15 diciembre 2006

Joseph Joffo

Un saco de canicas
*
Capítulo I (fragmento)
*
La canica gira entre mis dedos en el fondo del bolsillo. Es mi preferida, nunca me separo de ella. Y lo bueno es que es la más fea de todas, no se parece en nada a las de ágata, o a las grandes canicas metálicas que suelo mirar en el escaparate de la tienda del tío Rubén, en la esquina de la calle Ramey; es una canica de barro, con el barniz medio saltado. Por eso tiene asperezas en la superficie, y dibujos, parece el planisferio de la clase en pequeño.
Me gusta mucho, es bonito tener la Tierra en el bolsillo, las montañas, los mares, todo bien guardado.
Soy un gigante y llevo encima todos los planetas.
-Bueno, ¿tiras o qué?
Maurice está esperando, sentado en la acera frente a la charcutería. Siempre lleva los calcetines flojos, papá le llama el acordeonista.
Entre las piernas tiene las cuatro canicas en un montoncito: tres formando un triángulo y otra encima.
La abuela Epstein nos está mirando desde el umbral de la puerta. Es una anciana búlgara amojamada, y encogida más de la cuenta. Por extraño que parezca, ha conservado el color cobrizo que da al rostro el viento de las grandes estepas, y ahí, en el hueco de la puerta, sentada en su silla de anea, es un pedazo viviente de aquel mundo balcánico que el cielo gris de la puerta de Clignancourt no logra empañar.
Está ahí todos los días y sonríe a los niños que vuelven del colegio.
Cuentan que huyó a pie a través de Europa, de pogrom en pogrom, hasta que vino a parar a este rincón del distrito XVIII, en el que se encontró con otros fugitivos del Este: rusos, rumanos, checos, compañeros de Trotsky, intelectuales, artesanos. Lleva aquí ya más de veinte años, y los recuerdos sí han debido empañarse, aunque el color de la frente y las mejillas no haya cambiado.
Se ríe al verme vacilante. Estruja con las manos la sarga gastada de su delantal, tan negro como el mío; era el tiempo en que todos los colegiales iban vestidos de negro. Una infancia de luto riguroso, en 1941 resultaba premonitorio.
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Joffo, ha escrito otros libros, en una linea similar a éste, pero aquí no han alcanzado la misma popularidad de ésta novela que, inmediatamente después de su publicación fue traducida a varios idiomas. Los recuerdos, las aventuras y desventuras de un niño judío en la Francia ocupada; sus amigos, la rodela amarilla en la solapa, su mundo que se desmorona, y sus canicas...
No empezó a escribir hasta que en los años 70, un accidente de esquí le obligó a una inmovilidad larga (no sé si permanente) y aunque muchos lo catalogan como escritor para niños y jóvenes, no se aleja mucho, en este libro al menos, de Imre Kertesz, en su magistral "Sin destino"

4 comentarios:

fractal dijo...

Otro descubrimiento!!!

"Me gusta mucho, es bonito tener la Tierra en el bolsillo, las montañas, los mares, todo bien guardado. Soy un gigante y llevo encima todos los planetas"

Que buena!!! Es de esas imágenes que cuando las leo pienso: cuanto me gustaría que se me hubiera ocurrido a mí!!!!

Tomo nota.

Elena Casero dijo...

Me cuelo entre las líneas.
Me ha gustado mucho. La escena de la canica es francamente buena.

No había leído nada de Joffo, me doy cuenta de que no llego a todo.

Por eso, gracias por traerlo aquí.

Trenzas dijo...

Liter-3; ¡pensar que Joffo no habría escrito si no hubiera sido por ese accidente..!
Una frase así de afortunada siempre provoca un poco de envidia. O un mucho :D
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Escriptorum54; las puertas están de par en par y eres muy bienvenida, ya lo sabes :)
Nadie llega a todo, por eso es tan bueno compartir, para añadir.
Abrazos y cariños a las dos.

fractal dijo...

Tantas vidas de artistas vienen marcadas por un problema de salud! No me extraña. Los acontecimientos vitales son un metrónomo; las personas seguimos su compás y el hecho creativo me temo que también.
Sí, algunas frases son auténticas filosofadas!!

Xé Elèna, has visto que bonitos y bien cuidados están los geranios de Trenzas!!!??

Buen fin de semana!