07 diciembre 2007

Tradición y adecuación

Si navegáis con el IExplorer, ya estáis escuchando una de las canciones interpretadas en el Teatro Español de Madrid, para sustentar y enriquecer la conferencia que pronunciaba Rafael Alberti; "La poesía popular en la lírica española". Esto sucedía en 1933. En el escenario, además de Alberti, Federico García Lorca y Encarnación López, "La Argentinita", que en 1931 ya habían grabado, con la discográfica "La Voz de su Amo", una docena de canciones tradicionales andaluzas, todas ellas recopiladas y armonizadas por Federico, quien también las interpretaba al piano y, seguramente, añadió a los textos lo que se pudiera haber perdido con el paso de los años. No queda muy claro si alguna letra es totalmente suya, aunque sí se aclara que una de ellas, "El paño moruno", es de Manuel de Falla; letra y música.
Pero esa no es la que escucháis, como ya habréis notado :)
"Anda Jaleo" es una bulería, o bulerías. No sé mucho acerca de los palos del flamenco, pero de éste, creo que sé, que es el único palo en el que un bailaor puede saltar al interpretarlo y sé que ese corro que se forma al final de las juergas flamencas, en que alguien sale a dar unos pasos de baile y luego cede su sitio a otro, son bulerías. Y hasta aquí creo que puedo contar sin meterme en grandes berenjenales.
Me interesa mucho la forma en que las canciones tradicionales o populares, cambian para adecuarse y responder a unas necesidades que son del alma. Quizá no sepamos componer música, pero casi todos podemos, con mayor o menor fortuna, inventar unas cuantas líneas, unas pocas palabras que sean compatibles con un ritmo dado y expresen nuestros deseos o nuestras circunstancias.
Esto sucede con gran frecuencia en el ámbito militar y en tiempos de guerra, cuando una canción puede convertirse en todo lo que uno posee y poner de manifiesto aquello por lo que se juega la vida en la batalla. Quizá el ejemplo más representativo de ésto, es la famosa "El Puente de Gandesa", cantada con muchas letras diferentes, y también en todos los idiomas de los componentes de las Brigadas Internacionales. Os dejo la letra de "Anda Jaleo" en versión original y en una de las versiones republicanas de las que he encontrado.
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La versión de García Lorca, en la voz de Carmen Linares.
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Yo me subí a un pino verde
por ver si la divisaba
y sólo divisé el polvo
del coche que la llevaba.
Anda jaleo, jaleo;
ya se acabó el alboroto
y ahora empieza el tiroteo.
En la calle de los Muros
han matado a una paloma.
Yo cortaré con mis manos
las flores de su corona.
Anda jaleo, jaleo;
ya se acabó el alboroto
y ahora empieza el tiroteo.
No salgas, paloma, al campo,
mira que soy cazador
y si te tiro y te mato
para mí será el dolor,
para mí será el quebranto.
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Esta versión republicana se titula "El Tren Blindado".
*
Yo me subí a un pino verde
por ver si Franco llegaba
y sólo vi un tren blindado
lo bien que tiroteaba.
Anda jaleo, jaleo, jaleo,
silba la locomotora
y Franco se va a paseo
y Franco se va a paseo.
Por tierras altas de Burgos
anda Mola sublevado,
ya veremos cómo corre
cuando llegue el tren blindado.
Anda jaleo, jaleo, jaleo,
silba la locomotora
y Mola se va a paseo
y Mola se va a paseo.
Yo me fui en el tren blindado
camino de Andalucía
y vi que Queipo de Llano
al verlo retrocedía.
Anda jaleo, jaleo,
silba la locomotora
y Queipo se va a paseo.
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Solo quiero añadir que el post no tiene nada que ver con la memoria histórica de nadie. Tiene que ver conque he estado escuchando la música y me he acordado del tema del cambio de los textos en las canciones. No; por si acaso.
:)

23 noviembre 2007

Nicanor Parra

Preguntas a la hora del té
.=.=.=.=.=.
Este señor desvaído parece
una figura de un museo de cera;
Mira a través de los visillos rotos;
que vale más, ¿el oro o la belleza?,
¿vale más el arroyo que se mueve
o la chépica fija a la ribera?

A lo lejos se oye una campana
que abre una herida más, o que la cierra:
¿Es más real el agua de la fuente
o la muchacha que se mira en ella?
No se sabe, la gente se lo pasa
construyendo castillos en la arena.

¿Es superior el vaso transparente
a la mano del hombre que lo crea?
Se respira una atmósfera cansada
de ceniza, de humo, de tristeza:

Lo que se vio una vez ya no se vuelve
a ver igual, dicen las hojas secas.
Hora del te, tostadas, margarina.
Todo envuelto en una especie de niebla.
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Mi comentario: Nicanor es el hermano mayor de Violeta Parra. Un gran poeta sobre el que planea la sombra de su famosa hermana de tal modo, que oír "Parra" y ponernos a cantar "Gracias a la vida" es todo uno, sin fijarnos en que hay un nombre distinto ante el apellido. Y vale la pena distinguir, sin mermar méritos.
El autor: Profesor de matemáticas, por cierto, ya publicaba poemas en 1937; recibió el Premio Nacional de Literatura de Chile en 1969 y, en 1991, el Premio Juan Rulfo, entre muchos otros galardones, becas y reconocimientos. Son famosos sus varios libros de lo que él llamó "Antipoemas". En 1954, dos poetas, uno novel (Parra), otro consagrado (Neruda), rompen con la poesía más convencional y publican, el primero, sus "Antipoemas", y el segundo, "Odas elementales" y dan paso, con ello, a la poesía conversacional, hablada, siguiendo los pasos dejados siete siglos atrás por Gonzalo de Berceo, que se complacía escribiendo "en román paladino/ en el cual suele el pueblo/ fablar a su vecino". Este poema, es uno de esos poéticos "antipoemas"
Desde el título primero, se accede a la página que le dediqué en mi web de Poetas. Podréis leerlo con la música de Victor Carbajo de fondo.

07 noviembre 2007

Friedrich Nietzsche

Diez mandamientos para escribir con estilo

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1-Lo que importa más es la vida: el estilo debe vivir.

2-El estilo debe ser apropiado a tu persona, en función de una persona determinada a la que quieres comunicar tu pensamiento.

3-Antes de tomar la pluma, hay que saber exactamente cómo se expresaría de viva voz lo que se tiene que decir. Escribir debe ser sólo una imitación.

4-El escritor está lejos de poseer todos los medios del orador. Debe, pues, inspirarse en una forma de discurso muy expresiva. Su reflejo escrito parecerá de todos modos mucho más apagado que su modelo.

5-La riqueza de la vida se traduce por la riqueza de los gestos. Hay que aprender a considerar todo como un gesto: la longitud y la cesura de las frases, la puntuación, las respiraciones; también la elección de las palabras, y la sucesión de los argumentos.

6-Cuidado con el período. Sólo tienen derecho a él aquellos que tienen la respiración muy larga hablando. Para la mayor parte, el período es tan sólo una afectación.

7-El estilo debe mostrar que uno cree en sus pensamientos, no sólo que los piensa, sino que los siente.

8-Cuanto más abstracta es la verdad que se quiere enseñar, más importante es hacer converger hacia ella todos los sentidos del lector.

9-El tacto del buen prosista en la elección de sus medios consiste en aproximarse a la poesía hasta rozarla, pero sin franquear jamás el límite que la separa.

10-No es sensato ni hábil privar al lector de sus refutaciones más fáciles; es muy sensato y muy hábil, por el contrario, dejarle el cuidado de formular él mismo la última palabra de nuestra sabiduría.
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Mi comentario: ¿Genial, no? No hay más comentarios :)
El autor: No, tampoco os digo nada de Nietzsche. No es necesario.

01 noviembre 2007

Horacio

Carminum I, 11. «Carpe diem»
*
(Traducción de Luis Alberto de Cuenca y Antonio Alvar)
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No pretendas saber, pues no está permitido,
el fin que a mí y a ti, Leucónoe,
nos tienen asignados los dioses,
ni consultes los números Babilónicos.
Mejor será aceptar lo que venga,
ya sean muchos los inviernos que Júpiter te conceda,
o sea éste el último,
el que ahora hace que el mar Tirreno
rompa contra los opuestos cantiles.
No seas loca, filtra tus vinos
y adapta al breve espacio de tu vida
una esperanza larga.
Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.
Vive el día de hoy. Captúralo.
No fíes del incierto mañana.

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Mi comentario: A Horacio debemos estas dos palabras que parece que todo el mundo sabe y entiende a la perfección: "Carpe diem" y ya vale de preocuparse. Pero no dice sólo eso el poeta; dice, también: "filtra tus vinos y adapta [...] una esperanza larga". A mí me gusta pensar que lo que dice es que pongamos en valor la vida que tenemos en este momento, sea cual sea; no solamente cuando lo estemos pasando la mar de bien.
Es uno de mis clásicos favoritos; y no sólo mío a juzgar por las veces que encuentro sus ideas y poemas, reflejados de mil maneras en la literatura.
El autor: Quinto Horacio Flavio, vivió entre los años 65 y 8 adC. Se ha conservado, prácticamente, toda su obra. Escribió Sátiras, Épodos, Odas y Epístolas. Encontraréis abundante información en la Red, si os interesan los clásicos.

30 octubre 2007

Herman Melville

Bartleby el escribiente
*
(frag. páginas 30-31)
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[...] Yo ayudaba en persona a confrontar algún documento breve, llamando a Turkey o a Nippers con este propósito. Uno de mis fines al colocar a Bartleby tan a mano, detrás del biombo, era aprovechar sus servicios en estas ocasiones triviales. Al tercer día de su estada, y antes de que fuera necesario examinar lo escrito por él, la prisa por completar un trabajito que tenía entre manos, me hizo llamar súbitamente a Bartleby. En el apuro y en la justificada expectativa de una obediencia inmediata, yo estaba en el escritorio con la cabeza inclinada sobre el original y con la copia en la mano derecha algo nerviosamente extendida, de modo que, al surgir de su retiro, Bartleby pudiera tomarla y seguir el trabajo sin dilaciones.
En esta actitud estaba cuando le dije lo que debía hacer, esto es, examinar un breve escrito conmigo. Imaginen mi sorpresa, mi consternación, cuando sin moverse de su ángulo, Bartleby, con una voz singularmente suave y firme, replicó:
-Preferiría no hacerlo.
Me quedé un rato en silencio perfecto, ordenando mis atónitas facultades. Primero se me ocurrió que mis oídos me engañaban o que Bartleby no había entendido mis palabras. Repetí la orden con la mayor claridad posible; pero con claridad se repitió la respuesta:
-Preferiría no hacerlo.
-Preferiría no hacerlo - repetí como un eco, poniéndome en pie, excitadísimo y cruzando el cuarto a grandes pasos -. ¿Qué quiere decir con eso? Está loco. Necesito que me ayude a confrontar esta página; tómela - y se la alcancé.
-Preferiría no hacerlo -dijo.
Lo miré con atención. Su rostro estaba tranquilo; sus ojos grises, vagamente serenos. Ni un rasgo denotaba agitación. Si hubiera habido en su actitud la menor incomodidad, enojo, impaciencia o impertinencia, en otras palabras, si hubiera habido en él cualquier manifestación normalmente humana, yo lo hubiera despedido en forma violenta. Pero, dadas las circunstancias hubiera sido como poner en la calle a mi pálido busto en yeso de Cicerón.
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Mi comentario: Este fragmento es el que recoge por primera vez la famosa frase de Bartleby "Preferiría no hacerlo", que se repite muchas veces más a lo largo de este relato de Melville. Un relato celebrado, y mil veces traído a colación literaria; la última, que yo sepa, por Enrique Vila-Matas en su magnífica novela "Bartleby y Compañía". Bartleby es un irrepetible personaje literario, a años luz, en cuanto a temperamento, de aquel otro que diera fama mundial a su autor; el capitán Acab.
El Autor: Herman Melville, escribió mucho más que "Moby Dick". Además de las ya nombradas aquí, sólo he leído "Benito Cereno", pero no debió gustarme mucho porque apenas la recuerdo :) De su poesía, no sé nada y eso sí que quiero subsanarlo. Más cosas sobre Melville: http://es.wikipedia.org/wiki/Herman_Melville
El Libro: El relato está incluído en un volumen titulado "Antologia del Cuento Triste", que contiene 25 cuentos de otros tantos autores muy conocidos. Fueron recopilados por Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs que, por sí solos, ya son una garantía de calidad y buen hacer literario.
Ediciones Santillana. Colección "Punto de Lectura", por si os interesa. (Unos 15 euros, me parece recordar)
Os dejo aquí el texto completo, listo para descargar.

25 octubre 2007

Jorge Luis Borges

La Casa de Asterión
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(Cuento completo)
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Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.
Apolodoro, Biblioteca, III,I


Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito*) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya veras cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto.
¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?
El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.
FIN* El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir que, en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos.
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Mi comentario: Cómo dije; Borges no está entre mis favoritos :( Sin embargo, éste relato, lo sé casi de memoria. Oír al Minotauro explicarse a sí mismo y al Laberinto es toda una experiencia. Especialmente si a una le gusta mucho la Mitología. Siempre había visto al Minotauro como un ser profundamente desgraciado. Y Borges lo vio mucho antes que yo, que para eso era un genio.
Lo tecleo exactamente como está escrito en la edición de que dispongo.

22 octubre 2007

Judy Budnitz

Cisterna
*
(fragmento final)
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Al cabo de unos días mi padre telefoneó, su voz sonaba tensa.
Tu madre ha hablado hoy con la clínica donde le hicieron la mamografía, dijo, pero no quiere decirme nada. Lleva todo el día en su cuarto, llorando. Ha estado una hora al teléfono hablando con tu hermana. Supongo que los médicos han encontrado algo, pero ya te avisaré cuando sepamos algo seguro.
Vale.
Colgué y telefonée a Mich.
Hola, dijo. Me dio la impresión de que casi se atraganta con uno de sus bolis.
Mich, dije, es tuyo ¿verdad?
Suspiró y dijo:
Es ridículo, pero pensé que le estaba haciendo un favor, pensé que le ahorraba un montón de preocupaciones.
Entraste en su lugar ¿verdad?
¿Sabes? Está más preocupada que si fuera ella la que tiene un bulto en el pecho. Siente como si fuera su bulto, como si estuviera reservado para ella y me lo hubiera pasado de algún modo.
Eso es una tontería, dije. Sentí que hablaba conmigo misma.
Aunque, ¿sabes qué?, si fuera posible, lo haría, dijo Mich. Quiero decir que si hubiera alguna forma mágica de sacarle un bulto del pecho y ponérmelo yo, lo haría sin dudar.
Ojalá pudiera hacerlo yo por ti.
Sí, podríamos compartirlo entre todas.
Un postre y tres tenedores.
Y más tarde, mientras permanecía sentada a solas en el suelo de mi piso, empecé a perder la pista de dónde acababa yo y dónde empezaba la gente, y me acordé de mí, sentada en una sala blanca con el pecho aplastado entre las mandíbulas de una máquina zumbona, y palpé en busca del bulto que yo creía mío y a veces pensaba que era de mi madre e imaginé las mamografías como paisajes lunares. Luego ya no recordaba quien tenía el bulto, parecía que todas lo tuviéramos, era de mi madre, de mi hermana y mío, y luego volvió a sonar el teléfono y lo cogí y oí a mi padre llamarme como hacía a veces: Leah-Lisa-Mich.
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Breve resumen, por una vez: Mich y Lisa son hermanas y estudian lejos de casa. Se turnan cada año para ir a ver sus padres en la fiesta de Acción de Gracias. Su madre, Leah, no quiere hacerse la mamografía que le han ordenado los médicos y el primer año, la acompaña Lisa a la clínica. Leah, se las arregla para desaparecer y Lisa, cansada de oír cómo llaman a su madre, entra y se hace la mamografía como si ella fuera Leah. El año siguiente, es Mich quien cubre a su madre, con el resultado que refleja el final que os transcribo.
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Mi comentario: Nunca había oído hablar de Judy Budnitz. El relato, que es una preciosidad, está escrito en ese estilo tan propio de los norteamericanos que llegan después de Raymond Carver. En 17 páginas de letra pequeña, Judy Budnitz, te pasea por la vida de su familia, de las relaciones sentimentales de ella misma y de su hermana, por sus estudios, por sus decepciones y sus esperanzas y por todo lo que significa la comprensión del miedo y el amor necesario para hacerle frente. Y la desesperación de la madre que teme haber sido la causante del cáncer de su hija por haber permitido que ocupara su puesto en la sala de radiología. El título, un tanto extraño, tiene que ver con una maniobra de distracción que hace la madre en la clínica, asegurando que hay un pez rojo y enorme en la cisterna del lavabo de señoras.
El libro: Encontré el volumen que contiene este y otros cuentos muy interesantes por pura casualidad. Se titula "Lo mejor de McSweeney´s II", por lo que deduzco que debe haber un número I. Es, según la breve nota de contraportada, una recopilación de los mejores cuentos publicados en una revista "de culto" llamada Mc Sweeney, s. Tengo que decir que ha sido una sorpresa fantástica, porque se aleja un poco de los caminos trillados y aborda temas de todo tipo en sus cuentos y artículos, todos muy buenos y muy diversos; desde la ciencia ficción hasta las guerras del desierto americanas. Os dejo el único enlace que he encontrado a la revista de culto de referencia. En inglés y opción al italiano en la Wiki.
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16 octubre 2007

Vladimir Propp

Las Funciones de Propp
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Llamamos así a una serie de 31 puntos recurrentes en todos los cuentos de hadas populares. Aunque no siempre aparecen juntos, ni en el mismo orden, su función básica es, a menudo, la misma y el orden argumental se mantiene.
A saber:
01) Alejamiento. Uno de los miembros de la familia se aleja.
02) Prohibición. Recae una prohibición sobre el héroe.
03) Transgresión. La prohibición es transgredida.
04) Conocimiento. El antagonista entra en contacto con el héroe.
05) Información. El antagonista recibe información sobre la víctima.
06) Engaño. El antagonista engaña al héroe para apoderarse de él o de sus bienes.
07) Complicidad. La víctima es engañada y ayuda así a su agresor a su pesar.
08) Fechoría. El antagonista causa algún perjuicio a uno de los miembros de la familia.
09) Mediación. La fechoría es hecha pública, se le formula al héroe una petición u orden, se le permite o se le obliga a marchar.
10) Aceptación. El héroe decide partir.
11) Partida. El héroe se marcha.
12) Prueba. El donante somete al héroe a una prueba que le prepara para la recepción de una ayuda mágica.
13) Reacción del héroe. El héroe supera o falla la prueba.
14) Regalo. El héroe recibe un objeto mágico.
15) Viaje. El héroe es conducido a otro reino, donde se halla el objeto de su búsqueda.
16) Lucha. El héroe y su antagonista se enfrentan en combate directo.
17) Marca. El héroe queda marcado.
18) Victoria. El héroe derrota al antagonista.
19) Enmienda. La fechoría inicial es reparada.
20) Regreso. El héroe vuelve a casa.
21) Persecución. El héroe es perseguido.
22) Socorro. El héroe es auxiliado.
23) Regreso de incógnito. El héroe regresa, a su casa o a otro reino, sin ser reconocido.
24) Fingimiento. Un falso héroe reivindica los logros que no le corresponden.
25) Tarea difícil. Se propone al héroe una difícil misión.
26) Cumplimiento. El héroe lleva a cabo la difícil misión.
27) Reconocimiento. El héroe es reconocido
28) Desenmascaramiento. El falso queda en evidencia.
29) Transfiguración. El héroe recibe una nueva apariencia.
30) Castigo. El antagonista es castigado.
31) Boda. El héroe se casa y asciende al trono.
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Comentario personal: Con frecuencia encontramos referencias a Vladimir Propp y sus famosas "Funciones"; y también, con frecuencia, están reducidas a 10 o 12, pero son 31; ni más ni menos. Propp fue un gran estudioso de los cuentos de hadas y lo hizo con una profundidad que ha quedado como referente, no solo de los cuentos de hadas, sino de la literatura en general. Para aquellos de vosotros que hayáis leído, por ejemplo "La Catedral del Mar", os resultarán fácilmente reconocibles estas funciones o puntos de referencia en la novela. Creo que Falcones, no se saltó ni una al escribirla. Es el ejemplo que se me ha ocurrido a bote pronto, pero puedo pensar en los libros de Matilde Asensi, o de Katherine Neville y en muchos otros, mejores y peores. Hay que leer "Las Raíces Históricas del Cuento" y "La Morfología del Cuento" para darse cuenta de hasta que punto estamos contando lo mismo desde el principio de los tiempos y de cómo, desde nuestro remoto pasado, las historias han evolucionado partiendo de un patrón casi idéntico en todos los puntos de la tierra. Hemos inventado nuevas palabras y expresiones, para nuevas circunstancias o perplejidades, pero resulta igualmente creíble, o increíble, un ángel llevando un alma al cielo católico, que un águila haciendo el mismo trabajo para los emperadores de Roma. Al Olimpo y al Cielo, sólo se puede llegar volando.
Hay mucho más, pero no quiero alargar demasiado el post. Volveré a Propp, porque me costó mucho encontrar sus obras y quiero amortizarlas :)

10 octubre 2007

Onelio Jorge Cardoso

Francisca y la Muerte
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Cuento completo
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-Santos y buenos días - dijo la muerte, y ninguno de los presentes la pudo reconocer. ¡Claro!, venía la parca con su trenza retorcida bajo el sombrero y su mano amarilla al bolsillo.
-Si no molesto -dijo-- , quisiera saber dónde vive la señora Francisca.
-Pues mire - le respondieron, y asomándose a la puerta, señaló un hombre con su dedo rudo de labrador:
-Allá por las cañas bravas que bate el viento, ¿ve? Hay un camino que sube la colina. Arriba hallará la casa.
"Cumplida está", pensó la muerte y dando las gracias echó a andar por el camino aquella mañana que, precisamente, había pocas nubes en el cielo y todo el azul resplandecía de luz.
Andando pues, miró la muerte la hora y vio que eran las siete de la mañana. Para la una y cuarto, pasado el meridiano, estaba en su lista cumplida ya la señora Francisca.
"Menos mal, poco trabajo; un solo caso", se dijo satisfecha de no fatigarse la muerte y siguió su paso, metiéndose ahora por el camino apretado de romerillo y rocío.
Efectivamente, era el mes de mayo y con los aguaceros caídos no hubo semilla silvestre ni brote que se quedara bajo tierra sin salir al sol. Los retoños de las ceibas eran pura caoba transparente. El tronco del guayaba soltaba, a espacios, la corteza, dejando ver la carne limpia de la madera. Los cañaverales no tenían una sola hoja amarilla. Verde era todo, desde el suelo al aire y un olor a vida subiendo de las flores.
Natural que la muerte se tapara la nariz. Lógico también que ni siquiera mirara tanta rama llena de nido, ni tanta abeja con su flor. Pero, ¿qué hacerse?; estaba la muerte de paso por aquí, sin ser su reino.
Así, pues, echó y echó la muerte por los caminos hasta llegar a casa de Francisca:
-Por favor, con Panchita - dijo adulona la muerte.
-Abuela salió temprano - contestó una nieta de oro, un poco temerosa aunque la parca seguía con su trenza bajo el sombrero y la mano en el bolsillo.
-¿Y a qué hora regresa? - preguntó.
-¡Quién lo sabe! - dijo la madre de la niña- . Depende de los quehaceres. Por el campo anda, trabajando.
Y la muerte se mordió el labio. No era para menos seguir dando rueda por tanto mundo bonito y ajeno.
-Hace mucho sol. ¿Puedo esperarla aquí?
-Aquí quien viene tiene su casa. Pero puede que ella no regrese hasta el anochecer o la noche misma.
«¡Contra!», pensó la muerte, «se me irá el tren de las cinco. No; mejor voy a buscarla». Y levantando su voz, dijo la Muerte:
-¿Dónde, al fijo, pudiera encontrarla ahora?
-De madrugada salió a ordeñar. Seguramente estará en el maíz, sembrando.
-¿Y dónde está el maizal? - preguntó la Muerte.
-Siga la cerca y luego verá el campo arado detrás.
-Gracias - dijo seca la muerte y echó a andar de nuevo.
Pero miró todo el extenso campo arado y no había un alma en él. Sólo garzas. Soltóse la trenza la muerte y rabió:
-¡Vieja andariega, dónde te habrás metido! -. Escupió y continuó su sendero sin tino.
Una hora después de tener la trenza ardida bajo el sombrero y la nariz repugnada de tanto olor a hierba nueva, la muerte se topó con un caminante:
-Señor, ¿pudiera usted decirme dónde está Francisca por estos campos?
-Tiene suerte -dijo el caminante -media hora lleva en casa de los Noriegas. Está el niño enfermo y ella fue a sobarle el vientre.
-Gracias - dijo la muerte como un disparo, y apretó el paso.
Duro y fatigoso era el camino. Además ahora tenía que hacerlo sobre un nuevo terreno arado, sin trillo, y ya se sabe cómo es de incómodo sentar el pie sobre el suelo irregular y tan esponjoso de frescura, que se pierde la mitad del esfuerzo. Así por tanto, llegó la muerte hecha una lástima a casa de los Noriegas:
-Con Francisca, a ver si me hace el favor.
-Y se marchó.
-¡Pero, cómo! ¿Así, tan de pronto?
-¿Por qué tan de pronto? -le respondieron - . Sólo vino a ayudarnos con el niño y ya lo hizo. ¿A qué viene extrañarse?
-Bueno..., verá - dijo la muerte turbada -, es que siempre una hace su sobremesa en todo, digo yo.
-Entonces usted no conoce a Francisca.
-Tengo sus señas - dijo burocrática la Impía.
-A ver; dígalas- esperó la madre. Y la muerte dijo:
-Pues..., con arrugas; desde luego ya son sesenta años...
-¿Y qué más?
-Verá..., el pelo blanco..., casi ningún diente propio..., la nariz, digamos...
-¿Digamos qué?
-Filosa.
-¿Eso es todo?
-Bueno..., por demás nombre y dos apellidos.
-Pero usted no ha hablado de sus ojos.
-Bien; nublados..., sí, nublados han de ser..., ahumados por los años.
-No, no la conoce- dijo la mujer - . Todo lo dicho está bien, pero no los ojos. Tiene menos tiempo en la mirada. Ésa, quien usted busca, no es Francisca.
Y salió la muerte otra vez al camino. Iba ahora indignada, sin preocuparse mucho por la mano y la trenza, que medio se le asomaba bajo el ala del sombrero.
Anduvo y anduvo. En casa de los González le dijeron que estaba Francisca a un tiro de ojo de allí, cortando pangola para la vaca de los nietos. Mas sólo vio la muerte la pangola recién cortada y nada de Francisca, ni siquiera la huella menuda de su paso.
Entonces la muerte, quien ya tenía los pies hinchados dentro de los botines enlodados, y la camisa negra, más que sudada, sacó su reloj y consultó la hora:
-¡Dios! ¡Las cuatro y media! ¡Imposible! ¡Se me va el tren!
Y echó la muerte de regreso, maldiciendo.
Mientras, a dos kilómetros de allí, escardaba de malas hierbas Francisca el jardincito de la escuela. Un viejo conocido pasó a caballo y, sonriéndole, le tiró a su manera el saludo cariñoso:
-Francisca, ¿cuándo te vas a morir?
Ella se incorporó asomando medio cuerpo sobre las rosas y le devolvió el saludo alegre:
-Nunca -dijo -, siempre hay algo que hacer.
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Comentario personal: Burlar a la muerte, evitar que nos alcance, es un tema tan antiguo y universal como la existencia del hombre. Proyección de nuestro deseo de inmortalidad. No queremos morirnos y fabulamos con la evitación de lo inevitable. En este cuento, Francisca no sabe que la muerte la busca; ni siquiera ha pensado en tal posibilidad. Es que no tiene tiempo. La Muerte tendrá que esperar.
El autor: Una de esas biografías en que la dura lucha por sobrevivir no logra apartar al hombre de su vocación de escritor. La muestra: http://www.cubaliteraria.cu/autor/onelio_jorge_cardoso/bio.html
Me ha parecido siempre que no leemos suficiente literatura cubana, que sus escritores están medio desaparecidos y que solo puntualmente, aparecen, brillan para nosotros un momento y vuelven a desaparecer. El caso de Reynaldo Arenas es una buena muestra. Y Onelio Jorge Cardoso es, creo, el gran desconocido entre los escritores de cuentos de Cuba.

14 septiembre 2007

Miguel Ángel Asturias

Guatemala
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Relato breve. Fragmento
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La carreta llega al pueblo rodando un paso hoy y otro mañana. En el apeadero, donde se encuentran la calle y el camino, está la primera tienda. Sus dueños son viejos, tienen güegüecho, han visto espantos, andarines y aparecidos, cuentan milagros y cierran la puerta cuando pasan los húngaros: esos que roban niños, comen caballo, hablan con el diablo y huyen de Dios. La calle se hunde como la hoja de una espada quebrada en el puño de la plaza. La plaza no es grande. La estrecha el marco de sus portales viejos, muy nobles y muy viejos. Las familias principales viven en ella y en las calles contiguas, tienen amistad con el obispo y el alcalde y no se relacionan con los artesanos, salvo, el día del apóstol Santiago, cuando, por sabido se calla, las señoritas sirven el chocolate de los pobres en el Palacio Episcopal.
En verano, la arboleda se borra entre las hojas amarillas, los paisajes aparecen desnudos, con claridad de vino viejo, y en invierno, el río crece y se lleva el puente.
Como se cuenta en las historias que ahora nadie cree -ni las abuelas ni los niños -, esta ciudad fue construida sobre ciudades enterradas en el centro de América. Para unir las piedras de sus muros la mezcla se amasó con leche. Para señalar su primera huella se enterraron envoltorios de tres dieces de plumas y tres dieces de cañutos de oro en polvo junto a la yerba-mala, atestigua un recio cronicón de linajes; en un palo podrido, saben otros, o bien bajo rimeros de leña o en la montaña de la que surgen fuentes.
Existe la creencia de que los árboles respiran el aliento de las personas que habitan las ciudades enterradas, y por eso, costumbre legendaria y familiar, a su sombra se aconsejan los que tienen que resolver casos de conciencia, los enamorados alivian su pena, se orientan los romeros perdidos del camino y reciben inspiración los poetas.
Los árboles hechizan la ciudad entera. La tela delgadísima del sueño se puebla de sombras que la hacen temblar. Ronda por Casa-Mata la Tatuana. El Sombrerón recorre los portales de un extremo a otro; salta, rueda, es Satanás de hule. Y asoma por las vegas el Cadejo, que roba mozas de trenzas largas y hace nudos en las crines de los caballos. Empero, ni una pestaña se mueve en el fondo de la ciudad dormida, ni nada pasa realmente en la carne de las cosas sensibles. El aliento de los árboles aleja las montañas, donde el camino ondula como hilo de humo. Oscurece, sobrenadan naranjas, se percibe el menor eco, tan honda repercusión tiene en el paisaje dormido una hoja que cae o un pájaro que canta, y despierta en el alma el Cuco de los Sueños.

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Comentario personal: Cuando leí "Las Ciudades Invisibles" de I. Calvino, recordé de inmediato este cuento que había leído hacía ya mucho tiempo. Si no fuera porque sé que lo que cuenta Asturias tiene una base real, las hubiera encontrado más parecidas aún. Incluso el ritmo lector es muy similar.
Para que lo comprobéis, si os apetece, aquí os podéis descargar el cuento completo. No es muy largo.
El autor: Mejor os dejo un enlace a la Wiki, porque también hay mucho que contar de este gran hombre, premiado con el Nobel en 1967.

29 agosto 2007

Francisco Umbral

Los Helechos Arborescentes
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Capítulo I. Fragmento
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Inmensos bosques de coníferas
y helechos arborescentes cubrían los
continentes, purificando la atmósfera
de anhídrido carbónico.
(Introducción a la Prehistoria.
De mi Enciclopedia infantil)

Inmensos bosques de coníferas y helechos arborescentes cubrían los continentes, purificando la atmósfera de anhídrido carbónico, y el lechero de la caída de la tarde pasaba en su carro de fuego y el jaleo de la leche sonando fresco, dentro de los cántaros, y yo me quedaba en suspenso, mirando quieto a la nada de la calle, a la calle de nada, en un resol tardío, que era cuando pasaba el moro de Franco, el moro de la guerra, el moro Muza, con sus grandes bragas hasta las rodillas (los chicos de la banda decían que hacía sus necesidades dentro de las bragas caqui, y que lo llevaba todo allí, oloroso a letrina y heroísmo), y con su turbante de moro Muza, que tenía prendido un escudo de España, una sangrienta luna y el retrato de carnet de una valenciana que le había querido mucho.
-¿Españolito decirme a mí casas de las niñas?
Y españolito decirle a él las casas de las niñas o de putas, pero eso fue la primera vez, y cuando me dejó una moneda de cobre, una perrona de diez céntimos, del color de su mano, oscura en la palma más clara, la perrona, y luego se repitió la escena y la pregunta, porque el moro no veía que el españolito era el mismo, el que estaba allí, sentado en el poyo de la esquina, a la luz de dos calles, dubitativo como después toda la vida, entre dos iluminaciones, hasta que por fin empezó a conocerme y reconocerme y ya se limitaba a dejarme una perrona y una sonrisa, sin preguntarme nada, porque había aprendido el camino (clara sonrisa oscura de otra raza, que me estremeció como en el cine).
Por fin, una tarde me tomó de la mano, vestido de monaguillo como yo estaba, y no me dejó en el borde revuelto y maldito del barrio de las putas, sino que me adentró con él en el laberinto, y decía que si yo estaba así vestido porque era alguna fiesta cristiana, yo también soy cristiano, mira, nos bautizó Franco a bordo, y me mostraba un escapulario con el Sagrado Corazón de Jesús, abarquillado, que se sacaba del pecho como si se sacase su propio corazón.
-No, no es fiesta, bueno, sí, es un poco de fiesta, o sea en la parroquia, la novena de San Miguel.
-¿Dónde San Miguel?
Y el moro se adentraba en el barrio de las putas, con su turbante prendido de mil cosas, en el que se posaba algún vencejo sucio y enfermo de última hora, con su mirada entre borracha y perspicaz de moro Muza, con sus bragas enormes, crujientes, olorosas y quién sabe si cagadas, o en todo caso orinadas, y conmigo de la mano, vestido yo de monaguillo de lujo, ropones y hopalandas que don Luis, el coadjutor, había sacado para mí de los arcones más antiguos de la sacristía.
Pero yo llevaba el pelo pelado al cero, por el piojo verde, y me hubiera gustado completar mi hábito de monaguillo cristiano con un turbante sarraceno y la sangrienta luna que ponía púrpura en el blanco vendaje del moro Muza que, según decían ya las putas, era causa de su baja en el frente, su estancia en la ciudad y su ocio oriental que había provisto de huríes de Salamanca, de Burgos, de Valladolid, de Herrera de Pisuerga, de Mansilla de las Mulas, provincia de León, y de Medina del Campo, que era de donde venían las putas más finas, sentimentales y medievales a la capital, arrojadas de la merindad por Isabel la Católica y doña Pilar Primo de Rivera, que llegaron una tarde en un camión de la maquila requisado por los falangistas.
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Comentario personal: Francisco Pérez Martínez, pero para siempre Francisco Umbral, ha muerto. Fue Miguel Delibes quien primero se fijó en él y le dio la oportunidad de introducirse en el periodismo y la literatura. Con una instrucción de un solo año de colegio y una voluntad y vocación a prueba de inconvenientes, Umbral ha llegado a ser una figura literaria internacionalmente reconocida. El fragmento que os dejo es del primer libro suyo que leí. Había ojeado algún otro y le conocía, mínimamente, por alguna entrevista en los medios. Este libro-novela-biografía-esperpento-histórico, me gustó muchísimo. Y otros, como "Mortal y Rosa" y "Travesía de Madrid". "Las Ninfas" con el que ganó un Premio Nadal, no recuerdo que año, aún está aquí, pendiente de lectura. Para Umbral, como para otros muchos escritores, hay que tener el ánimo dispuesto antes de adentrarte en sus páginas.
El autor: Mejor, que yo, un enlace que os lo cuenta.

26 agosto 2007

Jorge Luis Borges

Cómo nace un texto
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Empieza por una suerte de revelación. Pero uso esa palabra de un modo modesto, no ambicioso. Es decir, de pronto sé que va a ocurrir algo y eso que va a ocurrir puede ser, en el caso de un cuento, el principio y el fin. En el caso de un poema, no: es una idea más general, y a veces ha sido la primera línea. Es decir, algo me es dado, y luego ya intervengo yo, y quizá se echa todo a perder. En el caso de un cuento, por ejemplo, bueno, yo conozco el principio, el punto de partida, conozco el fin, conozco la meta. Pero luego tengo que descubrir, mediante mis muy limitados medios, qué sucede entre el principio y el fin. Y luego hay otros problemas a resolver; por ejemplo, si conviene que el hecho sea contado en primera persona o en tercera persona. Luego, hay que buscar la época; ahora, en cuanto a mí "eso es una solución personal mía", creo que para mí lo más cómodo viene a ser la última década del siglo XIX. Elijo "si se trata de un cuento porteño", lugares de las orillas, digamos, de Palermo, digamos de Barracas, de Turdera. Y la fecha, digamos 1899, el año de mi nacimiento, por ejemplo. Porque ¿quién puede saber, exactamente, cómo hablaban aquellos orilleros muertos?: nadie. Es decir, que yo puedo proceder con comodidad. En cambio, si un escritor elige un tema contemporáneo, entonces ya el lector se convierte en un inspector y resuelve: "No, en tal barrio no se habla así, la gente de tal clase no usaría tal o cual expresión."
El escritor prevé todo esto y se siente trabado. En cambio, yo elijo una época un poco lejana, un lugar un poco lejano; y eso me da libertad, y ya puedo fantasear o falsificar, incluso. Puedo mentir sin que nadie se dé cuenta, y sobre todo, sin que yo mismo me dé cuenta, ya que es necesario que el escritor que escribe una fábula "por fantástica que sea" crea, por el momento, en la realidad de la fábula.
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Comentario personal: Ni Borges ni Octavio Paz, y espero que nadie me lo tome en cuenta, están entre mis escritores favoritos. Y eso, a pesar de que tengo, de ambos, muchísima literatura. Creo que intentaba averigüar el por qué de esa no preferencia mía, pero lo he dejado por imposible. No sé el motivo de que no acaben de calarme el alma. Algún cuento, algún poema, sí lo hacen; pocos, en comparación con su ingente obra. Estos días, he leído en dos blogs distintos acerca de Borges y me acordé de que tenía esta fórmula magistral en alguna parte. Me sentí un tanto engañada cuando la leí. Me pareció, de pronto, que "deus ex machina" quedaba perfectamente legitimado. Y no me gustó mucho, no. En fin...

21 agosto 2007

Clarice Lispector

Fotografía de C. Lispector

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Felicidad clandestina
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Cuento. Texto completo
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Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería. No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.
Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".
Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.
Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.
Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.
Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.
Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diábolico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.
Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.
Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió a fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!
Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: Vas a prestar ahora mismo ese libro. Y a mí: Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras.
¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.
Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo.

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Comentario Personal: Creo que no se puede reflejar mejor el amor por la lectura, cuando éste es sentido por un niño. La fascinación, el retrasar el placer de abrir sus páginas, la espera angustiada por si lo conseguirás o no, el "sorberlo" a pequeños tragos, como un refresco que solo está a tu alcance en Navidad. No puedes parar de acariciar el libro deseado, de olerlo, de darle vueltas entre las manos. Es amor, pura y llanamente.
La autora: Clarice Lispector, nació en Ucrania en 1.920 y murió en 1.977. Es considerada brasileña, ya que llegó al Brasil a los dos años de edad y allí desarrolló toda su carrera literaria. La dejo, pues, en esa etiqueta. Sólo he conseguido leer dos libros suyos, "Silencio" y "La hora de la estrella". Leer, pero no tener en mi casa, lo que lamento y hace tiempo que intento subsanar sin éxito. Descatalogados y tal y tal...
No hace mucho, encontré este cuento en la red, y aquí os lo dejo para que perfume los Geranios del patio.

14 agosto 2007

Augusto Monterroso

Decálogo del escritor
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Primero-Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.
Segundo-No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.
Tercero-En ninguna circunstancia olvides el célebre díctum: "En literatura no hay nada escrito".
Cuarto-Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras.
Quinto-Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.
Sexto-Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.
Séptimo-No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.
Octavo-Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes.
Noveno-Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor.
Décimo-Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.
Undécimo-No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.
Duodécimo-Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratará de tocarte el saco en la calle, ni te señalará con el dedo en el supermercado.
.
El autor da la opción al escritor de descartar dos de estos enunciados, y quedarse con los restantes diez.
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Comentario personal: Nunca me canso de Monterroso. Tiene esa cualidad risueña y contagiosa que te hace ver la vida de otro modo. Y no sólo porque trastoque el orden lógico, sino por la inteligencia con que lo hace. No hace falta decir más, porque creo que en este patio, todos estamos enamorados de Don Augusto.

12 agosto 2007

Juan Van Halen

La Isla del Tesoro
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*
El tedio, oscura sierpe,
ciego cuervo que irrumpe voraz sobre la tarde.
Leo viejas historias
que enmarañan mis sueños hasta hacerlos inútiles,
mientras que la pereza mineral se hace poso
en unas horas -humo- que presentí feroces.
.
La irresistible laña de tu ausencia me quiebra,
cuando siento la púrpura de tus besos lejanos,
si es que todo no es falsa ligereza o espejo,
agua vertida sobre manantiales de arena.
En una isla recóndita cuyo nombre me hurtas
sé que me esperas y ando descifrando los mapas,
ayudado por Jim Hawkins, John Silver y los otros,
en la vieja posada del Almirante Benbow.
*
No habrá mares ni abismos, miedos ni desencantos
para mi voluntad de querer encontrarte.
Ni la propia certeza de no tenerte haría
desarbolar las naves que el corazón alienta.
.
Todo es sombra de pronto: el sextante y mi alma.
La vencida inocencia de las viejas historias
me golpea las sienes como un mal pensamiento.
La sierpe retadora se esfuma, el cuervo se alza;
he abierto la ventana y me has mirado.
.
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Comentario personal: No puedo evitar que, al leer el último verso de éste poema, me asalten las ganas de completarlo con el "¡hoy creo en Dios!" de Gustavo A. Bécquer. No lo sé, pero me parece que algo así, lo que sugiere ese verso, tiene que saberlo el escritor. Y te remite a él, para que lo concluyas, de la misma forma que te lleva a buscar, entre el tedio de la espera en la posada, el momento en que el mapa, mil veces consultado, te revelará el secreto en un relámpago de iluminación. Será un cofre repleto de doblones oro o será la mirada del amor. Una suerte de metaescritura que me obliga a seguir haciéndome aquella pregunta: ¿cuánto hay que leer, para leer? :)
El autor: Nació en Torrelodones (Madrid), en 1944. Periodista, corresponsal de guerra en Vietnam y O. Medio, director de programas de radio y televisión, Académico de Honor en varios paises e instituciones, presidente de la Asociación de Escritores y Artistas de España, senador por el Partido Popular y muchas otras cosas, conforman una intensa vida que, además le ha dejado tiempo para escribir una veintena de libros de poemas, entre los que figura "Lo que yo llamaba olvido", de donde he entresacado éste que os dejo aquí.
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Y aquí podéis leerlo con música e imágenes.

08 agosto 2007

Irène Némirovsky

Suite Francesa

1. La guerra
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(Fragmento)


Caliente, pensaban los parisinos. El aire de primavera. Era la noche en guerra, la alerta. Pero la noche pasaría, la guerra estaba lejos. Los que no dormían, los enfermos encogidos en sus camas, las madres con hijos en el frente, las enamoradas con ojos ajados por las lágrimas, oían el primer jadeo de la sirena. Aún no era más que una honda exhalación, similar al suspiro que sale de un pecho oprimido. En unos instantes, todo el cielo se llenaría de clamores. Llegaban de muy lejos, de los confines del horizonte, sin prisa, se diría. Los que dormían soñaban con el mar que empuja ante sí sus olas y guijarros, con la tormenta que sacude el bosque en marzo, con un rebaño de bueyes que corre pesadamente haciendo temblar la tierra, hasta que al fin el sueño cedía y, abriendo apenas los ojos, murmuraban: «¿Es la alarma?»
Más nerviosas, más vivaces, las mujeres ya estaban en pie. Algunas, tras cerrar ventanas y postigos, volvían a acostarse. El día anterior, lunes 3 de junio, por primera vez desde el comienzo de la guerra habían caído bombas sobre París. Sin embargo, la gente seguía tranquila. Las noticias eran malas, pero no se las creían. Tampoco se habrían creído el anuncio de una victoria. «No entendemos nada», decían. Las madres vestían a los niños a la luz de una linterna, alzando en vilo los pesados y tibios cuerpecillos: «Ven, no tengas miedo, no llores.» Es la alerta. Se apagaban todas las lámparas, pero bajo aquel dorado y transparente cielo de junio se distinguían todas las calles, todas las casas. En cuanto al Sena, parecía concentrar todos los resplandores dispersos y reflejarlos centuplicados, como un espejo de muchas facetas. Las ventanas mal camufladas, los tejados que brillaban en la ligera penumbra, los herrajes de las puertas cuyas aristas relucían débilmente, algunos semáforos que, no se sabía por qué, tardaban más en apagarse... El Sena los captaba y los hacía cabrillear en sus aguas. Desde lo alto debía de parecer un río de leche. Guiaba a los aviones enemigos, opinaban algunos. Otros aseguraban que eso era imposible. En realidad no se sabía nada. «Yo me quedo en la cama -murmuraban voces somnolientas-, no tengo miedo.» «De todas maneras, basta con que nos toque una vez», respondía la gente sensata.
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Comentario personal: Leyendo un blog, me enteré de la existencia de Nemirovsky. Había un comentario acerca de su novela "El Baile". Era escueto, pero me interesó el tema y fui a comprarlo. Se quedó en la estantería esperando y no hace mucho, le tocó el turno. Mientras lo leía, lo comenté en Liters, y Escriptorum, dijo: "Lee la Suite Francesa". Y aquí estamos, con la "Suite.." leída y agradecida por el consejo. Si siempre es importante conocer la peripecia vital de un autor para entender aquello sobre lo que escribe, en éste caso, es imprescindible. Como es imprescindible leer el prólogo de Myriam Anissmov a éste impresionante libro.
Por eso os dejo dos cosillas aquí: el enlace a Wikipedia para la cronología y algunas notas, y la novela entera, en Word, para aquellos que no la tengáis a mano. Y ya hablaremos.
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06 agosto 2007

Robert L. Stevenson

Parte Primera: EL VIEJO PIRATA
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Cap. 1. Y el viejo marino llegó a la posada del «Almirante Benbow»
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Lo recuerdo como si fuera ayer, meciéndose como un navío llegó a la puerta de la posada, y tras él arrastraba, en una especie de angarillas, su cofre marino; era un viejo recio, macizo, alto, con el color de bronce viejo que los océanos dejan en la piel; su coleta embreada le caía sobre los hombros de una casaca que había sido azul; tenía las manos agrietadas y llenas de cicatrices, con uñas negras y rotas; y el sablazo que cruzaba su mejilla era como un cos­turón de siniestra blancura. Lo veo otra vez, mirando la ensenada y masticando un silbido; de pronto empezó a cantar aquella anti­gua canción marinera que después tan a menudo le escucharía:

«Quince hombres en el cofre del muerto...
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Y una botella de ron!»

con aquella voz cascada, que parecía afinada en las barras del ca­brestante. Golpeó en la puerta con un palo, una especie de astil de bichero en que se apoyaba y, cuando acudió mi padre, en un tono sin contemplaciones le pidió que le sirviera un vaso de ron. Cuando se lo trajeron, lo bebió despacio, como hacen los catadores, chas­cando la lengua, y sin dejar de mirar a su alrededor, hacia los acantilados, y fijándose en la muestra que se balanceaba sobre la puerta de nuestra posada.
-Es una buena rada -dijo entonces-, y una taberna muy bien situada. ¿Viene mucha gente por aquí, eh, compañero? Mi padre le respondió que no; pocos clientes, por desgracia. -Bueno; pues entonces aquí me acomodaré. ¡Eh, tú, compa­dre! -le gritó al hombre que arrastraba las angarillas-. Atraca aquí y echa una mano para subir el cofre. Voy a hospedarme unos días -continuó -. Soy hombre llano; ron, tocino y huevos es todo lo que quiero, y aquella roca de allá arriba, para ver pasar los barcos. ¿Que cuál es mi nombre? Llamadme capitán. Y, ¡ah!, se me olvidaba, perdona, camarada... -y arrojó tres o cuatro mone­das de oro sobre el umbral-. Ya me avisaréis cuando me haya comido ese dinero -dijo con la misma voz con que podía man­dar un barco.
Y en verdad, a pesar de su ropa deslucida y sus expresiones indignas, no tenía el aire de un simple marinero, sino la de un pilo­to o un patrón, acostumbrado a ser obedecido o a castigar. El hombre que había portado las angarillas nos dijo que aquella mañana lo vieron apearse de la diligencia delante del «Royal Geor­ge» y que allí se había informado de las hosterías abiertas a lo largo de la costa, y supongo que le dieron buenas referencias de la nuestra, sobre todo lo solitario de su emplazamiento, y por eso la había preferido para instalarse. Fue lo que supimos de él.
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Comentario personal: Lectura veraniega para niños y mayores que aún conservan el gusto por la aventura, siquiera sea en los libros. Yo leía los libros y mis hermanos jugaban a los piratas. Y a los mosqueteros y a los del séptimo de caballería, con total propiedad. Cada personaje que representaban tenía el nombre exacto que estaba en el libro de que se tratara. Y se disfrazaban la mar de bien.
Lecturas que traspasan el tiempo, y que sólo pueden tildarse de infantiles, cuando se editan en versiones reducidas, cosa que pasa con frecuencia. No debería ser así. Habría que sentarse a leer con los niños y explicarles las palabras que entrañan alguna dificultad. En ésta novela en concreto, los términos marinos y los propios de la navegación. O eso creo yo.
El autor: Robert Louis Stevenson nació en Edimburgo en 1850 y murió en Samoa en 1894. Su precaria salud, no le impidió hacer una gran cantidad de viajes y escribir de forma incansable. Sus novelas de aventuras son un hito en la literatura y se siguen reeditando con regularidad. Varias de ellas han sido también llevadas a la pantalla en sucesivos remakes. Algunas de las más conocidas: El Diablo en la Botella, El Dr. Jekyll y Mr. Hide, El Conde de Ballantree, La Flecha Negra y La Isla del tesoro.
También escribió poemas y ensayos.

04 agosto 2007

Salomón

El Cantar de los Cantares
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La esposa y las hijas de Jerusalén
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1:1) Cantar de los cantares, el cual es de Salomón.

1:2) ¡Oh, si él me besara con besos de su boca! Porque mejores son tus amores que el vino.
1:3) A más del olor de tus suaves ungüentos, tu nombre es como ungüento derramado; por eso las doncellas te aman.
1:4) Atráeme; en pos de ti correremos. El rey me ha metido en sus cámaras; nos gozaremos y alegraremos en ti; nos acordaremos de tus amores más que del vino; con razón te aman.
1:5) Morena soy, oh hijas de Jerusalén, pero codiciable como las tiendas de Cedar, como las cortinas de Salomón.
1:6) No reparéis en que soy morena, porque el sol me miró. Los hijos de mi madre se airaron contra mí; me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé.
1:7) Hazme saber, oh tú a quien ama mi alma, dónde apacientas, dónde sesteas al mediodía. Pues ¿por qué había de estar yo como errante junto a los rebaños de tus compañeros?
1:8) Si tú no lo sabes, oh hermosa entre las mujeres, ve, sigue las huellas del rebaño, y apacienta tus cabritas junto a las cabañas de los pastores

La esposa y el esposo

1:9) A yegua de los carros de Faraón te he comparado, amiga mía.
1:10) Hermosas son tus mejillas entre los pendientes, tu cuello entre los collares es para mí, mi amado.
1:15) He aquí que tú eres hermosa, amiga mía; he aquí eres bella; tus ojos son como palomas.
1:16) He aquí que tú eres hermoso, amado mío, y dulce; nuestro lecho es de flores.
1:17) Las vigas de nuestra casa son de cedro, y de ciprés los artesonados. Es para mí, mi amado.
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Comentario personal: "Oh, tú, a quien ama mi alma" . Toda la lírica posible está en este Cantar de los Cantares que, si corresponde su autoría al rey Salomón, habría que ubicarlo hacia el año 1.025 adC. aproximadamente. Podéis leerlo completo en la Biblia católica donde figura después del Eclesiastés. Es corto y apasionado y relata un amor, una separación y una anhelante búsqueda del amado, ahora lejos.

29 julio 2007

Francisco de Quevedo

Historia de la vida del buscón, llamado Don Pablos
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Capítulo I (fragmento)
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Cuenta quién es y de dónde.


Yo soy, señor, natural de Segovia. Mi padre se llamó Clemente Pablo (Dios le tenga en el cielo). Fue el tal como todos dicen; su oficio fue de barbero; aunque eran tan altos sus pensamientos, que se corría que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa; y, según él bebió, puédese muy bien creer.
Estuvo casado con Aldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta de Andrés de San cristóbal. Sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja, aunque ella, por los nombres y sobrenombres de sus pasados, quiso probar que era descendiente de la letanía. Tuvo muy buen parecer, y fue tan celebrada, que en el tiempo que ella vivió, casi todos los copleros de España hacían cosas sobre ella. padeció grandes trabajos recién casada, y aún después, porque malas lenguas daban en decir que mi padre metía el dos de bastos para sacar el dos de oros. Probósele que a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les daba con el agua, levantándoles als caras para el lavatorio, un mi hermanico de siete años les sacaba, muy a su salvo, los tuétanos de las faltriqueras. Murió el angelito de unos azotes que le dieron dentro de la cárcel. Sintólo mucho mi padre (buen siglo haya), por ser tal, que robaba todas las voluntades.
Por estas y otras niñerías estuvo preso; aunque, según a mí me han dicho, salió de la cárcel con tanta honra, que le acompañaron doscientos cardenales, sino que a ninguno llamaban eminencia. Las damas diz que salían por verle a las ventanas, que siempre pareció mi padre muy bien a pie y a caballo. No lo digo por vanagloria, que bien saben todos cuán ajeno soy della.
Mi madre, pues, no tuvo calamidades. Un día alabándomela una vieja que me crió, decía que era tal su agrado, que hechizaba a cuantos la trataban; sólo diz que se dijo no se qué de un cabrón y volar, lo cual la puso cerca de que la diesen plumas con que lo hiciese público. Hubo fama de que reedificaba doncellas, resucitaba cabellos y encubría canas. Unos la llamaban zurcidora de gustos; otros algebrista de voluntades desconcertadas, y por mal nombre la llamaban alcahueta, para unos era tercera y prima para todos, y flux para los dineros de todos. Ver, pues, con la boca de risa que ella oía esto de todos, era para dar mil gracias a Dios.

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Comentario personal: Leer a Quevedo, o a cualquier otro escritor de su tiempo, tal vez requiera tener un diccionario cerca, pero sólo al principio. Pronto te das cuenta de que entiendes perfectamente las frases, a pesar de que puedes ignorar el significado de alguna palabra, ya en desuso. Ahora estoy acabando este libro, de nuevo, porque ya lo he leído unas cuantas veces y siempre me maravilla la facilidad de Quevedo para introducirte en la vida de estos personajes tan alejados de nosotros en tiempo y forma. Consigue que te sean cercanos, familiares; y acabas cogiéndoles cariño, por más pícaros que sean y por más que merezcan ejemplar castigo.
El autor: Una vida muy interesante la de este madrileño, contemporáneo de todos nuestros genios literarios de los siglos XVI y XVII, extraordinaria época para nuestras letras. Os dejo el enlace, indispensable aquí, ya que una vida como la de Francisco Gómez de Quevedo, no puedo resumirla en cuatro líneas. Ni en ocho.
Que lo disfrutéis...!

20 julio 2007

Tracy Chevalier




La joven de la perla
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Capítulo I. (fragmento)
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1.664



Mi madre no me avisó de que iban a venir. Luego me dijo que no quería que se me notara nerviosa. Me sorprendió, porque creía que me conocía bien. Los desconocidos siempre pensaban que era una persona tranquila. No me echaba a llorar como una niña pequeña. Sólo mi madre advertía la tensión en mi mandíbula, mis ojos aún más abiertos de lo que ya de por sí solía tenerlos.
Estaba picando las verduras en la cocina cuando oí voces en la puerta de la casa —una voz de mujer, brillante como latón bruñido, y otra de hombre, apagada y oscura como la madera de la mesa en la que estaba trabajando—. Eran un tipo de voces que raramente oíamos en nuestra casa. Imaginé espesas alfombras al oírlas, y libros y perlas y pieles.
Me alegré de haber fregado con un cuidado especial los escalones de la entrada.
Oí la voz de mi madre —un puchero hirviendo, un cántaro— aproximándose desde la sala. Venían hacia la cocina. Aparté los puerros que estaba cortando, dejé el cuchillo sobre la mesa, me limpié las manos en el delantal y apreté los labios para suavizarlos.
Mi madre apareció en el umbral, sus ojos dos señales de atención. Tras ella, la mujer tuvo que agacharse de lo alta que era, más alta que el hombre que la seguía.
En mi familia éramos todos bajos, incluso mi padre y mi hermano.
Parecía que la mujer venía de luchar contra un vendaval, aunque no soplaba ni la más leve brisa aquel día. Del sombrero torcido se le escapaban unos ricitos rubios que le caían sobre la frente, como abejas a las que en repetidas ocasiones hizo ademán de espantar. El cuello del vestido, además de descolocado, estaba falto de plancha y apresto. Se retiró por debajo de los hombros el manto gris, y vi que bajo el vestido azul marino una criatura crecía en su vientre. Como para final de año o antes.
Tenía la cara ovalada, como una bandeja, luminosa en unos momentos y apagada en otros. Sus ojos eran dos botones castaño claro, un color que yo apenas había visto unido al pelo rubio. Hizo como si me observara detenidamente, pero fue incapaz de fijar la atención en mí; su mirada saltaba de un rincón a otro de la habitación.
—Así que ésta es la muchacha —dijo bruscamente.
—Sí, ésta es mi hija, Griet —respondió mi madre. Yo incliné respetuosamente la cabeza, a modo de saludo.
—No parece muy grande. ¿Será lo bastante fuerte?
Cuando la mujer se volvió a mirar al hombre, rozó con el manto el mango del cuchillo con el que yo había estado cortando las verduras, que cayó y se puso a girar por el suelo.
La mujer dio un grito.
—Catharina —dijo el hombre con voz pausada. Pronunció su nombre como sí tuviera canela en la boca. La mujer se calló y trató de calmarse.
Yo me adelanté a recoger el cuchillo y, limpiando la hoja en el delantal, lo dejé sobre la mesa. Al caer, el cuchillo había movido un trozo de zanahoria. Lo devolví a su montón.
El hombre me miraba con sus ojos grises como el mar. Tenía una cara larga, angulosa, con una expresión imperturbable, en contraste con la de su mujer, que era tornadiza como la llama de una vela. No tenía ni barba ni bigote, y eso me gustaba, porque le daba un aspecto limpio. Llevaba una capa negra sobre los hombros, una camisa blanca y una fina gorguera de encaje. El sombrero ocultaba unos cabellos del color rojo de los ladrillos mojados por la lluvia.
—¿Qué estabas haciendo, Griet? —me preguntó.
Me sorprendió la pregunta, pero supe ocultar mi sorpresa.
—Picando las verduras para la sopa, señor.
Siempre colocaba las verduras formando un círculo en el que cada verdura ocupaba un segmento, como si fueran las porciones de una tarta. Había cinco: col roja, cebolla, puerro, zanahoria y nabo. Utilizaba la hoja del cuchillo para dar forma a cada porción y en el centro del círculo ponía una rodaja de zanahoria.
El hombre dio un golpecito en la mesa con un dedo.
—¿Están puestas en el orden en el que se echan a la sopa? —sugirió, estudiando el círculo.
—No, señor —dije dubitativa. No sabía explicar por qué había colocado así las verduras. Sencillamente las ponía como consideraba que debían ir, pero estaba demasiado asustada para decirle tal cosa a aquel caballero.
—Veo que has separado las blancas —dijo, señalando los nabos y las cebollas—. Y el naranja y el morado tampoco van juntos. ¿Por qué? —cogió un trocito de col roja y una rodaja de zanahoria y los agitó entre sus manos, como si fueran dados.
Yo miré a mi madre, que movió la cabeza en un leve gesto de asentimiento.
—Los colores se pelean cuando los pones juntos, señor.
Arqueó las cejas, como si no hubiera esperado esa respuesta.
—¿Y pasas mucho tiempo disponiendo las verduras antes de hacer la sopa?
—Oh, no, señor —contesté confusa. No quería que pensara que era una remolona.Por el rabillo del ojo percibí algo que se movía. Mi hermana, Agnes, estaba espiando junto a la puerta y había meneado la cabeza al oír mi respuesta. Yo no solía mentir. Bajé la vista.

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Comentario personal: Antes que nada, despejar algunas dudas sobre el nombre del autor de esta maravillosa pintura. Puede inducir a error el hecho de que pueda escribirse de tantas formas . Para eso os dejo un enlace y así no tecleo tanto.
Este es uno de los pocos casos en que una película complementa de manera perfecta, en mi opinión, una buena novela. Lo hace a través de una recreación perfecta de la época y sus personajes. O puede que ya no me sea posible separarlas porque lectura y película se sucedieron en pocos días. Tracy Chevalier escribió el guión para el film y así se conservó la peculiar atmósfera del libro, uno de los que más he disfrutado en los dos últimos años.
La autora: Nació en Washington, en 1966. Es autora de otros libros de éxito, aunque yo no he leído nada más que éste (no me fiaba de los títulos). "La Virgen Azul "y "La dama y el Unicornio" las he visto en escaparates. No sé si habrá otras. Chevalier, hizo un máster de escritura creativa en Inglaterra cuando se propuso escribir en serio. Se casó allí y creo que vive en Londres. Y no sé mucho más, salvo que su padre ha fallecido recientemente; en éste mes, me parece.

18 julio 2007

Hermann Hesse

Alma infantil
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Relato breve. Fragmento.
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A veces actuamos, nos movemos, hacemos esto y aquello, y todo resulta leve, fácil y en cierto modo espontáneo, parece que está en nuestra mano obrar de modo diferente. Y otras veces, a otras horas, todo lleva el signo de la necesidad y cada respiración nuestra está marcada por el destino.
Los actos de nuestra vida que llamamos buenos y de los que nos resulta fácil hablar son casi todos del primer género, "ligeros", y los olvidamos pronto. Otros actos, de los que nos cuesta hablar, no los olvidamos nunca, son como más nuestros que los primeros y su sombra se proyecta ampliamente sobre todos los días de nuestra vida.
En nuestra casa paterna, grande y clara, sita en una calle luminosa, se entraba por un portal alto, e inmediatamente se sentía uno envuelto en frescor, penumbra, ambiente húmedo y pétreo. Nos acogía silencioso el vestíbulo elevado y sombrío, el pavimento de ladrillos rojos que conducía en ligera pendiente hacia la escalera que se hallaba al fondo, en la oscuridad. Miles de veces entré por este portal sin fijar mi atención en él ni en el corredor ni en las baldosas ni en la escalera; pero era siempre el ingreso en otro mundo, en "nuestro mundo". El vestíbulo olía a piedra, era tenebroso y alto; al fondo al escalera llevaba desde la fría oscuridad a la luz y el confort. Lo primero era siempre el vestíbulo y la austera penumbra: aquello tenía algo de padre, de dignidad y poder, algo de castigo y mala conciencia. Miles de veces lo crucé con un temple jovial. Pero en ocasiones me sentía, una vez dentro, oprimido y empequeñecido, tenía miedo y buscaba presuroso la escalera salvadora.
Un día, a mis once años, volvía de la escuela para casa; era uno de sos días en que el destino acecha en todo rincón donde fácilmente puede pasar algo. En tales fechas se diría que todos los desórdenes y conflictos de la propia alma se refeljan en nuestro entorno y llegan a desfigurarlo. La desazón y el miedo oprimen nuesytro corazón, el mundo nos parece mal organizado y chocamos por doquier con resistencias.
Algo de esto me ocurrió aquel día. Desde el amanecer me embargaba -¿quién sabe por qué?, ¿tal vez por sueños nocturnos? - un sentimiento como de culpabilidad, aunque no había hecho nada de particular. Aquella mañana la cara de mi padre ofrecía una expresión doliente y acusadora, la leche del desayuno estaba tibia y sosa. En la escuela no es que tuviera dificultades, pero todo me supo a aburrido muerto y desalentador, y a ello se sumó ese sentimiento de impotencia y desesperación, ya bien conocido por mí, que nos dice que el tiempo es inacabable, que somos eternos, para siempre pequeños y desvalidos, y quedaremos aherrojados a esta escuela estúpida y hedionda, años y años, y que la vida toda es absurda y odiosa.
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Comentario personal: Este breve relato de Hesse, nos cuenta una travesura de esas que, como dice al principio, recordamos toda la vida. Algo que nos mostró que podíamos cometer un acto que nadie espera de nosotros, negar que lo hemos hecho, y que nos hunde cuando, finalmente, la verdad sale a la luz. Pequeñas cosas que "proyectan su sombra" en nuestra existencia posterior. No por su importancia, ni porque no nos perdonaran; es porque nos cuesta perdonar, si alguna vez lo hacemos, a quien nos perdonó.
El autor: H. Hesse recibió el Nobel de Literatura en 1946. Sobradamente conocidas son "El lobo estepario" "Siddhartha", o "Demian", entre otras muchas obras. Su abuelo y su padre, habían sido misioneros en la India, de ahí, tal vez, ese extremado sentido de culpabilidad que muestra en este relato.
Nació en Alemania en 1877 y murió en Suiza en 1962.

14 julio 2007

Arthur C. Clarke

Odisea final. 3010
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Fragmento del Prólogo. Los primogénitos
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Llámenlos los primogénitos. Aunque ni remotamente eran seres humanos, eran de carne y sangre y, cuando miraron hacia afuera, a través de las profundidades del espacio, sintieron pavor reverencial y curiosidad... y soledad. No bien poseyeron el poder, empezaron a buscar camaradería entre las estrellas.
En sus exploraciones se toparon con vida en muchas formas, y observaron la obra de la evolución en mil mundos. Vieron cuan a menudo los primeros chisporroteos tenues de inteligencia brillaban y se extinguían en la noche cósmica.
Y debido a que en toda la Galaxia no habían encontrado algo más precioso que la Mente, fomentaron su alborear por doquier. Se convirtieron en labradores en los campos de las estrellas: sembraban y, en ocasiones, cosechaban.
Y, en ocasiones, sin apasionamiento alguno, tenían que erradicar los cultivos desviados.
Los grandes dinosaurios habían desaparecido hacía ya mucho, su promesa matutina aniquilada por un mazazo al azar proveniente del espacio, cuando la nave de exploración ingresó en el Sistema Solar después de un viaje que ya había durado mil años. Pasó al lado de los congelados planetas exteriores, hizo una breve detención por encima de los desiertos del agonizante Marte, y pronto miró hacia la Tierra.
Extendiéndose por debajo de ellos, los exploradores vieron un mundo en el que pululaba la vida. Durante años estudiaron, recogieron, catalogaron. Cuando hubieron aprendido todo lo que pudieron, empezaron a introducir modificaciones. Manipularon, con irregular habilidad, el destino de muchas especies, tanto en tierra como en los mares. Pero cuál de sus experimentos iba a rendir frutos, no lo podrían saber hasta dentro de un millón de años cuando menos.
Eran pacientes, pero aún no eran inmortales. ¡Había tanto por hacer en ese universo de cien mil millones de soles, y otros mundos estaban llamando! Así que, una vez más, partieron hacia el abismo, conscientes de que nunca más volverían a esos parajes, y tampoco había necesidad de que lo hicieran: los servidores que habían dejado atrás harían el resto.
En la Tierra, los glaciares vinieron y se fueron, mientras que, por sobre ellos, la inmutable Luna todavía conservaba su secreto proveniente de las estrellas. Con ritmo aun menor que el del hielo polar, las mareas de civilización fluían y refluían de un punto al otro de la Galaxia. Extraños y hermosos y terribles imperios se alzaron y desplomaron, transmitiendo su sabiduría a sus sucesores.
Y ahora, allá afuera, entre las estrellas, la evolución se dirigía hacia nuevas metas. Hacía mucho que los primeros exploradores de la Tierra habían llegado hasta los límites que permitían la carne y la sangre.
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Comentario personal: Contra la Ciencia de C. Sagan, la Ficción de Clarke. Personalmente, creo que se complementan bastante bien; que de la Ciencia nace una Ficción, no tan disparatada, donde un hombre modificado en forma y pensamiento es capaz, a su vez, de modificar interminablemente su entorno. ¿No es esa otra Teoría de la Evolución? ¿No es eso lo que la Humanidad lleva miles de años haciendo? Evoluciona, modifica, crea y destruye. Los cuatro libros de esta saga, nos llevan a un futuro nada imposible.
El autor: Si aún vive, que no estoy segura de ello, está a punto de cumplir 90 años. Nació en Inglaterra y estudió matemáticas y física, trabajó con radares espaciales y para la defensa durante la II G. M. y popularizó la órbita gestoestacionaria de satélites de comunicaciones. GEO, es conocida también como "Órbita Clarke" en su honor. Muy lejos de la ciencia ficción de kiosco, escribe desde unos conocimientos científicos cultivados desde la infancia. Es mucho más ameno que Isaac Asimov, otro científico abocado a éste tipo de literatura.