31 mayo 2007

Pablo Neruda

Fulgor y muerte de Joaquin Murieta

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Cantata. 1ª parte
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Pablo Neruda escribió lo que en principio fue una obra de teatro, estrenada en la década de los 60 y basada en la historia de Joaquín Murieta, bandido chileno, héroe popular y que algunos creen nacido en México y otros, que es una leyenda.
No tiene nada de legendario. Murieta existió y parece muy probable que naciera en Quillota, Chile. Neruda lo toma como pretexto para exponer el problema de una América latina sojuzgada, de muchas maneras, por los Estados Unidos.
A caballo entre la política y la historia, esta obra teatral fue convertida en Cantata siguiendo el rastro de la famosa "Cantata de Santa María de Iquique" que llevó por todo el mundo "Quilapayún", y que alertó las conciencias de muchos sobre lo que estaba pasando en Sudamérica.

Los autores de ésta obra me son especialmente queridos; Olga Manzano y Manuel Picón, éste último ya fallecido, con la inestimable ayuda y voces del trío Alpataco, formado por David Kullock, Ricardo Steinberg y Lidia Tolaba. Y un solista, Víctor Velázquez, cuya voz conmueve hasta lo más hondo.
Es una larga primera parte de más de 8 minutos de duración. Tardará un poco en cargarse, pero vais a escuchar los versos de Neruda y eso es un buen aliciente. Por no hablar de la música, más que interesante; buenísima.

Y empieza la historia:


Esta es la larga historia de un hombre encendido; natural, valeroso; su memoria es un hacha de guerra. Es tiempo de abrir el reposo, el sepulcro del claro bandido, y romper el olvido oxidado que ahora lo entierra.

La sangre caída
le puso en las manos un rayo violento,
tal vez aquel hombre
no halló su camino, perdido en el viento.
Honorable bandido
Joaquin Murieta,
venganza de hierro
de llama y piedra...

Aquí, entre perales y tejas y lluvia, brillaban las uvas chilenas y, como una copa de plata que llena la noche sombría de pálido vino, la luna de Chile crecía entre boldos, maitenes, albahaca y rocío.
Entonces nacía a la luz del planeta un infante moreno y en la sombra serena ese rayo que nace se llama Murieta. Es un niño chileno color de aceituna y sus ojos ignoran el llanto.
Creciendo a la sombra de sauces flexibles nadaba en los ríos, ardía en el brío, educaba los brazos, el alma, los ojos, y se oían cantar las espuelas cuando desde el fondo del otoño rojo bajaba al galope en su yegua de estaño.

Venía de la cordillera de piedras hirsutas
de cerros huraños,
de viento inhumano.
Traía en las manos
el golpe aledaño del río que hostiga
y divide la nieve.
Y lo traspasaba ese libre albedrío,
la virtud salvaje
que toca la frente
y sella con ira, limpieza y orgullo
las graves cabezas de los indomables.
¿Qué guarda el destino
en actas de fuego,
de fuego y pureza?
Así el elegido no sabe que debe
morir en la empresa,
matar y morir,
morir en la empresa
matar y morir
morir en la empresa,
matar y morir
morir en la empresa.
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La segunda parte, comienza así:
Mi patria le dio las medallas del campo bravío, de la pampa ardiente, parece que hubiera forjado con frío y con brasa, para una batalla, su cuerpo de arado. Y es un desafío su voz y sus manos son dos amenazas.
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Aquí, un enlace interesante sobre Murieta:

29 mayo 2007

Horacio Quiroga

Decálogo del perfecto cuentista
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I.- Cree en el maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov - como en Dios mismo.

II.- Cree que tu arte es una cima inaccesible. No sueñes en dominarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tu mismo.

III.- Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que cualquier otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.

IV.- Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con lo que lo desees. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

V.- No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adonde vas. En un cuento bien logrado las tres primeras líneas tienen casi la misma importancia que las tres ultimas.

VI.- Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "desde el río soplaba un viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de las palabras no te preocupes de observar si son consonantes o asonantes.

VII.- No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él, solo, tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

VIII.- Toma los personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta aunque no lo sea.

IX.- No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal como fue, has llegado en arte a la mitad del camino.
.
X.- No pienses en los amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si el relato no tuviera interés mas que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento.
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¡Perdón, perdón...! Si, sí, Frac: Los decálogos son como los mandamientos; vienen de a diez. :DDD
Y es verdad que el último es importante, porque frena, o desboca mucho el pensar lo que vamos a descubrir o a ocultar por sí éste o aquel, llegan a leer lo que escribimos. A mi me coarta algunas veces :(
Bueno, ahora ya están completitos. Gracias, reina de las mates :)

27 mayo 2007

Anthony Burgess

La naranja mecánica
78
Capítulo I (fragmento)
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-¿Y ahora qué pasa, eh?
Estábamos yo, Alex, y mis tres drugos, Pete, Georgie y el Lerdo, que realmente es lerdo, sentados en el bar lácteo Korova, exprimiéndonos los rasudoques y decidiendo qué podríamos hacer esa noche, en un invierno oscuro, helado y bastardo aunque seco. El bar lácteo Korova, un mesto donde servían leche-plus, y quizá ustedes, oh hermanos míos, han olvidado cómo eran esos mestos, pues las cosas cambian tan scorro en estos días, y todos olvidan tan rápido, aparte de que tampoco se leen mucho los diarios. Bueno, allí vendían leche con algo más. No tenían permiso para vender alcohol, pero en ese tiempo no había ninguna ley que prohibiese las nuevas vesches que acostumbraban a meter en el viejo moloco, de modo que se podía pitearlo con velocet o synthemesco o drencrom o una o dos vesches más que te daban unos buenos, tranquilos y joroschós quince minutos admirando a Bogo y el Coro Celestial de Ángeles y Santos en el zapato izquierdo, mientras las luces te estallaban en el mosco. O podías pitear leche con cuchillos como decíamos, que te avivaba y preparaba para una piojosa una-menos-veinte, y eso era lo que estábamos piteando la noche que empieza mi historia.
Teníamos los bolsillos llenos de dengo, de modo que no había verdadera necesidad de crastar un poco más, de tolcochar a algún anciano chevoleco en un callejón, y videarlo nadando en sangre mientras contábamos el botín y lo dividíamos por cuatro, ni de hacernos los ultraviolentos con alguna ptitsa tembleque, starria y canosa en una tienda, y salir smecando con las tripas de la caja.
Pero como se dice, el dinero no es todo en la vida.
Los cuatro estábamos vestidos a la última moda, que en esos tiempos era un par de pantalones de malla negra muy ajustada, y el viejo molde de la jalea, como le decíamos entonces, bien apretado a la entrepierna, bajo la nalga, cosa de protegerlo, y además con una especie de dibujo que se le podía videar bastante bien si le daba cierta luz; el mío era una araña, Pete tenía una ruca (es decir, una mano), Georgie una flor muy vistosa y viejo Lerdo una cosa bastante fiera con un litso (quiero decir, una cara) de payaso, porque el Lerdo no tenía mucha idea de las cosas y era sin la más mínima duda el más obtuso de los cuatro. Además llevábamos chaquetas cortas y muy ajustadas a la cintura, sin solapas,con esos hombros muy abultados (les decíamos plechos) que eran una especie de parodia de los verdaderos hombros anchos. Además, hermanos míos, usábamos esas corbatas de un blanco sucio que parecían de puré o cartófilos aplastados, como si les hubieran hecho una especie de dibujo con el tenedor. Llevábamos el pelo no demasiado largo, y calzábamos botas joroschós para patear.
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Comentario personal. No entendí nada de ésta novela cuando la leí por primera vez. Y la culpa no la tenía el argot; eso lo entendí. Lo que no me entraba en la cabeza era la violencia que rezumaba. O mejor explicado; la sinrazón de esa violencia que no tiene final y que ejercen todos contra todos. La película, me deslumbró y, aún medio cegada por el fogonazo de S. Kubrick, volví a leerla. Esta vez todo estaba meridianamente claro.
Enlace. Una mínima explicación de esta obra, si no la conocéis, me llevaría toda una tarde y no llegaría a explicarla como lo hace este enlace de Wikipedia:
Ahí está todo; desde los motivos de Burgess para escribirla, hasta el lenguaje nadsat, que hablan los protagonistas de la novela, también inventado por Burgess y su traducción al español. Aunque ésto último, no me parece necesario.

24 mayo 2007

Julio Cortázar

Vestir una sombra
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Cuento completo
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Lo más difícil es cercarla, conocer su límite allí donde se enlaza con la penumbra al borde de sí misma. Escogerla entre tantas otras, apartarla de la luz que toda sombra respira sigilosa, peligrosamente. Empezar entonces a vestirla como distraído, sin moverse demasiado, sin asustarla o disolverla: operación inicial donde la nada se agazapa en cada gesto. La ropa interior, el transparente corpiño, las medias que dibujan un ascenso sedoso hacia los muslos. Todo lo consentirá en su momentánea ignorancia, como si todavía creyera estar jugando con otra sombra, pero bruscamente se inquietará cuando la falda ciña su cintura y sienta los dedos que abotonan la blusa entre los senos, rozando la garganta que se alza hasta perderse en un oscuro surtidor.
Rechazará el gesto de coronarla con la peluca de flotante pelo rubio (¡ese halo tembloroso rodeando un rostro inexistente!) y habrá que apresurarse a dibujar la boca con la brasa del cigarrillo, deslizar sortijas y pulseras para darle a esas manos con que resistirá inciertamente mientras los labios apenas nacidos murmuran el plañido inmemorial de quien despierta al mundo.
Faltarán los ojos que han de brotar de las lágrimas, la sombra por sí misma completándose para mejor luchar, para negarse. Inútilmente conmovedora cuando el mismo impulso que la vistió, la misma sed de verla asomar perfecta del confuso espacio, la envuelva en su juncal de caricias, comience a desnudarla, a descubrir por primera vez su forma que vanamente busca cobijarse tras manos y súplicas, cediendo lentamente a la caída entre un brillar de anillos que rasgan en el aire sus luciérnagas húmedas.
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Comentario personal. Este brevísimo relato de Cortázar, creo que poco conocido, se encuentra incluído en su libro "El último round" En éste volumen es también donde se recogen los poemas que escribió tomando como referencia las frases escritas por los estudiantes en París en mayo del 68 (el mayo francés)
Es un libro de "recortes" se podría decir, donde hay algunos cuentos al estilo de sus famosas "Instrucciones para..." que son delirantes y deliciosos a un tiempo. Cómo casi siempre resulta ser Cortázar.

21 mayo 2007

Alvaro Mutis

CIUDAD

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Un llanto,
un llanto de mujer
interminable,
sosegado,
casi tranquilo.
En la noche, un llanto de mujer me ha despertado.
Primero un ruido de cerradura,
después unos pies que vacilan
y luego, de pronto, el llanto.
Suspiros intermitentes
como caídas de un agua interior,
densa,
imperiosa,
inagotable,
como esclusa que acumula y libera sus aguas
o como hélice secreta
que detiene y reanuda su trabajo
trasegando el blanco tiempo de la noche.

*

Toda la ciudad se ha ido llenando de este llanto,
hasta los solares donde se amontonan las basuras,
bajo las cúpulas de los hospitales,
sobre las terrazas del verano,
en las discretas celdas de la prostitución,
en los papeles que se deslizan por solitarias avenidas,
con el tibio vaho de ciertas cocinas militares,
en las medallas que reposan en joyeros de teca,
un llanto de mujer que ha llorado largamente
en el cuarto vecino,
por todos los que cavan su tumba en el sueño,
por los que vigilan la mina del tiempo,
por mí que lo escucho
sin conocer otra cosa
que su frágil rodar por la intemperie
persiguiendo las calladas arenas del alba.


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Comentario personal. Este poema de Mutis es mi favorito de entre los suyos. No sé si es el mejor, ni me importa. De repente, "eres" esa mujer que llora con un dolor profundo. Con un dolor acumulado a lo largo de toda una vida en que tuvo que tragarse las lágrimas. Y ahora, en esta noche, en éste momento, por fin, puede dejar caer el torrente de su llanto, porque está sola y tiene tiempo para abandonarse. Nadie vendrá a preguntarle; nadie la necesita en este momento. Y ella llora y descansa.

El Autor. Colombiano, nacido en 1923, de vida azarosa pero con una dedicación continuada a la literatura, ha publicado una extensa obra y ha sido traducido a multitud de idiomas. La relación de los premios que ha merecido es larga, así que solo recordaré aquí el Premio Cervantes, que le fue otorgado en 2002.

13 mayo 2007

Umberto Eco

La misteriosa llama de la Reina Loana
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El més más cruel
(frag. Capítulo I)
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-¿Y usted cómo se llama?
-Espere, lo tengo en la punta de la lengua.
Todo empezó así.
Era como si me hubiera despertado de un largo sueño, pero yo seguía suspendido en un gris lechoso. O a lo mejor no estaba despierto y estaba soñando. Era un sueño extraño, sin imágenes, poblado de sonidos. Como si no viera y tan sólo oyera voces que me contaban qué era lo que tenía que ver. Y me contaban que todavía no veía nada, salvo humo a lo largo de los canales, donde el paisaje se disolvía. Canales: Brujas, me dije, estaba en Brujas, ¿había estado yo alguna vez en Brujas la muerta? ¿Dónde la niebla flúctua entre las torres como el incienso conque sueña? Una ciudad gris, triste como una tumba con crisantemos, donde la bruma pende desflecada de las fachadas como un tapiz...
Mi alma limpiaba los cristales del tranvía para anegarse en la niebla móvil de las farolas, niebla, mi incontaminada hermana...
Una niebla espesa, opaca, que envolvía los ruidos, y hacía surgir fantasmas sin forma... Al final llegaba a un inmenso abismo y veía una figura altísima, amortajada, en su cara la perfecta blancura de la nieve. Mi nombre es Arturo Gordon Pym.
Mascaba la niebla. Los fantasmas pasaban, me rozaban, se disolvían. Las bombillas lejanas como los fuegos fatuos de un cementerio...
Alguien camina a mi lado sin ruido, como si estuviese descalzo, camina sin tacones, sin zapatos, sin sandalias, un jirón de niebla me roza la mejilla, un tropel de borrachos aúlla, allá, en el fondo del transbordador. ¿El transbordador? No lo digo yo, son las voces.
La niebla llega con sus pequeñas patas de gato... Había una niebla que parecía que hubieran quitado el mundo.
Aún así, de vez en cuando era como si abriera los ojos y viera relámpagos. Oía voces:
-No está en coma profundo, señora... No, no piense en el electroencefalograma plano, por lo que más quiera... Tiene reactividad...
Alguien me proyectaba una luz en los ojos, pero después de la luz, todo seguía oscuro. Noto el pinchazo de un alfiler en alguna parte.
-Lo ve, hay motilidad...
Maigret queda sumido en una bruma tan densa que ni sabe dónde pone los pies... La niebla está llena de formas humanas y cada vez se llena más, más intensamente se agita con una vida misteriosa.
¿Maigret? Elemental, querido Watson, son diez negritos, precisamente en la niebla desaparece el sabueso de los Baskerville.
.....
Otras voces, éstas desde dentro: largos quejidos de locomotora, curas, borrosos en la niebla, que van en fila a San Michele in Bosco.
El cielo es de ceniza. Niebla río arriba, niebla río abajo, niebla que muerde las manos de las gentes que pasan por los puentes de la isla de los Perros y miran un ínfimo cielo bajo la niebla, todas rodeadas de niebla, como si estuvieran metidas en un globo, colgadas en la niebla parda, tantas, tantos; no creí que la muerte hubiera deshecho a tantos. Olor a estación y hollín.
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Éste es el libro al que se refería el post en que os preguntaba cuánto había que leer para leer. Ya habréis identificado, entre las frases en cursiva, a una buena cantidad de autores y personajes. Y sólo son dos páginas del primer capítulo en el que hay continuas referencias de este tipo.
No os cuento el argumento; sólo os sitúo un poco. El protagonista sufre una pérdida selectiva de memoria. No sabe quién es, no reconoce a su familia, ni tampoco sabe quién escribió o dijo las frases que se le acercan como relámpagos. Pero es lo único que recuerda y a partir de ahí, iniciará una búsqueda exhaustiva en el papel impreso, empezando por la casa donde vivió de niño, para reencontrarse y "reconocerse".
Acompañarle a través de ese reconocimiento de sí mismo, me resultaría más emocionante si fuera italiana, porque hay muchísimas referencias e imágenes de tebeos de la época fascista, pero eso no detiene el interés de la lectura. Y en muchos casos, su recuperación memorística, es también la mía.

11 mayo 2007

Ángeles de Irisarri

Las Damas del Fin del Mundo
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(frag. Cap. I)
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Doña Uzea, señora de Finisterre o del Fin del Mundo, como la llamaban en la tierra de Galicia, y aún en Astorga, León y Carrión, andaba trastornada. Llevaba el día en un llanto, en un hipo, en un quejido. Tras vagar por la torre del faro y por el castillo todo, tras negarse a hablar con los hombres y mujeres que fueron suyos, pues los había comprado como esclavos, aunque los manumitiera la pasada Navidad para que hoy la abandonaran, subió a la torre alta, a la de la mar de dentro, para ver cómo la dejaban sus gentes, sus criadas y sus hombres de confianza: el caballerizo, el leñador, el porquero, sus doncellas, la cocinera... todos. Para ver cómo se alejaba la comitiva camino de Corcubión, del interior, a galope, y sin volver la vista atrás.
Diríase que aquella gente huía. Y sí, huía aterrorizada de un pequeño sol o luna que, después de revolotear lo indecible, de hacer piruetas y cabriolas durante un largo y terrorífico mes de octubre, se había quedado fijo en el cielo del cabo de Finisterre, encima del castillo, en vertical. Fijo, sin precipitarse desde la altura, sin cansarse, sin bajar a tomar tierra, sin ser un ave ni una piedra -pues que hubiera caído al suelo-, y brillando, brillando siempre, ya fuera día, ya fuera noche oscura, siendo cosa del diablo, tal vez, o cuando menos de otro mundo.
Y naturalmente que toda la servidumbre de la dama del Fin del Mundo escapaba. Se ausentaba a la carrera, se alejaba de aquel ser o cosa resplandeciente, pues bastante dura era la vida en aquellas tierras despobladas, sujetas al azote del frío, del viento y de la mar, como para vivir bajo el influjo de un monstruo o bicho maldito que producía a la población adulta vómitos y calenturas, y a los niños mal de aire. En vano habían intentado convencer a la señora de que se fuera con ellos a las heredades de Dumbría o de Buxantes o incluso a la casa de Lugo, en vano, pese a que adujeron muy buenas razones.
Argumentaron que ya había sido necedad que doña Uzea dejara la corte de su padre el rey Bermudo, el segundo, y que cambiara las pompas y vanidades del mundo por la tierra yerma de Finisterre, porque morar en aquellos lugares era como vivir fuera del siglo. Se había ido doña Uzea, tan niña ella, cuando el señor rey entregó a doña Teresa, su otra hija, al hachib de Córdoba como esposa, que era lo mismo que como concubina, pues tenía muchas.
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Comentario personal. Me encantó este libro "encantado" por su estructura y sus fantásticos personajes tragicómicos, que transcurre en el año 1016 y en la tierra más mágica de España. Todo es posible e imposible a un tiempo; todo sucede, o tal vez no sucede, o sucede con tanta intensidad que parece imposible que suceda :)
Contraportada. Cuando el rey Bermudo entregue a su hija Teresa a Almanzor como esposa, doña Uzea, su hermana, no sólo le avergonzará con una contundente frase de protesta: "Más valdría que los hombres solucionaran sus problemas hablando o callando a tiempo que mercadeando con sus mujeres", sino que decidirá abandonar la corte de León y partir hacia Finisterre.
... en octubre de 1016, un extraño acontecimiento... un pequeño sol o luna se ha quedado fijo en el cielo... parece cosa del diablo, pero cuando el astro se estrelle contra el suelo, no llegará el Apocalipsis sino que algunas de las criaturas más peculiares que jamás hayan pisado la faz de la tierra, empezarán a llamar a su puerta.
La autora. Nació en Zaragoza en 1947. Licenciada en Filosofía y Letras, su primera novela fue "Toda, reina de Navarra", publicada en 1991. Al reeditarse cambiaría el título a "El viaje de una reina".
También ha publicado "Ermessenda, condesa de Barcelona", "El estrellero de San Juan de la Peña", "La reina Urraca", "Historias de brujas medievales" y varias obras más. Ha recibido el Premio Lumen, el Baltasar Gracián y algunos otros. "Las Damas del Fin del Mundo" se publicó en 1999.

01 mayo 2007

Karl Jaspers

La Verdad
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(frag. de conferencia. 1937)
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Verdad... Esta palabra tiene un encanto incomparable. Parece prometer lo que verdaderamente nos llega con ella. La infracción de la verdad envenena todo lo que se haya podido ganar mediante tal infracción.
La verdad puede provocar dolor, puede llevarnos a la desesperación. Pero puede satisfacernos profundamente -sólo mediante el ser verdad, independientemente de su contenido-, pues la verdad existe.
La verdad alienta; una vez que se ha comprendido, surge el impulso de seguirla irresistiblemente.
La verdad sostiene: existe en ella una indestructibilidad que la une al ser.
Pero qué sea la verdad que nos atrae tan fuertemente -no una verdad determinada, sino la verdad como tal-, esta es la cuestión.
La verdad existe -así pensamos, como si ello fuera evidente-. Oímos y expresamos verdades sobre cosas, acontecimientos y realidades que para nosotros están fuera de duda. Incluso confiamos en que la verdad se impondrá en el mundo.
Sin embargo, quedamos sorprendidos: difícilmente se observa una segura presencia de lo verdadero.
Las expresiones corrientes, por ejemplo, son, en su mayor parte, expresiones de la necesidad de un punto de apoyo; se prefiere mucho más una opinión fija, que nos libere de ulteriores pensamientos, que el peligro y la fatiga de un incesante y continuo pensar. Lo que se dice, además, es impreciso en su claridad aparente, y constituye, ante todo, la expresión de encubiertos intereses del existente. En la vida pública se confía tan poco en lo verdadero entre los hombres que, a veces, es preciso recurrir a un abogado para hacer prevalecer una verdad.
La pretensión de poseer la verdad se convierte también en un medio de lucha para que prevalezca lo falso. Los casos favorables de la verdad, y no el ser-verdad como tal, son los que parecen decisivos. Y al fin surge algo inopinado que la hace sucumbir.
Todos estos ejemplos de verdad deficiente, en el campo sociológico y psicológico, no requieren referencia alguna al ser-verdad en cuanto tal el ser verdad es válido en sí mismo y está separado de su realización. Sin embargo, la existencia de un ser-verdad en sí también puede llegar a ser dudosa. La experiencia de la imposibilidad de un acuerdo sobre lo verdadero -a pesar de todo deseo de claridad explícito y de toda abierta disposición-, especialmente allí donde el contenido de esta verdad es tan esencial para nosotros que todo parece basarse en él, porque es el fundamento de nuestra fe, puede convertirse en motivo de duda de la existencia del ser-verdad. Es posible que lo verdadero, debido a su naturaleza, pueda sustraerse a la univocidad y unanimidad de las afirmaciones.
Verdades que dominan en la vida, y de las que muchos no pueden dudar, resultan falsas para otros. Oímos en nuestro mundo occidental afirmaciones categóricas de origen esencialmente distinto y divergentes las unas de las otras, y el rumor estruendoso de sus explosiones en fenómenos colectivos resuena a través de los siglos.
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Comentario. Bajo el título de "Filosofía de la existencia", Jaspers publicó, en 1938, una serie de conferencias que había impartido durante el año anterior. Martin Heidegger y Karl Jaspers, están considerados las figuras centrales del existencialismo alemán que tiene su contrapartida francesa en Gabriel Marcel y Jean Paul Sartre. Pero la comparación entre los pensamientos existencialistas de los dos países no gustaba a Jaspers y afirmó, en una edición revisada del libro citado, en 1956, que "las cosas más heterogéneas se ven como idénticas" en virtud de la simplificación a que se había visto abocada la expresión "filosofía de la existencia".
El autor. Karl Theodor Jaspers, nació en 1883. Médico psiquiatra, publicó su "Psicopatología general" en 1913, pero poco a poco va decantando su interés hacia la filosofía. Casado con una judía, en 1933 se ve apartado de los puestos de dirección de la Universidad de Heidelberg, aunque se le permite seguir enseñando. En 1946, publica "¿Es Alemania culpable?" , donde expone la necesidad de que el pueblo alemán reconozca la parte de su culpa en los horrores de la II G. Mundial y en 1966, critica, en otra obra, la tendencia oligárquica de los grandes partidos políticos alemanes. Esta actitud suya le enemista con la clase política alemana y decide adoptar la nacionalidad suiza. Se instala en Basilea, y allí residirá hasta su muerte en 1969. No hace falta decir, que su obra es mucho mayor y mucho más compleja que la aquí reseñada y que, en lo personal, fue un hombre valeroso que no ocultó su sentido de la Verdad y que, por ello, pagó un alto precio.