Parte Primera: EL VIEJO PIRATA
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Cap. 1. Y el viejo marino llegó a la posada del «Almirante Benbow»
Cap. 1. Y el viejo marino llegó a la posada del «Almirante Benbow»
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Lo recuerdo como si fuera ayer, meciéndose como un navío llegó a la puerta de la posada, y tras él arrastraba, en una especie de angarillas, su cofre marino; era un viejo recio, macizo, alto, con el color de bronce viejo que los océanos dejan en la piel; su coleta embreada le caía sobre los hombros de una casaca que había sido azul; tenía las manos agrietadas y llenas de cicatrices, con uñas negras y rotas; y el sablazo que cruzaba su mejilla era como un costurón de siniestra blancura. Lo veo otra vez, mirando la ensenada y masticando un silbido; de pronto empezó a cantar aquella antigua canción marinera que después tan a menudo le escucharía:
«Quince hombres en el cofre del muerto...
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Y una botella de ron!»
con aquella voz cascada, que parecía afinada en las barras del cabrestante. Golpeó en la puerta con un palo, una especie de astil de bichero en que se apoyaba y, cuando acudió mi padre, en un tono sin contemplaciones le pidió que le sirviera un vaso de ron. Cuando se lo trajeron, lo bebió despacio, como hacen los catadores, chascando la lengua, y sin dejar de mirar a su alrededor, hacia los acantilados, y fijándose en la muestra que se balanceaba sobre la puerta de nuestra posada.
-Es una buena rada -dijo entonces-, y una taberna muy bien situada. ¿Viene mucha gente por aquí, eh, compañero? Mi padre le respondió que no; pocos clientes, por desgracia. -Bueno; pues entonces aquí me acomodaré. ¡Eh, tú, compadre! -le gritó al hombre que arrastraba las angarillas-. Atraca aquí y echa una mano para subir el cofre. Voy a hospedarme unos días -continuó -. Soy hombre llano; ron, tocino y huevos es todo lo que quiero, y aquella roca de allá arriba, para ver pasar los barcos. ¿Que cuál es mi nombre? Llamadme capitán. Y, ¡ah!, se me olvidaba, perdona, camarada... -y arrojó tres o cuatro monedas de oro sobre el umbral-. Ya me avisaréis cuando me haya comido ese dinero -dijo con la misma voz con que podía mandar un barco.
Y en verdad, a pesar de su ropa deslucida y sus expresiones indignas, no tenía el aire de un simple marinero, sino la de un piloto o un patrón, acostumbrado a ser obedecido o a castigar. El hombre que había portado las angarillas nos dijo que aquella mañana lo vieron apearse de la diligencia delante del «Royal George» y que allí se había informado de las hosterías abiertas a lo largo de la costa, y supongo que le dieron buenas referencias de la nuestra, sobre todo lo solitario de su emplazamiento, y por eso la había preferido para instalarse. Fue lo que supimos de él.
«Quince hombres en el cofre del muerto...
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Y una botella de ron!»
con aquella voz cascada, que parecía afinada en las barras del cabrestante. Golpeó en la puerta con un palo, una especie de astil de bichero en que se apoyaba y, cuando acudió mi padre, en un tono sin contemplaciones le pidió que le sirviera un vaso de ron. Cuando se lo trajeron, lo bebió despacio, como hacen los catadores, chascando la lengua, y sin dejar de mirar a su alrededor, hacia los acantilados, y fijándose en la muestra que se balanceaba sobre la puerta de nuestra posada.
-Es una buena rada -dijo entonces-, y una taberna muy bien situada. ¿Viene mucha gente por aquí, eh, compañero? Mi padre le respondió que no; pocos clientes, por desgracia. -Bueno; pues entonces aquí me acomodaré. ¡Eh, tú, compadre! -le gritó al hombre que arrastraba las angarillas-. Atraca aquí y echa una mano para subir el cofre. Voy a hospedarme unos días -continuó -. Soy hombre llano; ron, tocino y huevos es todo lo que quiero, y aquella roca de allá arriba, para ver pasar los barcos. ¿Que cuál es mi nombre? Llamadme capitán. Y, ¡ah!, se me olvidaba, perdona, camarada... -y arrojó tres o cuatro monedas de oro sobre el umbral-. Ya me avisaréis cuando me haya comido ese dinero -dijo con la misma voz con que podía mandar un barco.
Y en verdad, a pesar de su ropa deslucida y sus expresiones indignas, no tenía el aire de un simple marinero, sino la de un piloto o un patrón, acostumbrado a ser obedecido o a castigar. El hombre que había portado las angarillas nos dijo que aquella mañana lo vieron apearse de la diligencia delante del «Royal George» y que allí se había informado de las hosterías abiertas a lo largo de la costa, y supongo que le dieron buenas referencias de la nuestra, sobre todo lo solitario de su emplazamiento, y por eso la había preferido para instalarse. Fue lo que supimos de él.
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Comentario personal: Lectura veraniega para niños y mayores que aún conservan el gusto por la aventura, siquiera sea en los libros. Yo leía los libros y mis hermanos jugaban a los piratas. Y a los mosqueteros y a los del séptimo de caballería, con total propiedad. Cada personaje que representaban tenía el nombre exacto que estaba en el libro de que se tratara. Y se disfrazaban la mar de bien.
Lecturas que traspasan el tiempo, y que sólo pueden tildarse de infantiles, cuando se editan en versiones reducidas, cosa que pasa con frecuencia. No debería ser así. Habría que sentarse a leer con los niños y explicarles las palabras que entrañan alguna dificultad. En ésta novela en concreto, los términos marinos y los propios de la navegación. O eso creo yo.
El autor: Robert Louis Stevenson nació en Edimburgo en 1850 y murió en Samoa en 1894. Su precaria salud, no le impidió hacer una gran cantidad de viajes y escribir de forma incansable. Sus novelas de aventuras son un hito en la literatura y se siguen reeditando con regularidad. Varias de ellas han sido también llevadas a la pantalla en sucesivos remakes. Algunas de las más conocidas: El Diablo en la Botella, El Dr. Jekyll y Mr. Hide, El Conde de Ballantree, La Flecha Negra y La Isla del tesoro.
También escribió poemas y ensayos.
4 comentarios:
Es cierto, son lecturas para el verano.
Un editor de libros infantiles me dijo que las aventuras de piratas habían pasado de moda...
Me costó situar correctamente la palabra "moda" en el contexto Literatura para niños. De eso hará ocho años, aproximadamente.
En fin.
¿Los padres o los educadores se sientan a leer libros con sus niños?
Curiosamente, ayer estuve leyendo historias sobre Escocia. Mitología, leyendas...
Será que conservo el gusto por la aventura, tengo "La isla del tesoro" encima de la mesa.
Un abrazo muy fuerte. Espero que no te duela demasiado...
Frac: No sé el criterio que siguen los editores de libros, pero está claro que los productores de películas no son de la misma opinión, ¿no te parece? :)
Te costó porque no se puede hacer. No hay una moda, hay buena o mala literatura, tanto para niños como para mayores. Y en las palabras "buena literatura" está la clave.
Buena idea esa tener una isla con tesoro cerca :)
No sé si lo hacen, pero deberían. Conmigo sí lo hicieron; mi abuela materna y mi padre. Yo iba leyendo y preguntando; ellos escuchaban y contestaban. Hago lo mismo con los pequeños de mi familia siempre que tengo ocasión. Cogemos el libro y lo vamos desgranando poco a poco. Yo me divierto y creo que ellos también, porque siempre andan detrás de mí :)
He leido más leyendas y mitos de Irlanda que de escocia, si exceptuamos las historias de los fantasmas escoceses :)
No, señora, no me ha dolido nada. Al contrario; ¿te quedan más...?
Para ti también; moltes abraçades..!
No; era mi abuela PATERNA. La materna era la que decía que los sesos se me volverían agua si leía tanto :)
Va de abuelas y abuelos...
ok, abuela paterna, en la línea lógica: madre que ama la lectura-hijo que ama la lectura-nieta (o hija) que ama la lectura.
El libro que tengo en la mesa es una versión catalana revisada. Ideal para enamorarse del catalán. Excelente. Editorial Quaderns Crema. Traducido por Joan Sellent Arús, nieto de quien, en su momento, hiciera la primea traducción de "La illa del tresor" a partir del francés; en el prólogo rescata la labor del abuelo por "las soluciones eficaces" ante las dificultades que presenta un texto que es sencillo únicamente en apariencia.
Apa, un parell d'abraçades més...
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