09 diciembre 2006

Anaïs Nin

Diarios. Volumen VI. 1955-1966
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Miré unas espantosas máscaras del Perú y me puse a pensar. Estaban hechas para asustar al enemigo. En nosotros, en algunos de nosotros, la máscara que llevamos como defensa también es fea. Yo he visto cambios en los rostros de algunos amigos. La boca se vuelve más delgada, los surcos de la ansiedad más profundos, los ojos más velados, la sonrisa forzada.. Unos adquieren una severidad que no poseían, otros altanería, otros arrogancia. Me entristece. Me pregunto cómo podemos crecer sin estas máscaras.
¿Ocurre lo mismo con el escribir? ¿Lleva también eso una máscara? Jim escribe las mejores cosas en la oscuridad y el secreto. Lo que ofrecemos al mundo es diferente.
La neurosis es una "posesión". Te posee un demonio de autodestrucción. Eres compulsiva. Destruyes. No es tu voz, tu cuerpo, tu verdadero ser. Un demonio habita tu cuerpo. Es el espíritu del pasado. Son tus seres pasados superpuestos en tu presente, empañándolo, ahogándolo.
Una Anaïs de quince años ve a su madre trabajando tanto, el trabajo se va acumulando deprisa y las deudas aún más deprisa. Aturdida por la contabilidad, sintiéndose inútil. Más adelante, trabajando para satisfacer necesidades inmediatas, el pequeño sueldo de una modelo para mantener a cuatro personas.
No me importaba trabajar todo el día para una tienda de modas, y por la noche para pintores e ilustradores; y no me importaba saltarme la comida para poder escribir mi Diario, ni llegar tarde a casa en el último tren. Pero una noche cuando llegué, mi madre me dijo que había firmado un contrato para que nos construyeran un pórtico: seiscientos dólares. Mi sueldo jamás lo cubriría. Y además era un lujo superfluo. No teníamos siquiera una buena caldera para la calefacción. Tardaba horas en calentarse y yo me pasaba el invierno rompiendo cajas de embalaje, de esas que se utilizan para las naranjas, a fin de caldear la casa. Mi madre no veía la irracionalidad del acto. Yo la sacudí, y el sentimiento de culpa por haberla agarrado por los hombros y haberla sacudido y haberle dicho: "Mamá, ¿es que no lo ves? ¿Es que no ves que esto es un disparate?", ha pesado sobre mí toda la vida.

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