31 marzo 2007

Paloma Díaz-Mas

Como un libro cerrado
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Parábola del sembrador (frag)
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Muchos años antes de que yo leyera los Evangelios, me los contaron.
Es asombroso que algunos de mis colegas, profesores de universidad, sean incapaces de entender cómo funciona la transmisión oral de la literatura, cuando nosotros mismos hemos conocido tantos textos literarios no por haberlos leído, sino por haberlos oído.
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Con las parábolas evangélicas, la narración oral cerraba un círculo: las parábolas fueron, en su origen, cuentecillos o apólogos que sirvieron para ilustrar con ejemplos una predicación exclusivamente oral.
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De las parábolas, la que más me gustaba era la del sembrador: "Salió el sembrador a sembrar. Y sucedió que, según iba sembrando, una parte de la simiente cayó junto al camino, y llegaron los pájaros y se la comieron; y otra parte cayó en el pedregal, donde no tenía mucha tierra, y brotó enseguida, pero cuando salió el sol se quemó y se secó por no tener raíz; y otra cayó en los espinos, pero crecieron los espinos y la ahogaron, y no dio fruto; y otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto que se multiplicaba, y producía un grano treinta, otro sesenta y otro ciento".
Me gustaba no sólo porque eran tan accesible, tan fácil de entender, sino porque vagamente yo comprendía que aquello no sólo explicaba cómo era ese hipotético y abstracto Reino de los Cielos, sino cómo era la vida misma: uno puede hacer lo que sea, pero en definitiva es el azar el que determina cuál será el resultado. Y así la Palabra evangélica iba inculcándonos, sin que lo sintiéramos, un poquito de escepticismo y otro poco de fatalismo.
Uno nunca sabe qué semilla está cayendo en tierra buena. Y si eso es verdad en el mundo en general, es más verdad todavía en la enseñanza. Un niño o un adolescente son un universo imprevisible; y así el profesor puede estar desviviéndose por enseñar y transmitir unas cosas, pero a lo mejor es una frase dicha al desgaire, un detalle que a él le parecía insignificante, una cosa secundaria y trivial, lo que deja en su alumno una huella que dura toda la vida. Si tuviera que echar cuentas de la cantidad de frases triviales y de detalles irrelevantes que han determinado mi vida, no acabaría nunca de contar: son las semillas echadas a voleo que cayeron en tiera fértil; pero otras, que el sembrador se afanó en sembrar con cuidado, aquellas para las que escogió el lugar y el momento y en las que puso su ilusión y su esfuerzo, ésas no germinaron jamás. Por eso es mejor enseñar con fe y con fatalismo: allá va lo mejor que puedo daros; y, de este esfuerzo algo saldrá, aunque sea lo más imprevisible.

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Cuando leí este libro, creí estar leyendo la historia de mi propia infancia y primera adolescencia. No podía creer que alguien supiera más de mi que yo misma, pero así fue. Volví al colegio de su mano y a las lecturas de Historia Sagrada y a los juguetes que mi padre hacía para mi y a la necesidad de hacer, y hacerme, preguntas cuyas respuestas no entendía y provocaban más preguntas.
Es un libro autobiográfico que acaba con dos acontecimientos de esos que marcan la vida de una persona. P. Díaz-Mas tiene 19 años y su primer libro ya está en prensa cuando su padre fallece repentinamente. Así, una alegría inmensa se convierte en un duelo, inmenso también, que le hace acabar este libro con unas palabras aleccionadoras.
"No conviene poner un exceso de ilusiones en un vaso tan frágil como es la vida. La emoción y la pasión, si acaso, están en el momento de escribir"


09 marzo 2007

Alejo Carpentier

Viaje a la semilla
I
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—¿Qué quieres, viejo?...
Varias veces cayó la pregunta de lo alto de los andamios. Pero el viejo no respondía. Andaba de un lugar a otro, fisgoneando, sacándose de la garganta un largo monólogo de frases incomprensibles. Ya habían descendido las tejas, cubriendo los canteros muertos con su mosaico de barro cocido. Arriba, los picos desprendían piedras de mampostería, haciéndolas rodar por canales de madera, con gran revuelo de cales y de yesos. Y por las almenas sucesivas que iban desdentando las murallas aparecían —despojados de su secreto— cielos rasos ovales o cuadrados, cornisas, guirnaldas, dentículos, astrágalos y papeles encolados que colgaban de los testeros como viejas pieles de serpiente en muda. Presenciando la demolición, una Ceres con la nariz rota y el peplo desvaído, veteado de negro el tocado de mieses, se erguía en el traspatio, sobre su fuente de mascarones borrosos. Visitados por el sol en horas de sombra, los peces grises del estanque bostezaban en agua musgosa y tibia, mirando con el ojo redondo aquellos obreros, negros sobre claro de cielo, que iban rebajando la altura secular de la casa. El viejo se había sentado, con el cayado apuntalándole la barba, al pie de la estatua. Miraba el subir y bajar de cubos en que viajaban restos apreciables. Oíanse, en sordina, los rumores de la calle mientras, arriba, las poleas concertaban, sobre ritmos de hierro con piedra, sus gorjeos de aves desagradables y pechugonas.
Dieron las cinco. Las cornisas y entablamentos se desploblaron. Sólo quedaron escaleras de mano, preparando el salto del día siguiente. El aire se hizo más fresco, aligerado de sudores, blasfemias, chirridos de cuerdas, ejes que pedían alcuzas y palmadas en torsos pringosos. Para la casa mondada el crepúsculo llegaba más pronto. Se vestía de sombras en horas en que su ya caída balaustrada superior solía regalar a las fachadas algún relumbre de sol. La Ceres apretaba los labios. Por primera vez las habitaciones dormirían sin persianas, abiertas sobre un paisaje de escombros.
Contrariando sus apetencias, varios capiteles yacían entre las hierbas. Las hojas de acanto descubrían su condición vegetal. Una enredadera aventuró sus tentáculos hacia la voluta jónica, atraída por un aire de familia. Cuando cayó la noche, la casa estaba más cerca de la tierra. Un marco de puerta se erguía aún, en lo alto, con tablas de sombras suspendidas de sus bisagras desorientadas.

II

Entonces el negro viejo, que no se había movido, hizo gestos extraños, volteando su cayado sobre un cementerio de baldosas.
Los cuadrados de mármol, blancos y negros volaron a los pisos, vistiendo la tierra. Las piedras con saltos certeros, fueron a cerrar los boquetes de las murallas. Hojas de nogal claveteadas se encajaron en sus marcos, mientras los tornillos de las charnelas volvían a hundirse en sus hoyos, con rápida rotación. En los canteros muertos, levantadas por el esfuerzo de las flores, las tejas juntaron sus fragmentos, alzando un sonoro torbellino de barro, para caer en lluvia sobre la armadura del techo. La casa creció, traída nuevamente a sus proporciones habituales, pudorosa y vestida. La Ceres fue menos gris. Hubo más peces en la fuente. Y el murmullo del agua llamó begonias olvidadas.
El viejo introdujo una llave en la cerradura de la puerta principal, y comenzó a abrir ventanas. Sus tacones sonaban a hueco. Cuando encendió los velones, un estremecimiento amarillo corrió por el óleo de los retratos de familia, y gentes vestidas de negro murmuraron en todas las galerías, al compás de cucharas movidas en jícaras de chocolate.
Don Marcial, el Marqués de Capellanías, yacía en su lecho de muerte, el pecho acorazado de medallas, escoltado por cuatro cirios con largas barbas de cera derretida.

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A. Carpentier, nació en La habana en 1904 y murió en parís en 1980. "Los Pasos Perdidos" es, quizás, su novela más conocida, pero sus cuentos son obras maestras de la imaginación. En éste "Viaje a la Semilla" la vida reaparece en sentido inverso a su discurrir normal y todo se torna irrecuperable.

José Antonio Marina

Elogio y Refutación del Ingenio
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(fragmento de la página 27 y 28)
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El ingenio es la rebelión de la inteligencia, que quiere dejar de ser seria, para huir de sus multiplicadas servidumbres. Es esclava de la lógica, el sentido común, el principio de realidad. Ha estado sometida al ser, a la verdad, a la belleza y a la bondad, es decir, a los cuatro trascendentales metafísicos. Por eso al sublevarse busca con denuedo la intrascendencia. "Monólogo significa: el mono que habla", dice Gómez de la Serna. Por supuesto que es mentira, ésa es la gracia. "Cuando sentimos un pie frío y otro caliente sospechamos que uno de los dos no es nuestro." El ingenio parece disparatar sensatamente y descubrir un sesgo original del mundo, del que no se puede decir que sea verdadero ni falso, porque pertenece a un nivel ontológico diferente, como veremos al estudiar la metafísica del juguete. Tenía razón Marcuse: jugar con la verdad no es lo mismo que mentir o equivocarse. Es aprovechar el "juego", la holgura que la inteligencia ingeniosa produce en la realidad, como en estos ejemplos: "El que en la ventanilla del telégrafo cuenta las palabras del telegrama parece el representante de la Academia que cuida el estilo y nos pone una multa según las faltas observadas". "No comprenderán nunca las mujeres que, cuando con la cara mojada pedimos una toalla, la pedimos en urgente naufragio." Quedamos con la duda de si hemos leído descripciones ingeniosas de la realidad real o descripciones realistas de una realidad ingeniosa.
En este contraluz pretende afincarse para siempre la inteligencia.

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Con éste libro, saltó a la popularidad J.A.Marina. En 1992, ganó el Premio Anagrama de Ensayo, y desde entonces el éxito le ha acompañado. Personalmente, creo que sus últimas obras están bastante alejadas de la originalidad y la "chispa", por decirlo de algún modo, que tenían sus primeros libros.
Teoría de la Inteligencia Creadora, Ética para Naúfragos, La Selva del Lenguaje y El Misterio de la Voluntad Perdida. Tengo otros tres suyos, el último del año 2006, pero "mi" Marina, ya no está en ellos. Ley de evolución o ley de beneficios, no lo sé. Lo espero de vuelta, eso sí.

05 marzo 2007

Friedrich Hölderlin


Poemas de la Locura
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Vida más elevada
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Su vida escoge el hombre, su objetivo,
gana libre de error sabiduría, pensamientos,
recuerdos que perdierónse en el mundo,
y nada puede contrariar su valor íntimo.

El esplendor de la Naturaleza embellece sus días,
otórgale su espíritu nuevas vestiduras
en su interior, y así contempla la verdad,
y el más alto sentido, y las más singulares preguntas.

Puede así el hombre conocer entonces el sentido de la vida,
nombrar su meta lo más alto, lo más elevado,
saber que uno es el sentido de la humanidad y de la vida,
considerar que el más alto sentido es la más noble vida.

Scardanelli

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Friedrich Hölderlin nació en 1770 y murió en 1843. Hacía 37 años que estaba loco. Antes de eso, se había ordenado ministro de la Iglesia Protestante, había escrito numerosos libros, había sido amigo íntimo de Schelling, Hegel y Schiller, entre otros. Una anécdota significativa; Una aristocráta amiga, le regaló un piano a Hölderlin y éste cortó casi todas las cuerdas. Con las pocas que quedaron, improvisaba su música. En "Poemas de la Locura" sólo están los de esa época, probablemente más conocidos que los libros que escribió cuerdo. ¿Y qué es locura..?
La firma Scardanelli, corresponde a una de las personas que él creía ser. No se reconocía con su verdadero nombre, salvo en raras ocasiones.

03 marzo 2007

José Cardoso Pires

Celeste y Làlinha
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Fue en el tiempo de las guerras: África era un corazón ardiendo en el océano.
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Una niña Llamada Celeste salió de las llamas y voló hacia el cielo.
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Partió la niña, Celeste se llamaba, dentro de un dragón de plata que volaba por vientos y aires, y no iba sola. Viajaba en compañía de su madre y de su abuela, ambas vestidas de luto, mientras allá abajo su primo Amílcar, camionero de transporte pesado, se enfrentaba con los negros del hambre negra. Que eran ciento y la madre, dicho sea de paso: negros pululando en el capín, negros con la piel del león y la corteza del imbondeiro, negros turras-terroristas, ojos ardientes y pies en el viento, esparciéndose por las ciudades; negros hechos astillas; trapos de negros pudriéndose en los mástiles. Guerrilla, en suma.
Y el primo Amílcar, en la cumbre de una montaña de balas, pegando tiros alegremente:
-¡Con putas y turras siempre se acaba antes!
Las llamas le cegaban. Disparaba a la más pequeña sombra; al menor zumbido, pólvora. Y cuanto más pólvora, más ceguera, más miedo: cuanto más miedo, más desesperación; cuanta más desesperación, más turras-terroristas, de manera que era una guerra expeditiva: antes que nada, matar por matar, y después ya veremos.

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Imbondeiro-árbol africano de gran tamaño. Turra-nacionalista de las excolonias portuguesas. (Aclaraciones del traductor X.Rodriguez)
Guerra de Angola. Muchos portugueses son evacuados a Portugal y alojados en campos de refugiados. Una niña juega con su muñeca negra, Làlinha. Es la amiga, la confidente, la compañera inseparable. Pero es negra y...

Fernando Pessoa

Tu voz habla amorosa...
Tan tierna habla que me olvido
de que es falsa su blanda prosa.
Mi corazón desentristece.

Sí, así como la música sugiere
lo que en la música no está,
mi corazón nada más quiere
que la melodía que en ti hay...

¿Amarme? ¿Quién lo creería? Habla
con la misma voz que nada dice
si eres una música que arrulla.
Yo oigo, ignoro, y soy feliz.

Ni hay felicidad falsa,
mientras dura es verdadera.
¿Qué importa lo que la verdad exalta
si soy feliz de esta manera?