17 junio 2007

Haruki Murakami

Al sur de la frontera, al oeste del Sol
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Parte I
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Nací el 4 de enero de 1951. Es decir: la primera semana del primer mes del primer año de la segunda mitad del siglo XX. Algo, si se quiere, digno de ser conmemorado. Ésta fue la razón por la que decidieron llamarme Hajime («Principio»). Pero, aparte de eso, nada de memorable hubo en mi nacimiento. Mi padre trabajaba en una importante compañía de valores, mi madre era un ama de casa corriente. Durante la guerra, a mi padre lo reclutaron en una leva de estudiantes y lo enviaron a Singapur, donde, tras la rendición, permaneció un tiempo internado en un campo de prisioneros. La casa de mi madre fue bombardeada por los B-29 y ardió hasta los cimientos el último año de la guerra. Ambos pertenecen a una generación marcada por aquella larga contienda.
Sin embargo, en la época en que yo nací, apenas quedaban ya huellas de la guerra. En los alrededores de casa no había ruinas calcinadas, tampoco se veía rastro de las fuerzas de ocupación. Vivíamos en un barrio pequeño y apacible, en una casa que la empresa de mi padre nos había cedido. Era una casa construida antes de la guerra, un poco vieja, tal vez, pero amplia. En el jardín crecían grandes pinos, incluso había un pequeño estanque y una linterna votiva de piedra.
Nuestro barrio era el prototipo perfecto de zona residencial de clase media de las afueras de una gran ciudad. Los compañeros de clase con los que trabé amistad vivían todos en casas relativamente bonitas y pulcras. Dejando de lado las diferencias de tamaño, todas tenían recibidor y jardín, y en el jardín crecían árboles. La mayoría de los padres de mis amigos trabajaba en alguna empresa o ejercía profesiones técnicas. Eran contados los hogares donde la madre trabajara. En casi todas las casas había un perro o un gato. Y en cuanto a personas que vivieran en apartamentos o pisos, yo, en aquella época, no conocía a ninguna. Más adelante me mudaría a un barrio cercano, pero que tenía unas características similares. Así que, hasta que ingresé en la universidad y me fui a Tokio, estuve convencido de que las personas corrientes se anudaban, todas, la corbata; trabajaban, todas, en empresas; vivían, todas, en una casa con jardín; y tenían, todas, un perro o un gato. Respecto a otros tipos de vida, no lograba hacerme, en el mejor de los casos, una imagen real.
La mayoría de las familias tenía dos o tres niños. Ése era el promedio de hijos en el mundo donde crecí. Cuando evoco el rostro de los amigos que tuve en la infancia y la adolescencia, todos sin excepción, como timbrados por un mismo sello, formaban parte de familias de dos o tres hijos. Si no eran dos hermanos, eran tres; si no eran tres, eran dos. Se veían pocos hogares con seis o siete hijos, pero menos aún con uno solo.
Yo no tenía hermanos. Era hijo único. Y por eso sentí durante toda mi niñez algo parecido al complejo de inferioridad. Yo era un ser aparte en aquel mundo, carecía de algo que los demás poseían de la forma más natural.
Durante toda mi infancia odié la expresión «hijo único». Cada vez que la oía, era consciente de que me faltaba algo. Estas palabras parecían un dedo acusador que me apuntaba, señalándome: «Tú eres un ser imperfecto».

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Comentario personal: La confusión entre dos escritores japoneses, apellidados Murakami, fue motivo de una conversación entre mi amiga Frac y yo. Me equivoqué de Murakami :) Hoy os dejo un fragmento del Murakami al que ella se refería y os dejaré otro de aquel al que me refería yo, para que se aprecie claramente la diferencia entre ellos y, llegado el caso, no haya equivocaciones con el autor. La diferencia entre ambos es abismal. Y no discuto la calidad de ninguno de los dos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

este murakami, no se llama hajime, sino haruki

Trenzas dijo...

Cierto: Error de transcripción
:)
Saludos