambrera por hacer algo, confiando a medias en que el Jefe me encontraría. El Jefe siempre nos encontraba.
El resto del día, cuando se veía libre de los comanches el Jefe era John Gedsudski, de Staten Island. Era un joven tranquilo, sumamente tímido, de veintidós o veintitrés años, estudiante de derecho de la Universidad de Nueva York, y una persona memorable desde cualquier punto de vista. No intentaré exponer aquí sus múltiples virtudes y méritos. Sólo diré de paso que era un scout aventajado, casi había formado parte de la selección nacional de rugby de 1926, y era público y notorio que lo habían invitado muy cordialmente a presentarse como candidato para el equipo de béisbol de los New York Giants. Era un árbitro imparcial e imperturbable en todos nuestros ruidosos encuentros deportivos, un maestro en encender y apagar hogueras, y un experto en primeros auxilios muy digno de consideración. Cada uno de nosotros, desde el pillo más pequeño hasta el más grande, lo quería y respetaba.
Aún está patente en mi memoria la imagen del Jefe en 1928. Si los deseos hubieran sido centímetros, entre todos los comanches lo hubiéramos convertido rápidamente en gigante. Pero, siendo como son las cosas, era un tipo bajito y fornido que mediría entre uno cincuenta y siete y uno sesenta, como máximo. Tenía el pelo renegrido, la frente muy estrecha, la nariz grande y carnosa, y el torso casi tan largo como las piernas. Con la chaqueta de cuero, sus hombros parecían poderosos, aunque eran estrechos y caídos. En aquel tiempo, sin embargo, para mí se combinaban en el Jefe todas las características más fotogénicas de Buck Jones, Ken Maynard y Tom Mix, perfectamente amalgamadas.
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Jerome David Salinger, es famoso por su "Guardián entre el centeno"
La infancia y la primera adolescencia, es territorio de este escritor que está entre mis preferidos.
Un día perfecto para el pez plátano, Franny y Zooey, Teddy, En el bote, y muchos otros relatos, transcurren en el mundo privado de los niños, a caballo entre la inocencia y la inquietud; la confianza y el miedo.
5 comentarios:
Salinger está entre mis autores pendientes de leer; únicamente me he acercado a él a través de Baricco, que le admira profundamente y homenajea siempre que puede. Su escuela de escritura en Turin se llama Holden en honor al personaje de "Guardian entre el centeno", precisamente. O sea que, un nuevo propósito para el año entrante. Navidades trajo a McCourt, te lo conté en su post, y para Reyes veremos si puede traer a Salinger, creo que vale la pena. Dime, ¿por qué te gusta a ti?
¡Oops..! No había leído lo del regalo de Reyes.
De acuerdo, sí. El título es feo, pero es como una consecuencia de lo que pasa en "Las cenizas de Ángela" que no te voy a contar, porque eso hay que leerlo.
De Salinger, te cuento luego, que aún tengo que volver a trabajar un ratito.
Hasta luego, Virgo compatible con Tauro al 90% (según leí una vez)
:)
Salinger: ya te dije, las relaciones amorosas con los escritores, deben ser discretas, pero en general, me enamoro como una loca de los escritores "que tienen ver conmigo"
Que me cuentan mis verdades, que descubren mis secretos, que abren ventanas a espacios que conozco, o que sospechaba que existían.
Porque, ya sabes, las personas somos múltiples y a veces no tenemos tiempo para analizar esa multiplicidad. Y de repente, abres un libro y resulta que estás allí. Que ese niño inquieto, esa mujer aturdida, ese hombre furioso, esa anciana frustada, esa persona que siempre está sola con su peripecia vital, soy yo. O he sido, o seré.
Cuando me encuentro con escritores así, pasan a ser mis amigos del alma.
Otros, me divierten; aprecio su calidad, reconozco su buen hacer o su genialidad, pero son cultura, conocimiento, criterio, bagaje que me ayuda a entender y, con ser mucho, no me hacen "latir"
Escritores como Vian, por ejemplo, tienen que ver conmigo porque también tengo un sentido del humor absurdo bastante agudizado; los juegos de palabras, rizar el rizo de los tirabuzones, en plan "borde" me encantaba cuando eran otros tiempos y las reuniones con los amigos permitían esas cosas. Al final, nadie sabía de que iba la conversación :)
Y leo novela negra, porque no me hace pensar, y releo a los clásicos de continuo porque me chiflan, y la filosofía porque necesito encontrar razones.
Por eso me es difícil decirte porqué me gusta Salinger, o cualquier otro de mis preferidos.
También es cierto que muchas veces, un autor, por bueno que sea, no "llega" a todos por igual. Por eso, hojear antes de comprar, por mucho que les guste a otros.
Vale ya, que me voy a salir del blog :)
Y para ti que ya estarás durmiendo. Y yo con los ojos comoplatos (grrrrrr..)
Te he contestado en McCullers. Y ahora lo haré en Felix Grande. Tema: el ritmo.
:)
¡Uys..! Perdona...! He borrado tu comentario sin querer. El de Buenas noches :(
¡Lo siento...!
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