19 octubre 2009

Primo Levi

Si esto es un hombre
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Octubre 1944 (fragmentos del capítulo)
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Porque esta campana suena siempre al alba, y entonces es la diana, pero cuando suena a media jornada quiere decir Blocksperre, encierro en la barraca, y esto sucede cuando hay selección, para que nadie se sustraiga a ella, y cuando los seleccionados salgan hacia el gas, para que nadie los vea partir.
[...] Aquí, delante de las dos puertas, está el árbitro de nuestro destino, que es un suboficial de las SS. Tiene a la derecha al Blockältester, y a la izquierda al furriel de la barraca. Cada uno de nosotros, saliendo desnudos del Tagesraum al frío aire de octubre, debe dar corriendo los pocos pasos que hay entre las puertas delante de los tres, entregar la ficha al SS y entrar por la puerta del dormitorio. El SS, entre las dos pasadas sucesivas, decide la suerte de cada uno y entrega la ficha al hombre que está a su derecha o al que está a su izquierda, y esto es la vida o la muerte de cada uno de nosotros.
[...] Antes de que la selección haya terminado, todos saben ya que la izquierda ha sido efectivamente la "schalechte Seite", el lado infausto. Hay, naturalmente, irregularidades: René, por ejemplo, tan joven y robusto, ha terminado en la izquierda: quizás porque tiene gafas, quizás porque anda un poco encorvado como los miopes, pero más probablemente por un simple descuido.
[...] En nuestra barraca, la selección ha terminado, pero continúa en las otras, por lo que ahora estamos en clausura. Pero puesto que han llegado los bidones de potaje, el Blockältester decide proceder sin más a su distribución. A los seleccionados se les distribuirá una ración doble. No he sabido nunca si ésta sería una iniciativa absurdamente compasiva del Blockältester o una explícita disposición de los SS, pero de hecho, en el intervalo de dos o tres días (también a veces mucho más largo) entre la selección y la partida, las víctimas de Monowitz-Auschwitz disfrutan de este privilegio.
Ziegler presenta la escudilla, recibe la ración normal y se queda esperando. "¿Qué más quieres?" le pregunta el Blockältester : no le parece que a Ziegler le toque suplemento, lo aparta de un empujón, pero Ziegler vuelve e insiste humildemente; me han puesto de verdad a la izquierda, todos lo han visto, que vaya el Blockältester a consultar las fichas: tiene derecho a ración doble. Cuando la ha conseguido, se va tan tranquilo a la litera y empieza a comérsela.
Ahora todos están raspando atentamente con la cuchara el fondo de la escudilla para sacar las últimas pizcas de potaje, y se forma un trasteo sonoro que quiere decir que la jornada ha terminado. Poco a poco, prevalece el silencio y entonces, desde mi litera que está en el tercer piso, se ve y se oye que el viejo Kuhn reza, en voz alta, con la gorra en la cabeza y oscilando el busto con violencia. Kuhn da gracias a Dios porque no ha sido elegido.
Kuhn es un insensato. ¿No ve en la litera de al lado a Beppo, el griego que tiene veinte años y pasado mañana irá al gas, y lo sabe, y está acostado y mira fijamente a la bombilla sin decir nada y sin pensar en nada? ¿No sabe Kuhn que la próxima vez será la suya? ¿No comprende Kuhn que hoy ha sucedido una abominación, que ninguna oración propiciatoria, ningún perdón, ninguna expiación de los culpables, nada, en fin, que esté en poder del hombre hacer, podrá remediar ya nunca?
Si yo fuese Dios, escupiría al suelo la oración de Kuhn.
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Comentario: Sé que aún me queda mucho por leer sobre la llamada literatura del holocausto. He leído libros estremecedores sobre el tema, pero la trilogía que compuso Primo Levi, relatando su propia experiencia, me ha impactado como ningún otro libro lo había hecho. Levi, cuenta, como en una crónica, la vida en el campo de concentración sin centrarse en su persona y sin apabullarnos con el sufrimiento. Son pequeñas partes de un todo horroroso, que aún sobrecoge más, porque, por momentos, puedes pensar que estás leyendo una novela, y de repente, el dato terrible, sin aspavientos, te lleva a una realidad que no por no haberla vivido, encuentras más soportable. Lo absurdo de la vida que se llevaba, la degradación de las personas más enteras, queda reflejada en la parte final de este fragmento, y también la inagotable esperanza de conservar la vida, más allá de cualquier otra finalidad ni consideración. Y sin embargo, Primo Levi se suicidó, más de 40 años después de haber sobrevivido al horror, al frío, al hambre, y a las cámaras de gas.
Más sobre su vida y obra: http://es.wikipedia.org/wiki/Primo_Levi
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21 agosto 2009

William Maxwell

Vinieron como golondrinas
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Cap. 2, páginas 14 y 15
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-¿Qué estás haciendo? ¿Paños de cocina?
Bunny se fijó en que cuando su madre decía que no moviendo la cabeza, hacía un gesto muy curioso. Era como si estuviera quitándose de encima una idea que la molestara.
-Pues es verdad que parecen paños de cocina - contestó ella.
El interés que Bunny ponía en los asuntos de su madre era casi continuo. [...] Cuando su madre iba a Peoria de compras, le gustaba acompañarla para poder opinar sobre la ropa, aunque tuviera que pasar mucho tiempo fuera del probador. Pero tampoco estaban siempre de acuerdo. Lo del papel del comedor, por ejemplo. A Bunny le gustaba mucho el que había, sobre todo el borde, que era una colina con un castillo encima, el mismo repetido en cada metro de pared, y los tres mismos hidalgos vestidos de armadura que subían a caballo a cada uno de los castillos. Sin embargo, su madre lo había cambiado por un papel sin dibujo que no le daba nada en que pensar y que, en su opinión, habría quedado mucho mejor en la cocina, donde no importaría tanto.
Bunny esperó impacientemente mientras ella mordía el hilo y medía una hebra nueva, recién sacada del carrete.
-Pañales.
La palabra le despertó un leve torbellino de emoción por dentro. En actitud pensativa, fue y se sentó junto a su madre en el banco de la ventana. Desde allí veía el jardín que había entre su casa y la de los vecinos y la verja y el jardín de los Koenig, y un lado de la casa blanca de los Koenig. Los vecinos eran alemanes, aunque de eso no tenían la culpa, y su hija pequeña se llamaba Anna. En enero, Anna iba a cumplir un año. El señor Koenig se levantaba muy pronto por la mañana, para ayudar a hacer la colada antes de irse a trabajar. La lavadora hacía bom-bom, bom-bom, a las cinco de la mañana. A la hora del desayuno había una ristra de banderas blancas mecidas por el viento del otoño. No eran banderas, claro está: eran pañales, y eso era lo importante del asunto. Nadie se ponía a hacer pañales a no ser que fuera a nacer un niño.
[...] A Bunny le gustaba que su madre se agachara y le rozara suavemente la parte de arriba de la cabeza con la mejilla. Pero hubiera preferido que fuera en otro momento. Ahora le desconcertaba.
[...] -Verás... - dijo su madre mientras desplegaba una tela blanca, la doblaba y la ponía en el mismo montón que las otras - Lo que necesitamos es otra persona en la familia. Por lo menos una persona más.
-Yo creo que nos van muy bien las cosas tal y como están.
- Puede que sí, pero ese cuarto en el que tú duermes está claro que es demasiado...
La mano de ella se abrió y se quedó quieta.
[...]
-Lo que yo tenía pensado era un hermano pequeño, o una hermana. Eso daría igual, ¿verdad?. Así no armarás tanto barullo como cuando estás solo.
-No, supongo que no. ¿Pero eso quiere decir que...?
Su madre no se conformaba con tenerle a él, quería una niña pequeña.
Cuando ella se levantó y fue hacia la cocina, Bunny no la siguió. En vez de eso se quedó absolutamente quieto, viendo cómo se encogían las hojas amarillas; viendo cómo se balanceaba la araña desde el techo.

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Comentario: Bunny, de 8 años, Robert de 13 y el padre de ambos, James, no saben que están a punto de perder a Elizabeth, su madre y esposa, a quien alcanzará la "gripe española" en el mismo hospital en que nace su tercer hijo. Es entonces cuando se hace más vívida su presencia y lo que significaba en la vida de todos ellos. El libro está contado desde los puntos de vista de los tres hombres de la familia, desde su edad y perspectiva, pero no como una semblanza individual, sino en función de la relación entre cada uno de ellos y la mujer a la que los tres adoran, cada uno a su manera. De una forma sutil, ella está en cada paso que da toda su familia, presente en la actitud de todos. Sin grandes efectos dramáticos, a pesar del dramatismo de algunas circunstancias, la novela tiene una dimensión humana extraordinaria. De esas que te hacen volver a leerla para percibir cabalmente lo que significa, para los protagonistas, la pérdida de su madre y esposa.
William Maxwell, cuenta aquí, de alguna manera, la muerte de su madre, que también murió de gripe española cuando él contaba 10 años, durante la epidemia que llegó a Estados Unidos durante la I Guerra Mundial.
Maxwell, recién recuperado para los lectores en español (la edición que manejo es de 2006 y la anterior a ésta, es de 1964) merece una mayor atención, pero como tantas otras veces, no la recibe.
Enlace a este gran autor y editor entregado a autores mucho más considerados y que, sin embargo, se lo deben casi todo a él.
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20 julio 2009

Frank McCourt

El Profesor
1
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Ya llegan.

Y yo no estoy preparado.

¿Cómo iba a estarlo?

Soy un profesor nuevo, y estoy aprendiendo con la práctica.
El primer día de mi carrera profesional como enseñante estuvieron a punto de despedirme por haberme comido el bocadillo de un chico de secundaria. El segundo día estuvieron a punto de despedirme por haber mencionado la posibilidad de mantener relaciones amistosas con una oveja. Aparte de esto, en los cerca de treinta años que pasé en las aulas de secundaria de Nueva York no pasó nada extraordinario. Yo dudaba a menudo de si debía estar allí siquiera.
Al final me preguntaba cómo había aguantado tanto.
Estamos en marzo de 1958. Estoy sentado tras mi mesa en un aula vacía del Instituto de Formación Profesional y Técnico McKee, en el distrito de Staten Island, de la ciudad de Nuevo York. Jugueteo con los instrumentos de mi nuevo oficio: cinco carpetas de papel fuerte, una para cada clase; un manojo de anillas de goma que se deshacen; un bloc de papel marrón, fabricado en tiempo de guerra y salpicado de motas de los ingredientes con que lo hicieron; un borrador de pizarra desgastado; un taco de fichas blancas que introduciré, por filas, en las ranuras de este archivador rojo descabalado pra que me ayuden a recordar los nombres de ciento sesenta y tantos chicos y chicas que se sentarán en filas todos los días, en cinco clases diferentes. En las fichas anotaré sus faltas de asistencia y sus retrasos, y haré pequeñas marcas cuando los chicos y las chicas hagan cosas malas. Me dicen que debo tener un bolígrafo rojo para las cosas malas, pero el centro no me ha proporcionado ninguno, y ahora tengo que pedir uno con un impreso o comprarlo en una tienda, porque le bolígrafo rojo para anotar las cosas malas es el arma más poderosa del profesor.
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Comentario: Frank McCourt ha muerto y he sentido una gran pena. A través de sus tres novelas, todas ellas autobiográficas, he llegado a sentir por este autor un profundo cariño. McCourt, pasó toda su vida adulta enseñando y, según su propias palabras, ese trabajo no le dejaba tiempo para frivolidades tales como escribir novelas. Sólo a los 66 años, ya jubilado, publicó la primera de ellas, "Las cenizas de Ángela" que le valió el Premio Pulitzer , la traducción inmediata a más de 30 idiomas, una película basada en la novela y una fama que nunca sospechó alcanzar. "Ángela y el Niño Jesús" es la última de sus obras y la única que, según creo, no es estrictamente autobiográfica, aunque estoy segura de que se habrá dejado en ella los mismos sentimientos que con tanta ternura nos mostró en las anteriores, a pesar de la dureza de los acontecimientos que en ellas relata y que no son, precisamente, lechos de rosas.
Os dejo un enlace para acercaros un poco más, aunque la única forma de entender completamente al hombre y su obra, es leerle, empezando por el principio: "Las cenizas de Ángela".
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11 junio 2009

Günter Grass

El Tambor de Hojalata
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Las cuatro faldas
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Pues sí: soy huésped de un sanatorio. Mi enfermero me observa, casi no me quita la vista de encima; porque en la puerta hay una mirilla; y el ojo de mi enfermero es de ese color castaño que no puede penetrar en mí, de ojos azules.
Por eso mi enfermero no puede ser mi enemigo. Le he cobrado afecto; cuando entra en mi cuarto, le cuento al mirón de detrás de la puerta anécdotas de mi vida, para que a pesar de la mirilla me vaya conociendo. El buen hombre parece apreciar mis relatos, pues apenas acabo de soltarle algún embuste, él, para darse a su vez a conocer, me muestra su última creación de cordel anudado. Que sea o no un artista, eso es aparte. Pero pienso que una exposición de sus obras encontraría buena acogida en la prensa, y hasta le atraería algún comprador. Anuda los cordeles que recoge y desenreda después de las horas de visita en los cuartos de sus pacientes; hace con ellos unas figuras horripilantes y cartilaginosas, las sumerge luego en yeso, deja que se solifiquen y las atraviesa con agujas de tejer que clava a unas peanas de madera.
Con frecuencia le tienta la idea de colorear sus obras. Pero yo trato de disuadirlo: le muestro mi cama metálica esmaltada y lo invito a imaginársela pintarrajeada en varios colores. Horrorizado, se lleva sus manos de enfermero a la cabeza, trata de imprimir a su rostro algo rígido la expresión de todos los pavores reunidos, y abandona sus proyectos colorísticos.
Mi cama metálica esmaltada sirve así de término de comparación. Y para mí es todavía más: mi cama es la meta finalmente alcanzada, es mi consuelo, y hasta podría ser mi credo si la dirección del establecimiento consintiera en hacerle algunos cambios: quisiera que le subieran un poco más la barandilla, para evitar definitivamente que nadie se me acerque demasiado.
Una vez por semana, el día de visita viene a interrumpir el silencio que tejo entre los barrotes de metal blanco. Vienen entonces los que se empeñan en salvarme, los que encuentran divertido quererme, los que en mí quisieran apreciarse, restarse y conocerse a sí mismos. Tan ciegos, nerviosos y mal educados que son. Con sus tijeras de uñas raspan los barrotes esmaltados en blanco de mi cama, con sus bolígrafos o con sus lapiceros azules garrapatean en el esmalte unos indecentes monigotes alargados. Cada vez que con su ¡hola! atronador irrumpe en el cuarto, mi abogado planta invariablemente su sombrero de nylon en el poste izquierdo de mi cama. Mientras dura su visita -y los abogados tienen siempre mucho que contar - este acto de violencia me priva de mi equilibrio y mi serenidad.
Luego de haber depositado sus regalos sobre la mesita de noche tapizada de tela blanca encerada, debajo de la acuarela de las anémonas, luego de haber logrado exponerme en detalle sus proyectos de salvación, presentes y futuros, y de haberme convencido a mí, al que infatigablemente se empeñan en salvar, del elevado nivel de su amor al prójimo, mis visitantes acaban por contentarse con su propia existencia y se van. Entonces entra mi enfermero para airear el cuarto y recoger los cordeles con que venían atados los paquetes. A menudo, después de ventilar, aún halla la manera, sentado junto a mi cama y desenredando cordeles, de quedarse y derramar un silencio tan prolongado, que acabo por confundir a Bruno con el silencio y al silencio con Bruno.
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Comentario: Las novelas de Grass, no pueden resumirse. O yo no puedo resumirlas. Quedarían fuera demasiadas cosas tan importantes como esa descripción del enfermero Bruno. Lo mejor es leerla y disfrutarla. No se puede decir que sea de fácil lectura, pero si se lee, no se olvida. Y si no se puede leer, tal vez podamos ver la película que nos dará una idea aproximada de la complejidad y la intensidad del argumento. La novela tiene, aproximadamente, 650 páginas y no hay que perderse ni una palabra :)
El autor: Lo último que he leído suyo "El gato y el ratón" , donde también están presentes algunos de los elementos de esta novela, siquiera sea de forma esquemática. Más sobre este magnífico escritor, galardonado con el Nobel en 1999.
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01 junio 2009

Natalia Ginzburg

Léxico familiar
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Cuando yo era pequeña y vivía en casa de mis padres, si mis hermanos o yo volcábamos un vaso encima del mantel o se nos caía un cuchillo, mi padre tronaba: "¡No hagáis groserías!"
Si mojábamos el pan en la salsa, gritaba: "¡No rebañéis los platos! ¡No hagáis mejunjes!"
Los cuadros modernos también eran, según mi padre, cochinadas y mejunjes; no los podía soportar.
Y decía: "Si fueráis a una tablehôte de Inglaterra, os echarían enseguida por hacer cochinadas"
Tenía en gran estima a Inglaterra. Consideraba que era el mayor ejemplo de civilización del mundo.
Durante las comidas solía hablar de las personas que había visto ese día; era muy severo en sus juicios y todo el mundo le parecía estúpido. Para él, un estúpido era "un simple". "Me ha parecido un grandísimo simple", decía de alguien a quien acababa de conocer. Además de los "simples", estaban los "palurdos". Para mi padre los "palurdos" eran las personas que se comportaban ruda y tímidamente, las que se vestían de forma inapropiada, las que no sabían montañismo y las que no sabían idiomas.
Llamaba "palurdez" a cada acto o gesto nuestro que juzgaba fuera de tono. "¡No seáis palurdos! ¡No hagáis palurdeces!", nos gritaba continuamente. La gama de las palurdeces era muy amplia. Llamaba "palurdez" a ir con zapatos de ciudad a las excursiones al monte, a entablar conversación en el tren o por la calle, con un compañero de viaje o con un transeúnte, a hablar con los vecinos desde la ventana, a quitarse los zapatos en el salón y calentarse los pies en el radiador, a quejarse de sed, de cansancio o rozaduras en los pies durante las excursiones y a llevar a ellas comidas grasientas y servilletas para limpiarse los dedos.
A las excursiones sólo se podía llevar un determinado tipo de alimentos: queso, mermelada, peras y huevos duros, y sólo se podía tomar el té que él mismo preparaba en el hornillo de gas. Inclinaba sobre éste su cabeza absorta con el pelo rojo cortado a cepillo y protegía la llama del viento con su chaqueta de lana color hollín, chamuscada y pelada por la zona de los bolsillos; todas las vacaciones llevaba la misma.
No permitía que nos lleváramos coñac ni terrones de azúcar a las excursiones, porque decía que eran "cosas de palurdos", y no nos podíamos parar a merendar en los chiringuitos porque era una palurdez. También era una palurdez ponerse un pañuelo o un sombrero de paja para que no nos diera el sol en la cabeza, cubrirnos con impermeables con capucha cuando llovía y anudarnos bufandas al cuello. Todas estas protecciones eran muy importantes para mi madre, y todas las mañanas, antes de salir de excursión, las metía en la mochila, pero mi padre, nada más verlas, las volvía a sacar encolerizado.
Nosotros con nuestros zapatos de clavos duros y pesados como el plomo, medias de lana, pasamontañas, gafas para el hielo sobre la frente, y el sol cayendo a plomo sobre nuestras sudorosas cabezas, mirábamos con envidia a los "palurdos", que subían, ligeros, en zapatillas de tenis, o se sentaban a tomar nata en los chiringuitos.
[...]
Mi hermano Gino era su predilecto, pues le daba gusto en todo: le interesaba la historia natural, coleccionaba insectos, cristales y minerales, y además, era muy estudioso. Después se matriculó en ingeniería, y cuando volvía a casa después de algún examen diciendo que había sacado un diez, mi padre le preguntaba: "¿Cómo es que has sacado un diez? ¿Cómo no has sacado diez y matrícula de honor?".
Y si había sacado diez y matrícula de honor, mi padre decía:
"¡Bah!, era un examen muy fácil"
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Nota de la autora: "Todos los lugares, hechos y personas que aparecen en este libro son reales. [...]Hasta los nombres son reales. Al escribir, sentía tan profunda intolerancia por cualquier invención, que no he podido cambiar los nombres verdaderos. Me han parecido inseparables de las personas que los llevan. [...] Sólo he escrito lo que recordaba. Por eso, quien intente leerlo como si fuera una crónica, encontrará grandes lagunas. Y es que este libro, aunque haya sido extraído de la realidad debe leerse como una novela, es decir, sin pedir más, ni menos tampoco, de lo que una novela puede ofrecer. También he omitido muchas de las cosas que recordaba, sobre todo de las que me atañían directamente. Esta no es mi historia, sino (incluso con vacíos y lagunas) la de mi familia [...] Los libros que se basan en la realidad con frecuencia son sólo pequeños atisbos y fragmentos de cuanto vivimos y oímos."
Comentario: Al final del volumen hay un glosario sobre los acontecimientos, situaciones y nombres propios que la autora utiliza a lo largo del libro. En él podemos reconocer a muchas personas que fueron notables, a lo largo de los años en que transcurre la acción y después de ella, en la intelectualidad y política italianas, con especial incidencia en el periodo fascista. No es, en absoluto, una novela sentimental. La autora toma una larga distancia de los acontecimientos que relata, pero no por ello pierde fuerza, al contrario. Y provoca una cierta ternura en el lector, que puede verse retratado en ese léxico y maneras de hacer las cosas de su propia familia y entorno. Al menos, a mí me ha pasado.
La autora: No muy conocida aquí, es una escritora de renombre, tanto de novelas cómo de obras teatrales. Aquí la tenéis:

07 mayo 2009

Arturo Pérez-Reverte

Cabo Trafalgar
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1. La balandra Incertain
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El teniente de navío Louis Quelennec, de la Marina Imperial francesa, está a punto de figurar en los libros de Historia y en este relato, pero no lo sabe. De lo contrario, sus primeras palabras al amanecer el 29 de vendimiario del año XIV, o sea, el 21 de octubre de 1805, habrían sido otras.
-Hijos de la gran puta.
La cubierta mojada de la Incertain se balancea bajo sus pies en la marejadilla, unas treinta millas al sudoeste de Cádiz. Poco más o menos. Comparada con la que va a caer de aquí a nada, la Incertain es una piltrafa náutica: una balandra de dieciséis cañones. Los ingleses la llaman cúter: cortador. Pero ya se sabe que los ingleses siempre fueron en exceso tajantes para sus cosas. Mejor balandra. Y encima, volviendo a lo de los cañones que artilla Quelennec, a su balandra, o cúter, o como se diga, la han aligerado de cuatro para que navegue más veloz. Aún así, la embarcación parece arrastrarse entre la niebla que gotea humedad por la jarcia y los puños de las velas. Cric, croc. Crujiendo al balancearse de banda a banda, como si gimieran sus cuadernas doloridas. Apenas hay viento, y sólo una brisa leve hincha a ratos las lonas que cuelgan como ropa sucia del palo y los estays, o agita la bandera mercante portuguesa izada en el pico de la cangreja. La pirula de la bandera es normal. En el mar todos juegan sucio y mienten como bellacos.
-Hijos de la gran puta - repite el comandante.
Lo repite en francés, naturalmente. Fils de la grande putain, o algo así, pero se le entiende. El timonel y el piloto, que están detrás, junto a la bitácora, se miran sin decir ni pío. El ayudante del piloto, que también está cerca, no se entera de nada porque es español. Como era de esperar se llama Manolo y es bajito, moreno, con una sola ceja negra. De Conil de la Frontera, por más señas. Provincia de Cádiz, o sea, de allí mismo. Por eso lo han embarcado de ayudante sin preguntarle lo que opina al respecto. Por la cara. Manuel Correjuevos Sánchez, patrón de pesca, contrabandista, padre de familia. Lo típico. Para los gabachos, Manoló Coguegüevos. Cada vez que oye a uno de éstos llamarlo por su apellido, al ayudante del piloto le sienta como una patada en los mismos.
-Llámeme Manolo, zi no le importa. Mezié.
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Comentario: Con su conocido estilo y rigor histórico Pérez-Reverte nos pone en medio de la batalla de Trafalgar para que suframos con los marinos que allí dejaron sus vidas, puestas en incompetentes manos.
En Trafalgar murieron muchos héroes, algunos recordados y otros olvidados. A todos ellos se rinde homenaje, junto a sus barcos. El libro tiene algunos diagramas sobre la situación de los barcos en diferentes horas y puntos de la batalla y una relación de los navíos aliados contra los ingleses (franceses y españoles) con el nombre de su capitán y la suerte que corrieron unos y otros.
El libro que más me ha gustado de éste autor, si exceptuamos " La sombra del águila".

28 abril 2009

Cormack McCarthy

La carretera
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Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior. Como el primer síntoma de un glaucoma frío empañando el mundo. Su mano subía y bajaba al compás de la preciada respiración. Retiró la lona de plástico y se puso de pie envuelto en aquellas prendas y mantas pestilentes y buscó algún atisbo de luz en el este pero no lo había. En el sueño del que acababa de despertar vagaba por una gruta y el niño lo llevaba de la mano. La luz de los dos bailaba en las húmedas paredes de roca caliza. Como peregrinos de fábula engullidos y extraviados en las entrañas de una bestia granítica. Humeros de piedra donde el agua goteaba y cantaba. Tañendo sin tregua en el silencio los minutos de la tierra y sus horas y días y años. Hasta que se hallaban en una enorme estancia de piedra donde había un lago antiguo y negro. Y en la orilla opuesta un ser que levantaba su chorreante boca del gour y miraba hacia la luz con unos ojos tan blancos y ciegos como los huevos de araña. Balanceaba su cabeza a ras de agua como para captar el olor de aquello que no podía ver. Agazapado allí, pálido y desnudo y translúcido, sus huesos de alabastro grabados en sombra en las rocas que tenía detrás. Sus intestinos, su palpitante corazón. El cerebro que latía dentro de una empañada campana de cristal. La criatura movía la cabeza de lado a lado y luego soltaba un gemido grave y daba media vuelta y dando tumbos se alejaba silenciosamente hacia la noche.
Se levantó con la primera luz gris y dejó al chico durmiendo y caminó hasta la carretera y en cuclillas estudió la región que se extendía al sur. Árida, silenciosa, infame. Debía ser el mes de octubre pero no estaba seguro. Hacía años que no usaba calendario. Irían hacia el sur. Aquí era imposible sobrevivir un invierno más.
Cuando hubo clareado lo suficiente observó el valle con los primáticos. Todo palideciendo hasta sumirse en tinieblas. la suave ceniza barriendo el asfalto en remolinos dispersos. Examinó lo que podía ver. Segmentos de carretera entre los árboles muertos allá abajo. Buscando algo que tuviera color. Algún movimiento. Algín indicio de humo estático. Bajó los prismáticos y se quitó la mascarilla de algodón que cubría su cara y se frotó la nariz con el dorso de la muñeca y luego miró otra vez. Se quedó allí sentado con los gemelos en la mano, viendo como la cenicienta luz del día cuajaba sobre el terreno. Solo sabía que el niño era su garantía. Y dijo: Si él no es la palabra de Dios Dios no ha hablado nunca.
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Comentario de contraportada: "En un mundo apocalíptico donde llueve ceniza, un hombre y un chico cruzan a pie el territorio norteamericano en dirección al sur. El hambre es mucho más que una preocupación diaria: es la medida de todas las cosas, y las bandas de caníbales asolan el país convertido en un yermo donde sólo la barbarie ha hechado raíces. El amor de un padre por su hijo es, sin embargo, la única luz de una tierra que ha perdido a sus dioses. Quizá el fuego de la civilización no se haya apagado para siempre."
Comentario personal: Varias veces había leído excelentes reseñas de este libro en el corto tiempo que lleva publicado aquí (enero 2009) y todas estaban acertadas. La salvedad es que, en algunas, se comentaba que el final de la novela no debería dejar resquicio a la esperanza y que dejarlo, estropeaba, de alguna manera, esta estupenda obra. Con la pura lógica en la mano, debería ser así, pero a mí me ha gustado que no todo se hunda en la ceniza. Ya a lo largo del libro, tremendo, hay algún atisbo de que así será, o a mí me lo pareció, porque sí que quería que se encendiera un resquicio de luz al final del túnel. De todas formas es un resquicio tan mínimo que no hay muchos motivos para alegrarse demasiado. No os pongáis a leerla si estáis muy deprimidos, ni cuando haya amenazas de meteoritos, o misiles a la vista :)
Por lo demás, he disfrutado mucho. El ritmo que imprime McCarthy a sus obras no es de los más fáciles, pero ésta es una obra de poco más de 200 páginas. Se lee sin levantar la vista.

14 abril 2009

Juan José Millás

El Mundo
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Páginas 1 y 2
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Mi padre tenía un taller de aparatos de electromedicina. Los reparaba, los inventaba, los deducía de publicaciones norteamericanas. No sabía inglés, pero era capaz de interpretar un esquema, un plano o un circuito con la facilidad con la que otros leen un síntoma. Por su taller pasaron aparatos de rayos X y pulmones de acero con los que mis hermanos y yo jugábamos, no siempre a los médicos. Entre los ingenios que más me impresionaron, recuerdo un aspirador de sangre perteneciente a la época anterior al bisturí eléctrico, cuando las heridas abiertas por el cirujano se inundaban, impidiendo la visión del órgano a operar. El aspirador dejaba la herida limpia en cuestión de segundos. La sangre se recogía en un recipiente de cristal de boca ancha, como los de las aceitunas a granel; probablemente fuera un frasco de aceitunas, pues en casa no se tiraba nada. Los tapones de los tubos de la pasta de dientes servían, por ejemplo, como mandos para los aparatos de radio. Más tarde, con la aparición del bisturí eléctrico, que cauterizaba la herida al tiempo de infligirla, los aspiradores, creo, pasaron a la historia.
Mi padre presumía de haber sido el primero en fabricar un bisturí eléctrico en España, aunque seguramente tomó la idea de una publicación extranjera. Recuerdo haberle visto inclinado sobre la mesa del taller, efectuando cortes en un filete de vaca, asombrado por la precisión y la limpieza del tajo. No olvidaré nunca el momento en el que se volvió hacia mí, que le observaba un poco asustado, para pronunciar aquella frase fundacional:
-Fíjate, Juanjo, cauteriza la herida en el momento de producirla.
Cuando escribo a mano, sobre un cuaderno, como ahora, creo que me parezco un poco a mi padre en el acto de probar el bisturí eléctrico, pues la escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas.
Mamá no tardaría en prohibirle desperdiciar los filetes de carne en aquellos ensayos. Empezó a trabajar entonces sobre rodajas de patatas, pero se cansó enseguida. Nada como la textura de la carne, excepto, añado yo, la textura de la página.
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Comentario: La contraportada de esta novela es del mismo Millás y así cuenta como nació esta novela:
"Hay libros que forman parte de un plan y libros que, al modo del automóvil que se salta un semáforo, se cruzan violentamente en tu existencia. Éste es de los que se saltan el semáforo. Me habían encargado un reportaje sobre mí mismo, de modo que comencé a seguirme para estudiar mis hábitos. En ésas, un día me dije: "Mi padre tenía un taller de aparatos de electromedicina." Entonces se me apareció el taller, conmigo y con mi padre dentro. Él estaba probando un bisturí eléctrico sobre un filete de vaca. De súbito, me dijo: "Fíjate, Juanjo, cauteriza la herida en el momento de producirla."
Comprendí que la escritura, como el bisturí de mi padre, cicatrizaba las heridas en el instante de abrirlas e intuí por qué era escritor. No fui capaz de hacer el reportaje: acababa de ser arrollado por una novela"
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Algo más de 200 páginas de puro disfrute, en un paseo de varias direcciones temporales en la vida (o no) de Millás. Redimió, al ganarlo, el premio Planeta 2007, y mereció el Premio Nacional de Narrativa 2008. Y para aquellos que, de vez en cuando, nos sentimos mordidos por la escritura, un estímulo maravilloso.

01 abril 2009

Anaïs Nin

Diarios. Tomo VI, de 1955 a 1966
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Otoño de 1962
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Oliver Evans vino a dar clases en el San Fernando State College. Como mi casa es difícil de encontrar, quedamos citados en el supermercado. Un extraño encuentro. No tiene amigos aquí así que empecé a presentarle a gente, a Christopher Isherwood y otros.
Está realizando un estudio sobre Carson McCullers. Después de que saliera su ensayo sobre mí en The Prairie Schooner, le preguntaron sí quería hacer un estudio sobre mi obra. Él aceptó la propuesta.
Es un cocinero refinado y diestro, y sus cenas eran todo un banquete.
Pero tuvo dificultades a la hora de fusionar a la gente académica con sus amigos los escritores. En una de sus veladas todos los profesores se sentaron en hilera en un sofá, y los escritores en otro sofá (Christopher Isherwood, Don Bachardy, Gavin Lambert, etc.) Había una barrera cómica, casi visible. No les impresionó su larga amistad con Tennessee Williams.
Oliver era un gastrónomo a la hora de cocinar. El día antes de una cena importante, encontró caracoles en el mercado. Habían viajado desde Noruega sobre hielo; no estaban muertos, sino congelados. Le aconsejaron que se los llevara a casa, los dejara en un poco de agua, y le dijeron que al día siguiente estarían descongelados y vivos, a punto de cocinar. Oliver siguió las instrucciones. Los colocó con un poco de agua en el fregadero de su cocina y se fue a la cama. A la mañana siguiente se encontró con que los caracoles no sólo se habían descongelado y estaban vivos, ¡sino que además corrían por todas partes (a paso de caracol) ! Habían salido del fregadero, se habían subido a las cortinas, a las ventanas, por encima de la nevera, de la cocina, por el linóleo, por las baldosas, la tostadora, las cazuelas y los platos. A la luz del sol tenían un aspecto iridiscente, festivo. Al ver cómo se divertían, no tuvo valor para cocinarlos. Yo pensé que un hombre tan compasivo podría escribir un estudio lleno de sensibilidad sobre mi trabajo. Y desde aquel momento, me fié de él.
Vino a menudo con su magnetófono. Me opuse un poco a la idea de que yo hiciera mi propia interpretación de House of Incest. A mí me parecía que debía hacerla él. Gide siempre repetía que la interpretación pertenece a los demás.
Se tardó mucho tiempo. Oliver tiene que dar clases, tiene que terminar el libro sobre Carson. En una ocasión me llevé toda una lista de preguntas para hacerle a Carson McCullers por teléfono desde Nueva York. Estaba en algún lugar del campo. Tenía la voz lastimera y parecía muy sola; me pidió que fuera a verla, pero me fue imposible entonces y luego, cuando murió, me dolió no haber ido. Siempre recordaré lo mucho que me impresionó Reflejos en un Ojo Dorado en la década de los cuarenta. Entonces no tenía más que veintiocho años. A pesar de la visible influencia de D. H. Lawrence, era un libro obsesionante.
Había algo más en Oliver que me hacía esperar una gran comprensión respecto a mí; era poeta. Escribió un libro encantador sobre Nueva Orleans. Había convivido con escritores y no era ostensiblemente académico.
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Comentario: Para aquellos que no conozcáis a esta escritora, os recomiendo leer antes la reseña biográfica en este enlace de la Wiki: http://es.wikipedia.org/wiki/Anais_Nin
La suya fue una vida turbulenta y, en cierto modo, escandalosa. Y lo de "en cierto modo" lo digo porque siempre hay un tiempo y un lugar para la inocencia, que podemos perder por muchas circunstancias de las que no tenemos la culpa; no hemos originado el pecado; sólo nos hemos abandonado a él, o nos hemos dejado arrastrar por él. Lo que tienen estos Diarios de maravilloso, es que cada página nos cuenta una historia y en este tomo, cuando ya Anaïs estaba instalada en otra forma de vida, no hay apenas nada de aquel torbellino en el que cabalgó tanto tiempo y el relato de sus vivencias se convierte en una delicia. Aún hay otro tomo posterior, que nunca he conseguido y vale decir, que su obra póstuma "Delta de Venus" es también una de las novelas más descarnadamente erótico-pornográficas que nunca haya leído de un escritor de renombre universal.
Los Diarios de Anaïs Nin, son un modelo a seguir para aquellos que desean tener una fuente de recuerdos de los que echar mano para escribir otras historias. Ella empezó a los 11 años, así que nunca le debió faltar material :)
La dejo en la etiqueta Norteamérica, porque allí fue donde empezó su carrera literaria, pero nació en París.

13 marzo 2009

Philip Roth

El lamento de Portnoy
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Estaba tan profundamente incrustada en mi consciencia que parece como si durante mi primer año de escuela yo hubiera creído que cada una de mis maestras era mi madre disfrazada. Tan pronto como sonaba la última campanada, yo corría hacia casa, preguntándome mientras tanto, si podría llegar a nuestro apartamento antes de que ella hubiera conseguido transformarse en ella misma. Invariablemente, ella estaba ya en la cocina para cuando yo llegaba, preparándome la leche y las pastas. Sin embargo, en vez de hacerme renunciar a mis ilusiones, el portento no hacía sino intensificar mi respeto hacia sus poderes. Y, de todos modos, siempre experimentaba una sensación de alivio al no haberla sorprendido en el lapso existente entre sus dos encarnaciones, aunque la verdad es que nunca dejaba de intentarlo; yo sabía que mi padre y mi hermana ignoraban la verdadera naturaleza de mi madre, y la carga de traición que yo imaginaba caería sobre mí si alguna vez llegaba a sorprenderla desprevenida era más de lo que yo deseaba soportar a la edad de cinco años. Creo que incluso temía acabar divisándola penetrar volando por la ventana de la alcoba o emerger, miembro a miembro, de un invisible estado y vestida con su delantal.
Desde luego, cuando ella me pedía que le hablara de como me había ido en el kindergarten, yo lo hacía escrupulosamente y con todo detalle. No pretendía comprender todas las implicaciones de su ubicuidad, pero era indiscutible que tenía algo que ver con el deseo de averigüar la clase de chiquillo que yo era cuando creía que ella no estaba cerca. Una consecuencia de ésta fantasía, que sobrevivió (en esta particular forma) hasta llegar yo al primer grado, fue que, viendo que no tenía opción, me volví sincero.
Ah, y brillante. De mi pálida y gruesa hermana mayor, mi madre decía (en presencia de Hannah, desde luego: también ella tenía como norma la sinceridad): "La niña no es ningún genio, pero tampoco vamos a pedir cosas imposibles, Dios la bendiga, trabaja de firme, se aplica todo lo que puede, así que todo lo que consiga está bien." De mí, el heredero de su larga nariz egipcia y de su parlanchina boca, decía mi madre, con su característica modestia: "¿Este bonditt? Ni siquiera necesita abrir un libro. Destaca en todo. ¡Albert Einstein II !"
¿Y cómo se tomaba mi padre todo esto? Bebía, no whisky como un goy, desde luego, sino aceite mineral y leche de magnesia y mascaba "Ex-Lax", y comía "All-Bran" por la mañana y por la noche; y engullía frutas secas pasadas por el almirez. Sufría -¡sufría!- estreñimiento. La ubicuidad de ella y el estreñimiento de él, mi madre penetrando por la ventana de la alcoba, mi padre leyendo el periódico vespertino con un supositorio recién puesto..., éstas, doctor, son las primeras impresiones que tengo de mis padres, de sus atributos y de sus secretos.
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Comentario: Una visita al psquiatra comienza de esta manera, sigue por los delirantes caminos de los recuerdos de la vida de Portnoy y se convierte en una lúcida, irónica e hilarante visión de las costumbres y psicología judías, al tiempo que se desmorona el "sueño americano" tal y cómo se había entendido por muchos inmigrantes. Roth, ha recibido muchísimos y prestigiosos galardones por su obra y está considerado como el escritor vivo más importante de Norteamérica, junto a Thomas Pynchon, Don DeLillo, y Cormac McCarthy. Así de restringida es la lista en la que se incluye su nombre. Cómo podéis ver en el enlace que os adjunto, varias de sus novelas se han llevado al cine, la última de ellas dirigida por Isabel Coixet, el año pasado.
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07 marzo 2009

Ernest Hemingway

Consejos para escritores
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Escribe frases breves. Comienza siempre con una oración corta. Utiliza un inglés vigoroso. Sé positivo, no negativo.
La jerga que adoptes debe ser reciente, de lo contrario no sirve.
Evita el uso de adjetivos, especialmente los extravagantes como "espléndido, grande, magnífico, suntuoso".
Nadie que tenga un cierto ingenio, que sienta y escriba con sinceridad acerca de las cosas que desea decir, puede escribir mal si se atiene a estas reglas.
Para escribir me retrotraigo a la antigua desolación del cuarto de hotel en el que empecé a escribir. Dile a todo el mundo que vives en un hotel y hospédate en otro. Cuando te localicen, múdate al campo. Cuando te localicen en el campo, múdate a otra parte. Trabaja todo el día hasta que estés tan agotado que todo el ejercicio que puedas enfrentar sea leer los diarios. Entonces come, juega tenis, nada, o realiza alguna labor que te atonte sólo para mantener tu intestino en movimiento, y al día siguiente vuelve a escribir.
Los escritores deberían trabajar solos. Deberían verse sólo una vez terminadas sus obras, y aun entonces, no con demasiada frecuencia. Si no, se vuelven como los escritores de Nueva York. Como lombrices de tierra dentro de una botella, tratando de nutrirse a partir del contacto entre ellos y de la botella. A veces la botella tiene forma artística, a veces económica, a veces económico-religiosa. Pero una vez que están en la botella, se quedan allí. Se sienten solos afuera de la botella. No quieren sentirse solos. Les da miedo estar solos en sus creencias...
A veces, cuando me resulta difícil escribir, leo mis propios libros para levantarme el ánimo, y después recuerdo que siempre me resultó difícil y a veces casi imposible escribirlos.
Un escritor, si sirve para algo, no describe. Inventa o construye a partir del conocimiento personal o impersonal.
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Comentario: Hace mucho desde la última "Fórmula Magistral", así que ya tocaba volver a consultar a un maestro. Ningún consejo es malo, aunque sí es posible que no sea el que nos saque de un apuro puntual. No obstante, vale la pena tenerlos en cuenta para futuras situaciones.
Todos los bloggers escribimos y si bien nuestras motivaciones y objetivos pueden ser muy diferentes, aprender cómo explicarnos mejor no puede ser malo :)
Me ha llamado la atención la metáfora de los escritores "embotellados" Siendo un poco cruel (o un mucho), diría que alejarse de las botellas, le resultaba muy difícil. O tal vez fue una pequeña traición de su inconsciente...
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28 febrero 2009

Franca, Jacopo y Darío Fo (2 y 3)

Marcela, una lectora de este blog, me escribió para pedirme un monólogo de esta obra, de la que ya publiqué uno que encontraréis en la misma etiqueta que éste y que, si no habéis leído, os lo aconsejo, porque es también muy divertido. Hoy os dejo dos cortitos.

Tengamos el sexo en paz
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La Virginidad
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Otro tema sobre el que hay mucha confusión es la virginidad.
¡Una pesadilla!
No se sabe por qué, pero las que ya no son vírgenes cuentan a las vírgenes... en relación con "ese momento... unas historias terroríficas! "Él, con su ariete, tiene que rasgar tu himen....¡Ahaaaa, qué pánico!" y luego la sangre... Hay culturas que siguen exponiendo las sábanas manchadas de sangre tras la noche de bodas..., sangre, sangre... Así que, cuando me llegó "ese momento", me esperaba surtidores de sangre... el techo manchado de sangre... "¿Cómo podré limpiarlo?"
Después descubrí que era puro invento. Es un hecho natural, que si se realiza con amor, no es nada...
Además, os informo de que el 20% de las mujeres no tienen himen, o lo tienen tan fino que se rasga de manera casual.
Ahora deberíamos guardar un minuto de silencio por ese 20% de mujeres que a lo largo de los siglos han sido acusadas de no ser vírgenes, sólo porque no tenían himen.
Además, hombres, nadie os obliga... ¡RAS...! ¡Ni que fuera la toma de las Bastilla! ¿Ella está angustiada? Pues un empujoncito hoy, otro empujoncito mañana...
Al terminar una función, vino a verme una chica:
"Qué bien has hecho en decir lo del empujoncito hoy, el empujoncito mañana, porque mis amigas se reían de mí..., me casé el 15 de diciembre... un empujoncito hoy, otro empujoncito mañana... y por fin, el 18 de mayo..."
Le costó un poco, pero no ha tenido ningún trauma.
En Dinamarca, por ejemplo, en segundo ciclo de enseñanza básica proyectan unos dibujos animados que enseñan a las niñas de 11, 12 o 13 años, a liberarse del himen con las uñas.
Es otra cultura.
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Los hombres, qué fantasmas
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En toda la historia del mundo, nosotros, los modernos, hemos sido los primeros en plantearnos el problema de nuestro placer. Cuando la gente trabajaba 18 horas diarias, no les quedaban energías que dedicar al acto sexual. Estaban agotados, comían, se acostaban, tran-tran-tran, y desspués, grrrrr... (Ronca)
Hoy en día sigue ocurriendo, aunque se trabaje mucho menos.Algunas amigas mías se quejan de que trun-trun-trun, y después, grrrrr, sin decir siquiera : "Gracias, cariño, ¿quieres una copa?"
Para los hombres, exhibir su disfrute se ha convertido en un símbolo de status social: una esposa, una novia, un novio, tres amantes ..., y ¡hala, a presumir!
Cómo ese actor inglés que afirmaba haber copulado tres mil veces en cinco años, con tres mil mujeres distintas. ¡Tres mil! ¿Dónde está la gracia de hacerlo así... en plan conejo mecánico? (Jadea rápidamente) "Aha aha... gracias guapa ¡Aha aha! ¿Te ha gustado?... ¡Aha aha! ¿Cómo te llamas?" , etcétera.
Auténticos trabajos forzados.
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No necesita comentario; lo encontraréis en el primer post de esta obra.

13 febrero 2009

William Saroyan

Mi nombre es Aram
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La historia del caballo blanco. Final.
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Una mañana, cuando íbamos a encerrarlo en el granero de la viña desierta de Fetvajián, nos topamos de manos a boca con el granjero John Byro, que venía de la ciudad.
--Deja que le hable yo - dijo mi primo -. Yo sé bien cómo hay que tratar con los granjeros.
--Buenos días, John Byro - dijo Murad.
El granjero se quedó mirando con mucha atención al caballo.
--Buenos días, hijos de mis amigos - contestó-. ¿Cómo se llama este caballo vuestro?
--Se llama Corazón - le dijo mi primo Murad en armenio.
--Bonito nombre - dijo John Byro - para un caballo tan bonito. Podría jurar que es el mismo que me han robado hace unos meses. ¿Me dejáis que le mire la boca?
--Naturalmente - dijo el primo Murad.
El granjero le miró la boca al caballo.
--Pelo por pelo y diente por diente - dijo-. Si no conociese tan bien a vuestros padres, juraría que era éste mi caballo. Pero bien sé la fama de honradez de vuestra familia. Sin embargo, el caballo es hermano carnal del mío. Si yo fuera desconfiado, creería más a mis ojos que a mis sentimientos. Adiós, amigos míos.
--Buenos días, John Byro - contestó mi primo Murad.
A la mañana siguiente, temprano, cogimos el caballo y lo llevamos a la granja de John Byro y se lo dejamos en el granero. Los perros vinieron detrás de nosotros sin dar un ladrido.
--Estos perros... - le dije yo muy bajo a Murad -. Creí que iban a ladrar.
--A otro cualquiera le ladrarían- dijo Murad -. Pero yo sé cómo hay que entenderse con los perros.
Mi primo Murad abrazó al caballo, juntó su nariz con la nariz del animal, le acarició y luego nos fuimos.
Aquella tarde John Byro vino a nuestra casa en su tartana y le enseñó a mi madre el caballo robado y devuelto.
--Yo no sé que pensar - dijo -. El animal ha venido más gordo que se fue. Y más manso también. Doy gracias a Dios.
Mi tío Kosrove, que estaba en la salita, se excitó y empezó a bramar:
--Calma, hombre, calma. El caballo ya ha aparecido. No tiene ninguna importancia.
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Comentario: El tío Kosrove cierra la historia con las palabras justas. La aventura del caballo y los niños ha durado lo justo y los mayores hacen como que no se enteran de nada para dejarles vivir unos días como en "la vieja patria", pero sin que se menoscabe, de manera irreparable, la ancestral honradez de la familia. Para Byro, esos niños y sus familias son, también, la única familia que tiene en ese país extraño y está dispuesto a comulgar con ruedas de molino antes que perderla y sabiendo, además, que el caballo le será devuelto.
El primo Murad, es el hacedor de milagros; cura a los pájaros, los perros no le ladran y los caballos le obedecen; es la bondad personificada, el mismo espíritu de la naturaleza, compatible con el ansia de aventura de un niño que lleva en el alma la nostalgia de tiempos y tierras que ni conoció. Aram, en cambio, nunca logra montar bien al caballo. Ya ha empezado a distanciarse un tanto de la antigua vida de su familia y su comunión con la naturaleza es más que nada, un potente deseo y no algo que aparece espontáneamente, como en Murad. Por eso, no para de hacer preguntas, sin saber que nunca podrán darle una respuesta satisfactoria y racional.
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William Saroyan

Mi nombre es Aram
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La historia del caballo blanco. Fragmento 3
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--No era fácil -me dijo - coger un caballo y dominarlo así como así. Primero hay que dejarle rienda suelta, que corra lo que quiera; pero como te he dicho, yo manejo bien un caballo. Y me las arreglo para hacer que él quiera lo que yo quiero que haga. Y los caballos ya me entienden.
--¿Y cómo haces para que te entiendan?- dije yo.
--Yo entiendo bien a los caballo.
--Pero ¿qué manera tienes de entenderlos? - le seguí preguntando.
--Muy sencillo y sin trucos.
--Bueno-le dije - pero yo quiero que me expliques cómo has conseguido entender tan bien a los caballos.
--Tú todavía eres chico - me dijo -. Cuando tengas trece años sabrás cómo hay que hacer para entenderse con un caballo.
Llegué a casa y tomé un buen desayuno.
Por la tarde, el tío Kosrove vino a nuestra casa por café y cigarrillos. Se sentó en la salita, y entre sorbo y chupada se puso a recordar la patria. Luego llegó otro visitante, un granjero llamado John Byro, un asirio que, como no tenía con quién entenderse en su idioma, había aprendido a hablar armenio. Mi madre le trajo también al nuevo visitante café y tabaco, y él lió el cigarrillo y bebió un sorbo y echó humo y por fin, suspirando, dijo:
--Mi caballito blanco que me habían robado el mes pasado ha vuelto a desaparecer. No sé que pensar de ésto.
Mi tío Kosrove se puso muy excitado y bramó:
--No importa. Después de todo, ¿qué significa eso de perder un caballo? ¿No hemos perdido toda nuestra patria? ¿Qué es eso de llorar por un caballo?
--Esto está bien para uno como usted, que vive en la ciudad -dijo John Byro - pero ¿y mi tartana? ¿Para qué sirve una tartana no teniendo caballo?
--No hagas caso - bramó mi tío Kosrove.
--He tenido que andarme diecisiete kilómetros a pie para venir aquí- repuso John Byro.
--Usted tiene buenas piernas- bramó el tío.
--Pero la pierna izquierda me duele.
--No hagas caso - siguió gritando el tío.
--Ese caballo me costó sesenta dólares.
--Yo escupo al dinero - dijo mi tío Kosrove.
Y se levantó y se marchó con su porte majestuoso, cerrando de golpe la puerta.
Mi madre explicó:
--Tiene un gran corazón. Es sencillamente que tiene nostalgia de su tierra y que es un hombre que no da importancia al dinero.
Entonces el granjero se fue y yo corrí a casa de mi primo Murad. Estaba sentado en el huerto debajo de un albérchigo, intentando arreglar el ala herido de un petirrojo de cría que no podía volar. Le estaba hablando al pájaro.
--¿Qué pasa? - dijo al verme.
--El granjero John Byro. Ha venido a nuestra casa. Necesita su caballo. Ya hace un mes que lo tienes tú. Quiero que me prometas que no lo soltarás hasta que yo aprenda a montar.
--Pasará un año, antes de que tú aprendas a montar - dijo mi primo Murad.
--Tendremos el caballo un año.
--¿Qué?- bramó -. ¿Estás invitando a robar a un Garoglanián? El caballo tiene que volver a su legítimo propietario.
--¿Cuándo? - dije yo.
--Lo más tarde en seis meses.
Y soltó el pájaro en el aire. El pájaro movió las alas y estuvo a punto de caer por dos veces, pero al fin pudo sostenerse y voló alto y bien.
Y todas las mañanas muy temprano, por espacio de dos semanas, cogíamos mi primo Murad y yo el caballo del granero de la viña desierta donde lo teníamos escondido y montábamos; y todas las mañanas, cuando me tocaba la vez de montar solo, echaba el caballo a correr a través de las viñas y de los frutales y terminaba por tirarme y escapar. Pero yo no me desanimaba y esperaba con el tiempo aprender y llegar a montar lo mismo que mi primo Murad.

08 febrero 2009

William Saroyan

Mi nombre es Aram
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La historia del caballo blanco. Fragmento 2
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--Déjame que me vista un poco - le dije.
--Bien - dijo él -; pero date prisa.
Y empecé a vestirme corriendo.
Luego salté por la ventana al patio y monté en el caballo, detrás de mi primo Murad.
Este año vivíamos en las afueras de la ciudad, en la avenida del Nogal. Nuestra casa, por detrás, daba al campo; viñedos, huertas, canalillos de riego y caminos. En menos de tres minutos ya estábamos en la avenida del Olivo y entonces el caballo se puso al trote. El aire estaba limpio y daba gusto respirar. Eso de ir corriendo a caballo es maravilloso. Mi primo Murad, a quien tenían por uno de los más locos de la familia, empezó a cantar. Más que cantar, bramaba de gusto.
En todas las familias dicen que hay una vena de locos, y a mi primo Murad le tenían por el descendiente natural de esa vena loca de nuestra tribu. Antes que él venía el tío Kosrove, un tipo enorme con una cabeza soberbia de pelo negro y unos bigotes que eran los más grandes en todo el valle de San Joaquín; hombre de temperamento tan furioso, tan irritable, tan impaciente que a cualquiera que estuviera diciendo algo le paraba con un rugido: "No importa; no hagan caso"
Esto era todo, fuese cual fuese el tema de conversación. Una vez vino corriendo su propio hijo Arak, desde más de un kilómetro, hasta la barbería donde le estaban arreglando el bigote, a decirle que la casa estaba ardiendo. Entonces el tío Kosrove se puso derecho en la silla y rugió:
--No importa; no hagan caso.
El barbero le dijo:
--Pero dice el chico que su casa está ardiendo.
Y el tío Kosrove volvió a rugir:
--Basta; no importa, he dicho.
A mi primo Murad le consideraban descendiente natural de este hombre, aunque el padre de Murad era Zorab, que tenía buen sentido práctico y nada más. Así era en nuestra tribu. Un hombre podía ser el padre carnal de su hijo, pero eso no quería decir que por ello hubiera de ser su padre en espíritu. Y la distribución de los varios tipos de espíritu en nuestra tribu había sido desde el principio harto caprichosa y fluctuante.
El caso es que nosotros íbamos corriendo a caballo, y mi primo Murad cantaba. Para todo el que nos conocía, era como si estuviéramos en nuestra vieja patria, a la cual, según algunos de nuestros vecinos, seguíamos perteneciendo.
Y dejamos correr el caballo a todo galope sólo por el gusto de correr.
Luego, mi primo Murad dijo:
--Bájate. Tengo que correr solo.
--¿Me dejarás luego correr solo a mí?- le dije yo.
--Esto ya es cosa del caballo -dijo mi primo -. Bájate.
--El caballo, sí que me dejará correr -dije yo.
--Veremos -dijo él -. No olvides que yo sé manejar un caballo.
--Bueno-le dije yo -. Si tu sabes manejar un caballo, yo he de saber también.
--Por tu propio interés -dijo el- esperemos que sí. Bájate.
--Muy bien. Pero no olvides que tú me has prometido dejarme montar solo.
Yo me bajé y entonces mi primo Murad le apretó al caballo con los talones y gritó:
--Vazir, corre.
El caballo se levantó sobre las patas traseras, dio un bufido y arrancó a una velocidad de miedo, que era la cosa más hermosa que yo había visto nunca.
Mi primo Murad cruzó con él a todo galope una pradera de hierba seca hasta un canalillo, cruzó el canalillo de un salto y cinco minutos después estaba de vuelta, chorreando sudor.
El sol empezaba a salir.
--Ahora me toca a mí montar- dije yo.
Mi primo Murad bajó del caballo.
--Monta - dijo.
Yo monté en el caballo y por un momento pasé el miedo más horroroso que pueda imaginarse. El caballo no se movió.
--Dale con los talones- dijo mi primo -. ¿Qué estás esperando? Tenemos que volverlo a llevar antes de que nadie se despierte.
Yo le di con los talones. El caballo volvió a encabritarse y a bufar. Por fin echó a correr. Yo no sabía que hacer. En vez de tirar por la pradera de hierba seca, tiró hacia abajo por el camino, hacia la viña de Dikran Halabián y una vez allí empezó a saltar por encima de las cepas. Había saltado sobre siete cepas cuando me vi en el suelo.
Mi primo Murad vino también corriendo a donde yo estaba.
--No lo siento por ti - gritó -. Pero tenemos que coger el caballo. Tú ve por aquí, que yo iré por este otro lado. Si llegas junto a él, acaríciale. Yo estaré cerca.
Yo seguí hacia abajo por el camino y mi primo Murad atravesó el campo hasta el canalillo. Tardó media hora en dar con el caballo y traerlo.
--Muy bien - dijo-. Monta. Ahora todo el mundo está ya despierto.
--¿Qué vamos a hacer? - dije yo.
--Bueno -dijo él -; o lo volvemos a llevar o lo encerramos hasta mañana por la mañana.
Él no parecía nada preocupado y yo sabía que lo iba a encerrar y que no lo soltaría así como así. Costase lo que costase, no iba a ser este rato sólo.
--¿Y dónde lo vamos a encerrar?
--Yo me sé un sitio - dijo mi primo.
--¿Cuánto hace que robaste el caballo?- le pregunté.
Porque me di cuenta de pronto de que él ya llevaba tiempo dándose estos paseos de madrugada con el caballo y que si había venido a buscarme esta mañana era sólo por lo mucho que sabía que me gustaba a mí también montar.
--¿Qué has dicho de robar un caballo?- me dijo él.
--Llámalo como quieras. ¿Cuánto hace que empezaste a montar así por las mañanas?
--Esta mañana es la primera.
--¿Dices la verdad? - dije yo.
--Desde luego que no, pero si nos cogen, esto es lo que tú tienes que decir. No quiero que tengamos que mentir los dos. Entiéndelo: tú no sabes más sino que hemos estado montando esta mañana.
--Está bien - dije yo.
Entonces él llevó tranquilamente el caballo al granero de una viña abandonada que había sido en tiempos el orgullo de un granjero llamado Fetvajián. En el granero había un poco de avena y alfalfa seca.
Y nos fuimos a casa como dos señores.

30 enero 2009

William Saroyan

Mi nombre es Aram
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La historia del caballo blanco. Fragmento 1
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Un día, en aquellos buenos tiempos en que yo tenía nueve años y el mundo estaba lleno para mí de toda suerte de maravillas, y la vida era todavía un delicioso y misterioso sueño, mi primo Murad, a quien todos menos yo tenían por loco, vino a las cuatro de la mañana y me despertó con unos golpes en la ventana de mi cuarto.
--Aram - dijo.
Yo salté de la cama y miré afuera, por la ventana. Y no podía creer lo que veía.
Aún no había amanecido, pero como era verano y no faltaba mucho para que el sol apareciera en aquel rincón del mundo, se veía lo bastante para darme cuenta de que no se trataba de un sueño.
Mi primo Murad venía montado en un hermoso caballo blanco.
Yo saqué la cabeza por la ventana y me froté los ojos.
--Sí - me dijo en armenio -. Es un caballo. No es que estés soñando. Date prisa si quieres montar.
Yo sabía bien que mi primo Murad era de los que gozan simplemente con estar vivos más que cualquiera de esos que vienen al mundo por equivocación, pero esto, desde luego, superaba a lo que podían creer mis ojos.
Lo primero de todo era que mis más remotos recuerdos eran recuerdos de caballos, y mi anhelo mayor, el montar a caballo.
Esta era la parte maravillosa.
La segunda razón es que nosotros éramos pobres. Por esta segunda razón es por lo que yo no podía creer lo que estaba viendo.
Éramos pobres. No teniamos dinero. Toda nuestra tribu vivía en la miseria. Cada una de las ramas de la familia Garoglanián vivía en la más asombrosa y más cómica miseria del mundo. Nadie podía comprender de dónde sacábamos el dinero indispensable para llenarnos el estómago, ni siquiera poder llenarles el estómago a los viejos. Lo más asombroso de todo es que éramos honrados. Toda la familia había sido famosa por su honradez a lo largo, más o menos, de once siglos, aun en el tiempo en que solíamos ser los más ricos, de lo que entonces nos parecía el mundo. Éramos, primero orgullosos, luego honrados y creíamos, además, en el mal. Ninguno de nosotros sería capaz de aprovecharse de nadie en el mundo, aunque no fuera más que robándole.
Por todo esto, aunque mis ojos estaban viendo aquel caballo, tan estupendo; aun cuando mis narices aspiraban su olor, tan agradable; aunque mis orejas oían su excitante resuello, yo no podía creer que este caballo tuviera que ver nada con mi primo Murad, ni conmigo ni con cualquiera otro de los miembros de nuestra familia; no lo podía creer ni en sueños ni despierto, porque yo sabía muy bien que mi primo Murad no podía haber comprado el caballo, y de no ser comprado, tenía que ser robado, entonces, y yo me resistía a creer que lo hubiera robado.
Ningún miembro de la familia Garoglanián podía ser ladrón.
De modo que miraba a mi primo y luego al caballo. Había en el uno y en el otro como un devoto aplomo y una comicidad que por un lado me hacía gracia, pero por otro me asustaba.
--Murad -le dije -, ¿dónde has robado este caballo?
--Salta por la ventana - me respondió él- si quieres montar.
Era verdad, entonces. Había robado el caballo. No cabía discusión sobre esto. Y luego había venido a invitarme si quería montar yo también, o no; eso ya era cuenta mía.
Bueno, de todos modos me parecía que eso de robar un caballo para dar en él una carrera no era lo mismo que robarlo para otra cosa, por ejemplo, para sacar dinero. A mi modo de ver, a esto no podía llamársele robo. No sería robo hasta que nosotros intentásemos vender la silla, cosa que no íbamos a hacer, desde luego.
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Comentario: El genocidio que los turcos cometieron contra los armenios entre 1915 y 1917, es el segundo más estudiado y reprobado, después del holocausto del pueblo judio. Aunque no recibe las mismas consideraciones, ni lo han reconocido tantos países. Como casi siempre, la religión fue la principal causa, ya que los armenios son cristianos, a diferencia de los otomanos, musulmanes. La brutal persecución, provocó el exilio de muchas familias armenias, entre las que se encontraba la de Willian Saroyan, que ya nació en los Estados Unidos. Como curiosidad; Gregory Peck y Charles Aznavour, eran de la misma procedencia. Saroyan, del que os dejo un poco más de información desde la Wiki, fue un magnífico escritor con una visión del mundo que tienen también otros hijos o nietos de emigrantes forzosos, como McCourt y Hosseini. Viven en un mundo nuevo pero con toda la carga de sus viejas y ricas tradiciones. "La historia del caballo blanco" es sólo una parte corta de la novela y os lo voy a transcribir entero, en dos o tres entregas. Etiqueta separada para que lo encontréis fácil.
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Y un poco de historia sobre el genocidio armenio, por si os interesa.
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22 enero 2009

Félix Luna y Ariel Ramirez

Alfonsina y el Mar

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.Por la blanda arena que lame el mar

su pequeña huella no vuelve más

y un sendero solo de pena y silencio llegó

hasta el agua profunda

y un sendero solo de penas puras llegó

hasta la espuma.

Sabe Dios que angustia te acompañó

qué dolores viejos calló tu voz

para recostarte arrullada en el canto

de las caracolas marinas

la canción que canta en el fondo oscuro del mar

la caracola.

Te vas Alfonsina con tu soledad

¿qué poemas nuevos fuiste a buscar?

Y una voz antigua de viento y de mar

te requiebra el alma y la está llamando

y te vas, hacia allá como en sueños,

dormida Alfonsina, vestida de mar.

Cinco sirenitas te llevarán

por caminos de algas y de coral

y fosforescentes caballos marinos harán

una ronda a tu lado.

Y los habitantes del agua van a nadar pronto a tu lado.

.
"Bájame la lámpara un poco más

déjame que duerma, nodriza en paz

y si llama él no le digas que estoy,

dile que Alfonsina no vuelve.

Y si llama él no le digas nunca que estoy,

di que me he ido."

.
Te vas Alfonsina con tu soledad

¿qué poemas nuevos fuiste a buscar?

Y una voz antigua de viento y de mar

te requiebra el alma

y la está llamando
.
y te vas, hacia allá como en sueños,

dormida Alfonsina, vestida de mar.

-.-.-.-

Alfonsina y el Mar, en versión de Simone

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Comentario: Luna y Ramírez compusieron esta canción, no mucho después de la muerte por suicidio de Alfonsina Storni, en la que el párrafo entrecomillado es de la propia Alfonsina y del último poema que escribió. No he logrado dilucidar con seguridad quién es autor de la música y quién de la letra, pero escribieron algo muy bello y hoy, al encontrar entre mis discos esta música, no he podido resistir la tentación de dejarla aquí y compartirla con vosotros.

17 enero 2009

José Luis García Martín

El Pasajero
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A un dios desconocido
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Dame siempre placeres rutinarios.
Lo que ocurre una vez, no ocurre nunca.
La luz que ciega, la explosión de dicha,
el asalto en un recodo del camino,
ángeles, cimas, intensidad, adioses,
déjalos para otros más valientes.
.
Dame pobres placeres repetidos,
no un único diamante en la memoria.
Dame días iguales, no este instante sin tiempo,
terco, distante, azul, inexistente.
.
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Comentario: Con una obra copiosa en múltiples campos de la actividad literaria y periodística, me sonaba poco su nombre y cuando quise encontrar algo suyo en bibliotecas, ya que en la librería fue inútil, sólo logré este hermoso libro de poemas, del que os dejo una muestra. En Internet sí que hay abundante información, y esto es lo que encontré cuando hice una búsqueda:
Ahora tengo que aplicarme y ver qué más sorpresas me reserva este descubrimiento :)

05 enero 2009

Dai Sijie

Balzac y la joven costurera china
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Capítulo 1. Fragmento.
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El jefe del pueblo, un hombre de cincuenta años, estaba sentado con las piernas cruzadas en medio de la estancia, cerca del carbón que ardía en un hogar excavado en la propia tierra; inspeccionaba mi violín. En el equipaje de los dos "muchachos de ciudad" que éramos para él Luo y yo, era el único objeto que parecía emanar cierto sabor extranjero, un olor a civilización capaz de despertar las sospechas de los aldeanos.
Un campesino se acercó con una lámpara de petróleo para facilitar la identificación del objeto. El jefe levantó verticalmente el violín y examinó las negras efes de la caja, como un aduanero minucioso que buscara droga. Advertí tres gotas de sangre en su ojo izquierdo, una grande y dos pequeñas, todas del mismo color rojo vivo.
Luego, alzó el instrumento a la altura de sus ojos y lo sacudió con frenesí, como si aguardara que algo cayese del oscuro fondo de la caja de resonancia. Tuve la impresión de que las cuerdas iban a romperse de pronto y los puentes, a saltar en pedazos.
Casi toda la aldea estaba allí, bajo el tejado de aquella casa sobre pilotes perdida en la cima de la montaña. Hombres, mujeres y niños rebullían en su interior, se agarraban a las ventanas, se apretujaban ante la puerta. Como nada caía del instrumento, el jefe aproximó la nariz al agujero negro y lo olisqueó un buen rato. Varios pelos gruesos, largos y sucios que sobresalían del orificio izquierdo comenzaron a temblequear. Y seguían sin aparecer nuevos indicios.
Hizo correr sus callosos dedos por una cuerda, luego por otra... La resonancia de un sonido desconocido dejó petrificada de inmediato, a la multitud, como si aquella vibración la forzara a una actitud casi respetuosa.
-Es un juguete -dijo el jefe con solemnidad.
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Comentario: En parte autobiográfica, la novela narra las peripecias de dos adolescentes chinos que, una vez acabados los estudios, se ven obligados, cumpliendo el mandato de Mao Zedong, a marcharse a una aldea perdida cerca del Tibet, para ser "reeducados". Aunque muy diferentes en su argumento, me recuerda mucho a otra obra asiática, en lo que se refiere a la vida campesina y su choque con la civilización. Dejé un fragmento aquí:
Esta de hoy, ambientada 30 años después, tiene también un fondo tierno e inocente, a pesar de que las circunstancias que nos presenta son de una dureza extrema; la vida de los campesinos, el alejamiento de los jóvenes de su entorno natural, las carencias resultantes de todo ello, etcétera.
Y es una novela preciosa.
El autor: Dai Sijie, nació en 1954 en China. Tal y cómo se dice en el libro, entre 1971-74 fue enviado a "reeducarse" a una aldea cerca de la frontera con el Tíbet. Más tarde logró una plaza universitaria y cursó Historia del Arte. Ganó una beca que le permitió estudiar en Francia donde descubre el cine eurpeo y queda impresionado con la obra de Buñuel. Ha realizado tres largometrajes y ha escrito, al menos, otra novela, también publicada por "Quinteto" Anagrama; " El complejo de Di"

02 enero 2009

Anónima

Una mujer en Berlín
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Martes, 1 de Mayo de 1945, tres de la tarde, retrospectiva del sábado, domingo y lunes.
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El sábado por la mañana, el 28 de abril, fue la última vez que escribí. Han pasado tres días desde entonces tan colmados de sucesos, de cosas increíbles, de imágenes, miedos, sensaciones, que no sé por donde empezar, qué decir. Estamos con el agua al cuello, hundiéndonos cada vez más profundamente. El minuto de vida está encareciéndose. La tormenta está pasando por encima de nosotros. Hojas trémulas en el vórtice del torbellino, no sabemos a donde nos arrastrará.
[...] El viento silba a través de las ventanas tapadas míseramente con cartón, tira violentamente de los trozos sueltos haciéndolos martillear, y deja penetrar la luz del día como si se tratara de la luz de una antorcha. Tan pronto hay luz como oscuridad en la habitación; hace un frío de muerte.
[...] De fuera nos llegan sonidos rusos. Iván habla con sus rocines. Con los caballos son mucho más amables que con nosotros. Sus voces adquieren entonces acentos cálidos. Con los animales hablan en un tono verdaderamente humano. A veces ascienden vahos con olor a caballo. Tintineo de cadenas. En algún lugar hay alguien tocando el acordeón.
[...] Hace media hora entró un desconocido, muy terco, que me quería para él. Lo echaron. Gritó en tono amenzador: "Volveré"
¿Qué significa violación? Cuando escuché esa palabra en voz alta el viernes por la noche en el refugio, me recorrió un escalofrío por toda la espalda. Ahora ya puedo pensar en su significado, la puedo escribir sin que me tiemblen las manos. La pronuncio para mí, para acostumbrarme a su sonido. Suena a lo más extremo imaginable, pero no lo es sin embargo.
El sábado a mediodía, a eso de las tres, había dos soldados golpeando la puerta principal con los puños y las armas. Vociferaban como salvajes, aporreaban la madera a patadas. La viuda abrió. Teme por su cerradura. [...] Uno de ellos me agarra, me lleva a la habitación que da a la calle después de quitar de en medio de un empujón a la viuda. El otro se planta junto a la puerta principal, tiene a la viuda en jaque, sin decir palabra, amenazándola con el fusil sin tocarla.
El que me empuja es un hombre entrado en años con la barba ya casi cana. Huele a aguardiente y a caballo. Cierra la puerta tras de sí accionando cuidadosamente el picaporte. Al no encontrar ninguna llave en la cerradura, arrastra el sillón contra el entrepaño de la puerta. Parece no ver para nada a la presa. Tanto más terrible así el empujón con que la arroja al lecho. Cerrar los ojos, apretar fuertemente los dientes.
Ni un sonido. Sólo cuando se desgarra la ropa interior con un crujido, mis dientes rechinan involuntariamente. Eran las últimas bragas intactas.
De pronto siento unos dedos en mi boca, olor pestilente a jaco y a tabaco. Abro los ojos de golpe. Hábilmente, esas manos me tienen inmovilizada la mandíbula abierta. Cara a cara. Entonces, el que está encima de mí deja caer lentamente en mi boca la saliva acumulada en su boca.
Me quedé petrificada. No era asco, sólo frío. La columna vertebral se congela, un vértigo glacial me da vueltas en el cogote. Me siento resbalar y caer, profundamente, a través de las almohadas y de las tablas del suelo.
Sumergirse en el suelo..., así que es eso.
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Comentario: En 1954, en Norteamérica, se publicaron por primera vez estas memorias que abarcan los meses de abril, mayo y junio de 1945. Nunca se ha revelado el nombre de la autora, pues las pocas personas que lo sabían ( tal vez quede alguna que lo sepa, pero calla) han muerto ya y fueron ellas las que también dieron cuenta de la muerte de esta cronista excepcional de la que sí sabemos que falleció en 2001. La toma de Berlín por los rusos y el calvario que soportaron sus habitantes, muy especialmente las mujeres, quedan perfectamente reflejados en estas páginas. El hambre, el miedo, las pequeñas y grandes infamias entre iguales, el egoísmo, la heroicidad, el desamparo y todas las emociones y actitudes posibles en los seres humanos, aparecen en estas páginas, dejando en manos de los hombres y mujeres que les seguirán la responsabilidad de evitarlo en el futuro. Ya sabemos que aquella fue una lección no aprendida, por desgracia. Con todo y que los hechos que relata son escalofriantes, no hay odio en estas páginas. Violada múltiples veces, como la mayoría de las mujeres en aquella circunstancia, aprende a sobrevivir, ofreciéndose a quien mejor pueda proteger su integridad. Busca a los oficiales, pero pronto sabe que el ejército ruso no se rije por las mismas normas que el prusiano.
Hay momentos que, metida en esa locura, son incluso dulces y apacibles y alguno casi cómico. De dónde sacó esta mujer, de la que sí sabemos que había viajado mucho y estaba relacionada con el mundo editorial, o con la prensa, el valor para contar lo que cuenta y del modo que lo cuenta, no puedo ni imaginarlo.
En definitiva: un libro absolutamente imperdible, publicado en la colección "quinteto" de Anagrama, una edición económica de bolsillo. Los 8 euros mejor empleados del año en esta partida presupuestaria.