09 junio 2007

Juan Rulfo

No oyes ladrar a los perros
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Cuento completo
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-Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.
-No se ve nada.
-Ya debemos estar cerca.
-Sí, pero no se oye nada.
-Mira bien.
-No se ve nada.
-Pobre de ti, Ignacio.
La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de arriba abajo, trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo según avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante. La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.
-Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.
-Sí, pero no veo rastro de nada.
-Me estoy cansando.
-Bájame.
El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería sentarse, porque después no hubiera podido levantar el cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le habían ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo había traído desde entonces.
-¿Cómo te sientes?
-Mal.
Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuándo le agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le daba, y porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja. Él apretaba los dientes para no morderse la lengua y cuando acababa aquello le preguntaba:
-¿Te duele mucho?
-Algo -contestaba él.
Primero le había dicho: "Apéame aquí... Déjame aquí... Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me reponga un poco." Se lo había dicho como cincuenta veces. Ahora ni siquiera eso decía. Allí estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía más su sombra sobre la tierra.
-No veo ya por dónde voy —decía él. Pero nadie le contestaba. El otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo.
-¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien. Y el otro se quedaba callado. Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se enderezaba para volver a tropezar de nuevo.
-Este no es ningún camino. Nos dijeron que detrás del cerro estaba Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido que nos diga que está cerca. ¿Por qué no quieres decirme qué ves, tú que vas allá arriba, Ignacio?
-Bájame, padre.
-¿Te sientes mal?
-Sí
-Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean. Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse.
-Te llevaré a Tonaya.
-Bájame. Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:
-Quiero acostarme un rato.
-Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado. La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo.
-Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras mortificaciones, puras vergüenzas. Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a sudar.
-Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal de eso... Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!” Lo dije desde que supe que usted andaba trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente... Y gente buena. Y si no, allí esta mi compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le dio su nombre. A él también le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije: “Ese no puede ser mi hijo.”
-Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde allá arriba, porque yo me siento sordo.
-No veo nada.
-Peor para ti, Ignacio.
-Tengo sed.
-¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los perros. Haz por oír.
-Dame agua.
-Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate. Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo.
-Tengo mucha sed y mucho sueño.
-Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces. Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas. Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si sollozara. Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas.
-¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: “No tenemos a quién darle nuestra lástima”. ¿Pero usted, Ignacio?
Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado. Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros.
-¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.

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Comentario personal. El cuento pertenece a su libro "El Llano en llamas", publicado en 1953. Con éste libro de relatos me inicié en la lectura de Rulfo. Luego vino "Pedro Páramo" y todo lo que de él pude encontrar. Este cuento, en concreto, me emocionó y me sigue emocionando a pesar de haberlo leído muchas veces. Por eso no he podido limitarme a un fragmento :)
El autor. No necesita presentación alguna. No creo que haya ningún buen lector que no se haya topado con Rulfo y que no aprecie su trabajo. Saludado por Borges, Mutis y García Márquez, entre otros, como el mejor escritor de su generación, fue también un excelente fotógrafo.

19 comentarios:

Anónimo dijo...

Juan Rulfo es para leerlo con tranquilidad, empapándose de cada palabra y cada situación y cda pesonaje trazado con el fino hilo de la maestría.

Trenzas dijo...

Vuelo: Es imposible discutir tu comentario :)
Esta línea de Rulfo de la no descripción directa del personaje, es muchísimo más efectiva que las prolijas que hemos de leer en otros escritores.
Aunque, desde luego, todo tendrá que verse en su contexto. Algunos personajes requerirán ser descritos al detalle, pero a mí me gusta esta forma, que también es, en gran medida la de Cortázar y que Quiroga abona cuando dice: "no te distraigas viendo tú lo que ellos (los personajes) no pueden o no les interesa ver"
La escena está ahí, y de la situación propuesta, de las palabras que se cruzan, del paisaje que ven, todo se deduce y se resuelve.
Un abrazo, Vuelo

Elena Casero dijo...

Después de lo dicho, poco me queda por añadir, excepto que disfruté leyendo.

¡qué envidia!

Trenzas dijo...

Escriptorum54: Y yo me alegro de que disfrutaras. :)
Ya lo creo que da envidia, pero las cosas son así. Rulfo es Rulfo y nosotras no :(
Pero bueno, ¿y que?. Hay sitio para todos bajo el sol.
Abrazos y cariños, amiga

Elena Casero dijo...

By the way de por cierto.

¿Te he preguntado si has escuchado la Serenata para instrumentos de viento de Dvorak?

No tiene nada que ver con Rulfo.

MIB dijo...

Trenzas!! siento haber leído este cuento antes... pero juraría que no lo había hecho... no sé... Es duro... y tiene los elementos justos para darnos a conocer la profundidad de los hechos poquito a poco...

Estrenando diseño nuevo! eh!!
Leer y compartir... la esencia de trenzas y geranios!!

Un beso grande!

Imagine Photographers dijo...

Es muy bueno, despojado de lo innecesario te va mostrando con sencilla crudeza los sentimientos de los personajes y el entorno en que se desarrolla la acción creando un volumen que nos mustra toda una historia sin una palabra de mas.....bueno no se si me explico bien...pero me ha gustado mucho.
Frankye, besos

Trenzas dijo...

Escriptorum54: Sí, pero no he podido recordar ni una nota :(
He estado repasando toda la música de Dvorak que tengo en casa y no está esa Serenata. Si tengo de él, la de cuerdas, la Octava y Novena Sinfonías, las danzas eslavas, el concierto para Violoncelo, etc...
Me pondré manos a la obra, porque tus recomendaciones musicales hay que seguirlas :)
¿Algún pasaje en especial..?
Besos

Trenzas dijo...

UPSSSSSSSS...! ¡AL TRABAJO...! LUEGO VUELVO.

Elena Casero dijo...

Trenzas.

Serenata para diez instrumentos de viento, violonchelo y contrabajo, en re menor, y fue compuesta a comienzos de 1878, siendo estrenada a fines del mismo año en la ciudad de Praga bajo la dirección de su autor. Los instrumentos de viento son dos oboes, dos clarinetes, dos fagots, un contrafagot y tres trompas. Destaca en esta obra el dinamismo y su carácter algo popular. Cuenta con cuatro movimientos. El primero, Moderato quasi marcia, es sencillo y rústico; el segundo es un Minueto y el tercero, Andante con Moto, puede considerarse una serenata de amor. Por último, el cuarto movimiento, Allegro Molto, es alegre y tónico.

Tuve el placer de ver el DVD por los solistas de la Orquesta de Berlín. Dos de los mejores oboístas del mundo (lo que más me interesaba, claro) pero el resto de los componentes no se quedaban a la zaga.

Casi ná¡¡

Un abrazo

Trenzas dijo...

MIB: No importa cuántas veces se lea un texto de ésta calidad. Siempre aporta alguna cosa nueva en la que pensar. Por eso los grandes son grandes.
Pues sí; me daba pereza ponerme a inventar algo para la cabecera, pero mira... :DDD
Un beso, repreciosa..!

Trenzas dijo...

Imagine Frankye: Te expresas estupendamente :)
Es eso que señalas lo que hace a este cuento tan excelente. No es sólo la historia de una situación concreta, sino la historia de varias vidas que el padre va relatando en su casi monólogo, sin que, como dices, haya una palabra de más.
Bienvenido al patio de lectura, amigo.
Un abrazo garnde

Trenzas dijo...

Escriptorum54: ¿Ves..? ¡Es que me tientas, me tientas...! :)
Ya he pasado por la tienda donde suelo comprar la clásica. No estaba disponible :(
Bueno, ya llegará y podré escucharla.
¿Te interesaban los oboístas..? No me lo creo..
:DDD
Lo que comentas del carácter popular en esta Serenata, pues no sé si eso no es una constante en la música eslava. Ahora mismo me estaba acordando de B. Smetana o de B. Bartok y siempre hay algo latente que te invita a pensar en esa música dulce y apasionada de esa parte de Europa. A mi me encanta.
Abrazos y cariños.

Elena Casero dijo...

¡ay! se me ha notado, ¿no?

que conste que también me interesan los trompetistas y los saxofonistas.

fractal dijo...

Muy bueno! Con qué claridad vemos al padre llevar a su hijo, y como quedará registrada esa imagen en nuestro recuerdo. Fantástico.

Un abrazo
(me quedo con Bartok, si puedo elegir...)

Trenzas dijo...

Escriptorum54: No sé cómo decirte esto, pero creo que se te sigue notando muuuuuchoooo...!
:DDD
(Trenzas tronchándose...)

Trenzas dijo...

Frac: Fracquita, que se te echaba de menos, niña.
Vale, pero no te lo quedes todo ni para siempre. A Bartok, me refiero :)
Impresiona el cuento. Impresiona el sacrificio del padre, que dice no perdonar a su hijo, pero que es capaz de los mayores esfuerzos por salvarle la vida. Amor contra razón. Una lucha eterna. Y la queja final, la última decepción.
En fin; como ya he dicho antes, por eso los llamamos Maestros.
Abrazos y cariños, amiga

Elena Casero dijo...

Observo que empezamos a ponernos tontitas .... ja¡¡
Pues si Frac se queda con Bartok.

Yo siempre me quedaré con Prokofiev mientras leemos a Juan Rulfo. Por eso les llamamos Maestros.

Besos, brujas

Trenzas dijo...

Escriptorum54: ¡Mujer, pero si no sido más que un poquitín de ponerse tontitas...!
Y yo, sin cava ni nada; conste.
:DDD
Besotes...!