Las palabras perdidas
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En "Compactos Anagrama" fragmento de la pág. 183 y siguientes.
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-Silencio en la sala - dijo el Gordo -. Escuchemos a la Una.
Un chaparrón de carcajadas cayó sobre la muchacha y el Rojo se dijo que el Gordo había acertado. Aquella mujer era tan flaca y parecía tan sola como la una. Su pelo negro y lacio y sus ojos grandes asustados eran atractivos, pero tenía la nariz demasiado larga, el pecho plano, las caderas estrechas y las nalgas esmirriadas. Las hojas le temblaban en las manos sudorosas, y él se dijo que si había insistido en llamar la atención y en martirizar la poesía, que se jodiera, ya que no tenía siquiera el atenuante de ser una buena hembra.
Sin embargo, tenía buena voz. En el tono algo ronco de quien ha fumado o llorado mucho prometió un poema que gustaría sin duda a los machos allí presentes: "Me confieso culpable ante los hombres". La perspectiva de aquella insólita confesión pública generó el milagro del interés y del silencio. Y Una leyó.
"Si hemos de darle crédito a la Biblia,
yo, Eva,
soy responsable única de todas las desgracias,
por haberle brindado al pobre Adán
la agridulce manzana que llevo entre las piernas.
Si hemos de darles crédito a las crónicas,
yo, la Malinche,
soy la culpable cierta del fin de nuestro imperio,
por haberle entregado al invasor
el puñal carmesí que sufro entre los labios.
Si hemos de darle crédito a la Historia,
yo, Carlota Corday,
asesiné a Marat en la bañera, desatando el Terror;
yo, la Eserista,
disparé contra Lenin la bala envenenada
que abrió el camino a Stalin.
Si hemos de darle crédito al teatro,
Macbeth no era otra cosa que un buen tipo
a quien yo, Lady Mal,
encariñé con el sabor helado de la sangre.
Si hemos de darle crédito a los clásicos,
soy Dulcinea,
me la pasé bobeando en el Toboso
mientras mi macho se jugaba el corazón.
Si hemos de darle crédito a la ópera,
no soy otra que Carmen, la gitana,
la que condujo a Don José hasta el crimen
después de haberlo coronado como a un alce,
como a un pobre animal de la floresta.
Si hemos de darle crédito a los mitos,
yo soy Sikán, la que contó el secreto,
la que atrajo la muerte hacia los suyos,
a la que un dulce tribunal mandó cortar la lengua.
Si hemos de darle crédito a los tangos,
soy ese Cachivache que suicidió a su hombre,
esa Maleva a la que vieron sola, fané, descangayada,
borracha de alegría en el entierro.
Si hemos de darle crédito a la rumba,
yo soy la Gran Bandolera,
sobre mi tumba hay un ramo de abrojos
y un mandamiento que prohíbe el llanto.
Exijo que lo cumplan al dedillo.
Si hemos de darles crédito a los hombres
nunca debí, mujer, haber nacido"
Una terminó con cierta altanería y se sentó en silencio. El Rojo echó de menos los aplausos que sin embargo no se atrevía a iniciar.
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Contraportada. Las aventuras terribles e hilarantes de cuatro amigos mientras intentan publicar una revista literaria independiente en La Habana. Una novela sobre la imposibilidad de realizar las ilusiones juveniles, una meditación sobre el destino de la revolución cubana y un libro sobre el amor a los libros. Y esta obra, heredera de la de la rica tradición literaria cubana cuyas figuras - Lezama Lima, Carpentier, Guillén, Diego, Piñera - aparecen amorosa e irónicamente evocadas, es una fiesta del humor y la inteligencia y un homenaje a las palabras nunca totalmente perdidas.